Capítulo 6

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Miré por la ventana y vi a una pequeña ave amarilla entrar por la ventana, debe ser esa la ave de la que hablaba Sovieshu en mi vida anterior, la que intercambiaba la correspondencia de la emperatriz y el emperador de occidente, aunque acá aún es el príncipe. Me pregunto si se van a repetir ciertas cosas, porque en la vida anterior, la emperatriz se casó con el emperador de occidente y quedó embarazada. Dado que Sovieshu es el estéril, dudo que si se queda con él pueda convertirse en madre.

De cualquier forma no siento que esa parte vaya a cambiar, porque si no soy, al final habrá otra persona que podrá ocupar ese lugar que antes fue mío. Si él no sabe cómo van a terminar las cosas, no va a cambiar respecto a eso. Sovieshu quiere un heredero y en su mente es capaz de tenerlo, por lo cual eso no va a cambiar, ahora que yo no estoy, encontrará otra amante a la larga. El destino está escrito y aunque el mío pueda cambiarlo, no creo que pueda cambiar el de todos.

Levanté la vista y pude ver a la preciosa ave amarilla, aunque más que amarilla parecía dorada, sus alas brillaban intensamente, recorrer la habitación en busca de alguien. Seguro buscaba a Navier, pero ella se estaba bañando y yo me quedé acá organizando algunas cosas. Extendí mi brazo esperando que la pequeña ave se posara en él, según dijo Navier, está ave es muy inteligente y entiende lo que uno le dice.

—Pequeña, ven aquí —dije con una voz amable, quería que la pequeña se sintiera en confianza— Soy Rashta, la criada de la emperatriz —se sentía extraño decirme a mí misma criada, pero por algún motivo me sentía orgullosa de ello.

La ave hizo caso a mis llamados y se posó en mi brazo, fue la primera vez que sentí algo así. Me encantaba tener esa conexión con un animal, ser capaz de brindarle la confianza suficiente como para acercarse a mí. No hay nada más mágico que eso. En ese momento sale Navier del baño junto a sus damas y se emociona al ver a la ave.

—Reina.

La pequeña ave que al parecer se llama Reina, salta en vuelo desde mi brazo y va directo a la emperatriz, la cual la abraza de inmediato. Luego cuando ella le quita un papelito de la pata, está vuela directo a un pequeño almohadón y se recuesta tranquila. Le gusta relajarse, eso es un hecho, muy encantadora y vaga también.

—Reina adora mucho su camita —dice Laura sonriendo y la condesa Eliza le corresponde la sonrisa.

Navier termina de leer con una media sonrisa y luego se dispone a escribir la respuesta. Pocas son las veces que pude verla sonreír, ver de este lado lo que ese hombre causaba en ella me resulta hermoso. Me pregunto si algún día encontraré alguien que me haga así de feliz. Antes creía que él estaba enamorado de mí y que al final al no poder tenerme, acabó quedándose con ella.

Estaba demasiado equivocada, viéndolo de este lado, puedo ver que él siempre la amó a ella y que se esforzó por hacerla feliz. Aprovechó ese pequeño hueco que dejó su esposo y se convirtió en quien merecía estar a su lado, en quien merecía tenerla. Ese tipo de amor es muy valioso y si en mi anterior vida hubiese sido capaz de encontrarlo, aunque me tocase tener el mismo desenlace, al menos habría valido la pena.

—Rashta —levanté la mirada y la emperatriz me observaba.

—¿Qué necesita majestad?

—Me podrías traer algunas flores, me gustaría ponerlas aquí —dijo apuntando a la mesita donde estaba la nota.

—Por supuesto, vuelvo de inmediato.

Salí de la habitación muy rápido y me dirigí al jardín para recolectar algunas flores. Me gustaba todo lo que veía a simple vista y de repente sentí que algo llamaba mi atención. Al mirar hacia adelante pude ver a una joven caminando junto al emperador, ambos se dirigían hacia donde yo me encontraba. El emperador me observa y me saluda con la mano, la chica me mira de una forma extraña y yo simplemente le hago una reverencia a su majestad.

—¿También te resultó extraño? —preguntó una voz detrás de mí, la cual me hizo saltar en mi sitio.

—Joven Lord, me dio un gran susto —dije llevándome la mano al pecho y el comenzó a reírse en voz baja.

—Disculpe, no pensé que estuviera tan sumida en sí misma.

—Sí, también me resultó extraño —contesté a la pregunta inicial y él se puso serio de repente.

—Espero que no ande en busca de amantes, mi hermana es totalmente capaz de darle un hijo y si él no puede engendrarlo, eso no es culpa de ella —la voz de lord Kosair parecía bastante enfadada, su hermana significa mucho para él y claramente no tiene idea de todo lo que yo si se.

—Antes creía que estaba bien ser la otra, pero ahora ya no estoy tan segura. No debe ser nada fácil que el hombre a quien amas y en quien confías te haga algo así. Muchas veces esas parejas acaban divorciadas y no siempre tener una amante es sinónimo de no amar a esa esposa, al final eso que sentías por tu amante se convierte en rencor, verla te desagradas y la culpas por causar que su esposa se fuera, aunque ellos sean los principales culpables por fallar a su voto nupcial. Aunque los emperadores puedan tener amantes sin problemas, a mi parecer sigue siendo un fallo al voto nupcial —me olvidé por completo de que no debía hablar de mi otra vida en público, pero cuando me di cuenta, ya lo había dicho todo.

—Esa parece una historia muy específica —él estaba observándome fijamente y no fue hasta ese momento que recordé que estaba ahí.

—Historias que uno ve cuando sirve a familias poderosas —intenté hacerme la tonta y el asintió con la cabeza.

—Eso depende de los valores que tenga la persona, yo al menos no sería capaz de algo así. Aunque me casara sin amor, no sería capaz de lastimar a esa persona.

—Supongo que tu futura esposa será muy afortunada.

—¿Eso crees? —preguntó el con una media sonrisa.

—Sí, lo creo —contesté yo sonriendo también.

—Por cierto, lo había olvidado —me tendió la mano y en está traía una preciosa flor— Es para ti, es un jazmín.

Tomé la flor que me estaba dando y me la acerqué a la nariz, tenía un suave y delicioso aroma. Nunca había recibido una flor tan bonita, bueno, jamás había recibido una flor en primer lugar y menos de forma totalmente inesperada, por una persona la cual en algún momento me detesto. Aunque claro, él no sabe ese pequeño detalle, ya que en esta vida todo ha cambiado. La verdad me sentía muy complacida por el regalo.

—Gracias, voy a atesorarla.

—Gracias, voy a atesorarla

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