Capítulo once

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Chiara

El público aclama nuestros nombres. El suelo tiembla ante los gritos de los fans, y no hay un solo hueco libre que ocupar en el Palau Sant Jordi. Este es el último concierto antes del segundo álbum y de la gira mundial, y también es al que más gente ha asistido.

Estoy abrazada a Bea y Ruslana, esperando a que les den la señal para salir, con los nervios a flor de piel, a pesar de que no es ni el primero ni el último.

Cuando las llaman, se separan de mí, con un beso en la mejilla, y me quedo a solas con Violeta viendo cómo saludan a los fans y como todo el mundo las quiere.

Unas manos en la cintura me abrazan por detrás cuando Ruslana comienza a tocar las primeras notas con el bajo. Sonrío inevitablemente.

—Lo vas a hacer genial —susurra Violeta en mi oído.

Levanto un brazo para acariciarle la mejilla, y tras sentir un beso delicado en el cuello por su parte, entro al escenario dedicándole una última mirada.

Sin esperar ni un segundo más, me acerco al pie de micro y comienzo a cantar y sonreír.

Me lanzo un poco hacia delante, sosteniendo el micrófono y le toco la mano a una de las chicas de primera fila que chilla en respuesta y mira a su amiga en cuanto me alejo. No puedo evitar soltar una pequeña risita que se camufla con la canción.

El concierto va genial, por primera vez en mucho tiempo vuelvo a sentirme yo misma sobre el escenario. Ya no tengo una carga sobre los hombros ni una nube negra diluviando sobre mi cabeza. Ya no me tiemblan las manos cuando rasgueo las cuerdas de la guitarra, ni veo sangre donde no la hay. Las pequeñas heridas de los nudillos, frutos de la ansiedad y del frío de aquella noche han desaparecido por completo, igual que el malestar.

Ruslana y Bea están radiantes. Las luces de neón hacen que les brillen los ojos, y la ropa que han elegido para esta noche les sienta como un guante. Interactuamos con el público cómo hacía tiempo que no hacíamos, saltándonos las normas y alargando el concierto. Le cantamos el cumpleaños feliz a una chica de unos doce años que, según un cartel rosa gigante que lleva en las manos, ha viajado desde Galicia para vernos, y nos reímos y abrazamos como la familia que somos.

Cuando casi dos horas y media después llegamos a "Walk Like An Egyptian", la canción que cierra todos los conciertos, dejamos de lado todos los instrumentos, nos plantamos en el centro del escenario, y empezamos a cantar las tres apoyándonos en la base que suena de fondo.

VIOLETA

Veo a Chiara brillar en el escenario.

En todo el tiempo que llevo trabajando con ellas y viendo los conciertos desde las sombras de la parte trasera del escenario, nunca la había visto disfrutar así.

Estamos todos aquí; sus hermanos, Denna, Paul, Juanjo, Álvaro, incluso Martin, al que le están haciendo un relevo con la cámara.

Lucas y Paul disfrutan juntos de las canciones como verdaderos fans que son, y Alex mira a su hermana con una sonrisa de orgullo parado a mi lado.

Denna entrelaza una mano con la mía y reposa la cabeza sobre mi hombro.

—Gracias —murmura una voz masculina a mi izquierda.

Me giro a mirar a Alex, que tiene toda su atención volcada en mí.

—La que debería de dar las gracias soy yo.

—No. Gracias por hacer que Chiara vuelva a ser ella misma, la estábamos perdiendo.

Siento un nudo en el estómago, pero me esfuerzo en sonreír y le pongo una mano en el brazo en un gesto de apoyo.

Lo que gritan los silenciosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora