Un día una obrera, Tarivah, me pidió ayuda ya que su vagoneta, tras romper uno de sus ejes, no podía moverla sola. No quedaba ningún peón así que accedí sin pensarlo. Al fin y al cabo los horarios de mineros y vagoneteras no tienen por qué coincidir. El camino se me hizo largo pero no fui capaz de no corresponder los coqueteos que me regalaba esa mujer.
Llegamos por fin al centro de depósitos y el ambiente se volvió tenso. Ella se acercó sonriente mientras se contoneaba y modelaba sus curvas a la luz de un farol, yo no pude controlar mis instintos de tomarla entre mis brazos y besarla. Simplemente un impulso primitivo se apoderó de mí. Fue intenso y pasional, como la primera vez con Arza. Mis manos recorrieron sus caderas despacio en dirección ascendente hasta su busto, el cual descubrí poco a poco, pero por completo, al tirar con sumo cuidado del cordón que mantenía cerrado el escote de su camisa.
Era delicioso disfrutar de cada movimiento de mis manos y ver como se estremecía. Se notaba en su respiración su inexperiencia así que intenté ser lo más gentil que me permitía mi ansia de poseerla. Tras descubrir su pecho aprecié su silueta al contraluz del pequeño farol. Era hermosa. Mis manos jugueteaban con sus pezones y mi lengua la recorría de forma descendiente desde la comisura de sus labios hasta su abdomen haciendo que cada centímetro de piel se fundiese con el calor de mi boca. Sus gemidos reprimidos alimentaron mis ganas de poseerla y mi erección. La deseaba, más que a nada. Era aquí, ahora y ella. Saborearla era lo más excitante y peligroso que había hecho en mucho tiempo. Sus prendas cayeron una a una, como la grava de una pared tras una vibración.
Primero el pañuelo que recogía su larga melena negra, después el mandil lleno de escombros y manchas de carbón, seguido del corpiño y la falda. Era preciosa, voluptuosa y pálida como el cuarzo. Su piel desnuda ardía con cada caricia y se erizaba al sentir mi aliento. La tumbé sobre su propia ropa y me desvestí con cierta impaciencia. Si no la hacía mía ahora iba a enloquecer. Tracé un mapa detallado desde sus clavículas hasta sus caderas con mis manos, Tari se retorcía y ahogaba gemidos como buenamente podía. Cuando me recosté cerca de sus ingles se asustó, lo cual confirmó mis sospechas. La miré a los ojos mientras besaba sus piernas y adoptaba una postura cómoda. Cerré los ojos y enterré mi cara entre sus piernas, se le erizó la piel. Cada movimiento de mi lengua era precedido por un jadeo ahogado. Me dolía la entrepierna de la excitación, pero quería saborear cada centímetro de su ser.
-Pa..Para-
La miré desconcertado, hubiese jurado que fui lo más delicado que me permitían mis ganas de hacerla mía.
-¿Qué pasa?¿Te he hecho daño?-
Pensé que se habría arrepentido y de ahí el hacerme parar, pero para mi sorpresa y con una maña desconcertante, consiguió colocarse a horcajadas encima de mi. Gruñí al sentirme tan cerca de tenerla pero aún sin poseerla. Ahora era ella quien me martirizaba con besos y caricias mientras yo apretaba la mandíbula del placer. Era una tortura dulce. Ver a Tari tomar el control sobre mí fue gratamente refrescante, me gustan las mujeres que saben lo que quieren y lo descubrí gracias a ella.
-Vas a ser quien se gane mi virtud, Señor Prakash... Y no es el único que la desea-
Sin darme tiempo a reaccionar, ni mucho menos a contestar, en un movimiento certero introdujo mi miembro dentro de ella lentamente.
Creí que moría, fue tal el éxtasis al notarla húmeda y dominante que me dejé hacer. Sus movimientos fueron lentos, precisos, sincronizados con nuestras respiraciones. Necesitaba más. Cada embestida era mejor que la anterior. Sujetaba sus caderas con fuerza, para tenerla lo más cerca posible. Si estuviésemos hechos de plomo ya nos hubiésemos fundido. Sin darnos cuenta, con la respiración entrecortada, llegamos a un orgasmo tan sublime que tuvimos que besarnos para ahogar los gemidos.Salimos de la sala como si nada hubiese ocurrido, aunque no pude evitar darle un último beso y apretón de nalgas antes de darle ventaja para no levantar sospechas. Mientras ella se alejaba aproveché para a hacerme con algunas pepitas más.
Aquí empezó el declive de mi vida en la colonia.
Gracias Tarivah.
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Por una pepita de oro
ФэнтезиMe llamo Vikram, Vikram Prakash. Y si quieres conocer como una pepita de oro y la lujúria cambiaron mi vida sigue leyendo