Camaleón

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Me reprimí durante mucho tiempo. No hay más.

Empezó con una sensación extraña que surgía en mi nuca, sintiéndome juzgado. Fue molesto al principio, la tediosa certeza de nunca saberse invisible a los ojos ajenos. Con el tiempo, fue más aterrador, más solitario y desesperanzador. Estaba la verdad de ser devorado de miradas, pero a la vez, en el espacio oscuro de la desesperación, tampoco le importaba a esas miradas. Sólo existieron para... ver.

Así que me reprimí lo suficiente para volverme más invisible de lo que aquellas miradas detectaban. Y entonces, cuando me dí cuenta, ya no podía hacer nada.

Estuviera sentado tranquilamente en el parque o sólo en la sala de mi casa, no podía hacer nada sin sentirme mal e incómodo de mi mismo. Así que no disfruté nada de lo que me hubiera gustado disfrutar. 

Intenté darles a mis pinturas aquellas cualidades que me hubiera gustado tener yo. Pero, claramente, las reprimía tanto e inconscientemente que el resultado era algo insulso o aburrido y, a su vez, cargado de la insufrible sensación de estar siendo juzgado hasta por mi mismo. Así que incluso mis pinturas estaban cuidadas exhaustivamente para que, ni siquiera yo, pudiera rechazarlas. Pero inevitablemente las rechacé y con ello, el mundo también las rechazó desde mi subconsciente.

"De ser así. Si no disfruto ni siquiera el mero acto de despertar ¿Está demasiado mal desestimar la importancia de mi día a día?"

Tuve miedo de preguntar eso. Y me dí vergüenza por pensarlo... Por preguntarmelo a mi mismo. Así que también fuí mi propio enemigo y me juzgué con severidad y crueldad todo el tiempo. Así que no podía consolarme y, por obviedad, tampoco esperar que alguien me consolara.

Fue un círculo horrible y conflictivo. No me importé y, por lo tanto, no le importé a nadie. La soledad era reconfortante, aunque a la vez marginó una parte mía todavía expresiva y sensible. Así que me maté. Una y otra vez me arranqué y moldeé a cosas que quería y no quería ser. Me avergonzé y me repudié y, por lo tanto, los demás también me rechazaron.

Y entonces, no supe quién fuí ni quién era. Y, si no era nada, nada importaba. Pero si era algo, era un cúmulo de sensaciones desagradables, aterradas de ser descubiertas, avergonzadas de existir, desesperadas de desaparecer e intrigadas de poseer conciencia propia.

Aquellas sensaciones me hicieron despertar por las mañanas y guiaron minuciosamente mis pasos, como una deidad pequeña cuida de la flor que ha creado -no puede crecer más de este lado, la inclinación del tallo y la rugocidad de sus hojas... La intensidad en el color en sus pétalos, el tamaño de sus raíces-. Cuidaron que no me juzgara a mi mismo.

Pero en el espejo seguía desagradandome y el deseo de encontrarme con un reflejo mío que no arrugara el rostro cuando me veía se volvió poderoso. 

Quizá fue tan grande que me volví loco.

En el salón de teatro me encontré conmigo mismo, en el gran espejo viejo detrás del escenario. Fruncí el ceño un momento, luego me estaba sonriendo y, finalmente, me pregunté "¿Quién eres?"

"Soy tú" me respondí.

Por primera vez, la sensación en mi nuca desapareció y sentí que podía hablar un poco conmigo mismo. No con mi yo intrusivo, sino con el del espejo. Desde luego, él se veía menos solo y decaído. Tenía la importancia que yo nunca había tenido.











Nota:

Es Dazai. Y no hay mucho que agregar más que el hecho de que esto podrían considerarlo una clase de "Prólogo" para una historia  que estaré publicando en el transcurso del próximo mes.

Estoy emocionado porque es la primera historia larga que publicaré en la cuenta y que, creo, esta vez si verá un desenlace hecho y derecho.

Gracias por leer ‹3

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⏰ Última actualización: Feb 16 ⏰

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Anatomía de los hubieraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora