El Hada Perfecta II

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Una especie de alarido llamó la atención de las personas que pasaban cerca de la biblioteca. Remembranza de esos lamentos que uno escucha a lo lejos y que inmediatamente olvida.

Gritos desesperados, a veces guturales, rompían el silencio de la tarde que caía en ese verano, como las hojas que caen en otoño.

Yo apretaba los puños y tensaba los brazos haciendo que las cadenas de los grilletes que me mantenían acostada sobre la mesa de concreto liso, crujieran. Gritaba, sacudía la cabeza, pedía ayuda mientras el candelabro de ocho velas se quedaba impávido en el techo, iluminando la terrible escena.

David era sostenido por Kaisa mientras gritaba que me dejaran en paz, que solo era una niña; intentaba acercarse a la mesa y luchaba con nuestra amiga, quien sabía que no lo podía dejar pasar. Las tres señoras podrían ser benevolentes o muy malvadas. Aún más con los niños.

Marie tomó con su mano mi pie izquierdo y presionó con fuerza su pulgar pasándolo por la planta de arriba abajo, varias veces. Luego, sacó del bolsillo de su pantalón una larga pluma de faisán; se agachó y lo pasó con lentitud entre los dedos de mis pies.

Volví a gritar y a arquear la espalda con fuerza mientras gruesas lágrimas salían de mis ojos por no poder aguantar la poderosa sensación que me entumía las piernas. Jamás había sentido tantas cosquillas en mi vida.

David casi se desmaya de tan solo ver la acción de Marie.

-¡Por favor! Diles que se detengan Kaisa.

Ella le miró con fastidio.

-Solo...le está...haciendo...cosquillas, David. Por eso no debías venir. Mira, Frida se comporta como toda una adulta.- Señaló a la aprendiz de bruja quien apretaba los dientes mientras veía a Marie tomar mi otro pie y pasar la punta de la pluma de arriba abajo en la planta y luego, nuevamente, entre los dedos. Todo esto mientras yo me agitaba como una poseída en la mesa de concreto.

-¡POR DIOS! ¡DETENGANSE!- Grité antes de atacarme de una risa que hacía eco en las paredes.

Melinda y Minerva observaban a Marie, con expectación, solo esperando.

-Bueno, en cuestión de sensibilidades en los pies es completamente humana.- Dijo Marie quitándose un inexistente sudor de la frente y desapareciendo su pluma. Si fuera un Changeling, no hubiera reaccionado o se hubiera transformado.

-¡¿Por qué simplemente no me preguntaron si tenía cosquillas?!- Les grité con mucha molestia.

-Porque podrías mentir.- Dijo Minerva.

-Además, ¿Por qué solo traigo puestas estas mallas y top?

-Creí que eso te lo había explicado Kaisa.- Dijo Melinda.

-Si, pero...pero...- Quería reclamar que no me advirtieron que también la ropa interior desaparecería, pero no frente a David.

Minerva lo intuyó.

-Si quieres que saquemos al niño podemos dormirlo con un hechizo y dejarlo tirado en la banqueta de afuera.

Alcancé a ver a David y vi su mirada realmente preocupada y supe que no tendría corazón para hacerle eso. Ni modo, tendría que aguantar un poco el pudor.

-No, déjenlo quedarse.-

La bruja de anteojos sonrió maliciosamente. -Que ya empiezan a coquetear muy jóvenes, son como tu Melinda.

-La diferencia entre ustedes y yo, hermanas, es que yo no soy frígida, hipócrita y aburrida. - Contestó molesta Melinda quien, al voltearla a ver, por fin note que estaba vertiendo en su mano un poco de un líquido aceitoso y ambarino.

Diario de un HadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora