Capítulo VI

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Fue una jornada dura de trabajo, pero mantenerme enfocado en la oportunidad que se me presentaba hizo que las horas y el cansancio pesaran menos que de costumbre, ya que tas cada soplido de los fuelles en aquellos fuegos infernales era un paso más cerca de mi libertad.

Tras sonar el timbrazo del fin de la jornada me apresuré en llegar lo más puntual posible a los talleres de orfebrería. Pude que hubiese empezado con mal pie, pero no era nada que un poco de puntualidad y mis encantos de casanova no pudiesen arreglar.

Aún quedaban algunos trabajadores en las mesas terminando de recoger, así que aguardé en la oscuridad.

-¿Has visto lo seria que estaba hoy la jefa? Suele ser seca, pero hoy ha llegado a resultarme cargante.- Dijo una voz ronca de hombre

-Cierto, hizo llorar de frustración a la pobre Derenia al hacer que repitiese toda la tiara varias veces.- Contestó otra voz mucho más dulce.

Mi curiosidad hizo que me acercase, con la mala suerte de tirar unas herramientas que se encontraban tras de mí.

-¿Quién va?- Gruñó él

Salí de entre las sombras como si tal cosa. -Vikram Prakash.-

-No deberías estar aquí, fogonero.-

-En realidad, sí.- afirmé solemnemente.

-¿De verdad? ¿Con la autorización de quién?-

-Con la de la Señorita Hiranur, ella me citó aquí.-

A mis espaldas sentí calidez y el majestuoso movimiento de alguien que se acercaba.

-Señor Prakash, si quiere dedicarse a la creación de joyas, debe saber que el orden es esencial. Recoja este estropicio si quiere que le tome en serio. Y vosotros dos, deberíais iros ya a descansar si queréis rendir mínimamente bien durante la jornada de mañana, tenemos que realizar muchas piezas para el próximo intercambio.-

Su mirada era penetrante y su voz mucho más seca que la que escuché la noche anterior. Mi intuición me decía que me olvidase de esta locura de la orfebrería, pero mi deseo de salir era aún más ruidoso que mi sentido común.

Simplemente, asentí y cumplí sus órdenes, los trabajadores también obedecieron. Tras quedarnos solos en la sala, ella me esperó apoyada en una de las mesas de brazos cruzados, mirándome fijamente.

-Demonios, Prakash, cómo seas así de lento en todas las facetas de tu vida, no entiendo los cuchicheos.-

Tras terminar la tarea me acerqué irritado por el comentario. Ella me hizo un gesto para que tomara asiento en el taburete de esa misma mesa y encendió varios focos de luz.

-Para tu primera prueba debes ordenar los distintos materiales en orden de valor, de menor a mayor, teniendo en cuenta tanto la composición como el peso. Por ejemplo, no es lo mismo un gramo de pirita que uno de oro, ni un diamante pequeño a una gema de esmeralda con su mismo peso. Si abandonas lo entenderé. Buena suerte y buenas noches.-

Y tras decir eso se dirigió a la salida. Intenté llamar su atención, pero ni se inmutó. Me encontraba solo delante de un recipiente lleno de cosas brillantes. Un bloque de cuarzo sin refinar, varias pepitas de oro, un diamante, un bloque de acero y dos zafiros redondos. No podía darme el lujo de cometer un error; mi libertad dependía de ello.

Observé el contenido del cuenco con detenimiento y empecé a buscar en los cajones de la mesa encontrando algunas herramientas que podrían resultarme útiles; un calibre y una balanza con distintos pesos, un lente de aumentos y un punzón.

El bloque de cuarzo parecía lo más sencillo de identificar. Era grande, con una superficie irregular y de un color lechoso que no dejaba lugar a dudas sobre su identidad. A pesar de su tamaño, el cuarzo era un material relativamente común y de bajo valor en comparación con las otras piezas que descansaban en el cuenco. Lo aparté a un lado, convencido de que sería el primero en la escala de valores.

Tomé el lente de aumento y me incliné sobre las pepitas de oro. Eran pequeñas, pero brillaban con una intensidad que delataba su naturaleza. Recordé las veces que había visto oro en estado bruto, mezclado con la tierra y la roca; pero aquí, bajo la luz intensa de la mesa de trabajo, el oro mostraba toda su majestuosidad. Las pesé en la balanza con sumo cuidado, anotando mentalmente su peso.

Luego, tomé el bloque de acero. Era pesado, sólido, y su superficie reflejaba la luz con un brillo frío y metálico. Aunque tenía su valor, sabía que no podía compararse con el oro o las piedras preciosas que lo acompañaban en el cuenco. Lo coloqué junto al cuarzo, seguro de que sería el segundo en la lista, solo un paso por encima del mineral.

El diamante y los zafiros representaban el mayor desafío. Sabía que los diamantes eran extremadamente valiosos, pero también sabía que no todos los diamantes eran iguales. La claridad, el color y el tamaño influían en su valor. Sostuve el diamante bajo la luz y lo examiné con el lente de aumento. Era claro, casi incoloro, lo cual aumentaba su valor, pero no era de un tamaño considerable. Por otro lado, los zafiros, aunque hermosos con su profundo tono azul, no solían superar el valor de un diamante, a menos que fueran excepcionales.

Pesé cada gema con la balanza, sopesando no solo su masa sino también el impacto de su belleza y rareza. Finalmente, decidí que el orden correcto sería: el bloque de cuarzo, seguido por el acero, luego las pepitas de oro, después los zafiros y, finalmente, el diamante, la joya más preciosa.

Revisé mi trabajo una y otra vez, asegurándome de que todo estuviera en su lugar. La ansiedad me carcomía por dentro, pero me obligué a mantener la calma. Sabía que no habría una segunda oportunidad.

Finalmente, suspiré y miré la mesa. Había hecho lo que podía, utilizando todas las herramientas a mi disposición, tanto físicas como mentales. Ahora, todo dependía de la evaluación de la Señorita Hiranur.

Pasaron los minutos en silencio, solo interrumpidos por los sonidos apagados del taller y mis latidos. Me mantenía erguido, esperando el regreso de la mujer que determinaría mi futuro. Pasaron horas y el sudor frío recorría su frente, pero yo no flaqueaba.

Finalmente, la puerta se abrió, y la figura de Zeynep apareció en el umbral. Se acercó con pasos firmes y su mirada penetrante se posó en la mesa. Por un momento sentí que el corazón se me detenía mientras la veía inspeccionar su trabajo.

Después de lo que pareció una eternidad, ella asintió lentamente, sin levantar la vista de los materiales.

-Has hecho bien, Parakash - dijo finalmente, su voz sonando más suave que antes, aunque mantenía su tono autoritario. - Pero recuerda, esto es solo el principio. Tendrás que demostrar tu valía en muchas otras pruebas si realmente deseas convertirte en un orfebre.-

Una oleada de alivio mezclada con una renovada determinación me recorrió el cuerpo. Había superado la primera prueba, pero sabía que el camino por delante sería largo y difícil. Aun así, no iba a retroceder. La libertad estaba al alcance de mis tocas manos, y haría lo que fuera necesario para alcanzarla.

-Estoy listo para lo que venga, Señorita Hiranur - respondí orgulloso.

Ella me observó por un momento, como si estuviera evaluando la sinceridad en mis palabras. Luego, con un ligero movimiento de cabeza, me indicó que podía retirarme.

-Nos veremos mañana a la misma hora. No llegues tarde, Parakash.-

Asintiendo me levanté y, tras hacer un gesto de despedida, me dispuse a marchar, pero no sin antes lanzar una última mirada al cuenco y la hilera de materiales bien ordenados. Se acercaba un poco más a la libertad que tanto anhelaba.

Al salir del taller, la noche me envolvió y me sentí más ligero. El cansancio que había sentido durante la jornada de trabajo se desvaneció, reemplazado por una nueva energía. Me fui a casa con una sonrisa en los labios. Había dado el primer paso hacia una nueva vida, y no pensaba detenerme.

Por una pepita de oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora