CAPITULO 3

773 160 164
                                    

Casi me atropellan cuando pongo un pie en la carretera.

¿La razón?, recordé que no soy una adulta realmente, y para mi desgracia nunca aprendí a cruzar la calle sin ayuda de alguien más.

Cruzo como si la calle fuese mía y nadie se atrevería a pasarme encima.

Y cuando salgo de mi pequeño departamento, luego de unos minutos largos para tratar de arreglar mi físico desgastado, intento cruzar por mí misma la calle mientras veo el GPS.

—Que gente tan inconsciente, una ya no puede cruzar la calle porque les vale y te intentan asesinar —murmuro cuando me doy cuenta de que no podré llegar viva si decido caminar.

Descubrí que la cadena hotelera para la que trabajaba no quedaba tan lejos de mi departamento, en realidad lo supe gracias a Evan, a quien levanté una vez más y de manera firme le hice algunas preguntas, también me dijo que hoy lunes volvería a mi trabajo luego de solicitar una semana de descanso.

Me sorprendí con eso último, pero lo hice más cuando Evan accedió a responderme todas mis preguntas, y tuve la sospecha de que quería que me fuera lo más antes posible.

Y sonará estúpido, pero siento un desánimo al recordar eso último, porque a pesar de todo era ese amor platónico, y ahora mi esposo, pero nada en él me demuestra que me ame, ni que me quiera realmente.

Me obligo a mí misma a dejar de pensar en eso y aprovecho para ponerme firme, ya que tengo cosas más importantes que hacer. Reviso el reloj en mi muñeca y veo que estoy a punto de llegar tarde, y agradezco mucho cuando un taxi se apiada de mí y decide llevarme a mi trabajo.

Mientras el taxista conduce me dedico a verme en la cámara de mi celular, realmente no pude hacer mucho para mejorar mi apariencia, ni siquiera pude maquillarme, porque los cosméticos que tenía en mi habitación, eran de colores tan fríos, tan grises, que preferí quedarme sin nada, aunque el maquillaje tampoco hubiera solucionado mucho, pues mis rizos que tanto me obsesionaba cuidando estaban maltratados, como si lo planchase constantemente, mi labio inferior que siempre me halagaron por ser más grueso que el superior, estaba todo agrietado y reseco, mientras que mis ojos lucían cansados. De mi peso no quería ni hablar, estaba muy delgada, algo que no era sano.

No para alguien como yo que amaba la comida.

—Disculpe, señor —digo, luego de obtener la atención del conductor, quien me mira por el espejo retrovisor esperando por mi pregunta. —¿Puede decirme cómo me veo?

—¿Quiere una respuesta sincera o que cumpla mi papel como hombre?

Me llama la atención eso último, por lo que con desconfianza pregunto.

—Depende, ¿cuál es su papel como hombre?

—Decir mentiras.

Suelto un bufido, y decido decirle que mejor sea sincero.

—¿Si le soy sincero, no se bajará sin pagar verdad?

Niego con una sonrisa forzada, porque desde el momento en que comenzó a buscar excusas supe que la respuesta no me iba a gustar, lo confirmé cuando me miró por el retrovisor y abrió la boca.

—Luces como si no hubieras comido en diez años, como si no conocieras lo que es peinarse bien, como si no tuvieras agua desde los tiempos del rey David y no pudieras bañarte. —No sé si me molesta más lo que dijo o que lo diga con toda seriedad.

Lo único que puedo hacer es agradecerle, tratando de sonar normal, pero el señor se ríe de mí, y me pregunta si me he enojado.

Me toca negarlo porque yo le pregunté algo cuya respuesta odiaría.

Un juego inofensivo #ONC2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora