CAPÍTULO 17

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Las aeromotores se detuvieron con una sacudida en una hondonada. Todos bajaron con calma, pero una chica con sus manos inmovilizadas fue empujada sin consideración, golpeándose pesadamente al suelo.

—¡Cuidado con ella! —exclamó uno de los secuestradores, aparentemente más atento.

Uno de ellos ayudó a Taỳr a ponerse en pie.  Mientras arman el campamento, otros vigilaban el entorno.

—¿Dónde crees que te encuentras ahora, hechicera? —preguntó uno de los secuestradores con desprecio.

El hombre cogió un trozo de cuerda y dio con ella dos vueltas rápidas al cuello de la chica. Luego, la arrastró hacia un árbol al borde del claro y ató la cuerda al tronco. Taỳr tenía espacio para moverse, pero no demasiado.

—Vas a tener una estancia inolvidable aquí —amenazó otro de los secuestradores.

El hombre la obligó a darse la vuelta de malos modos, le agarró las manos y se las inmovilizó a la espalda, cruzando una muñeca por encima de la otra. Ella anticipó lo que venía a continuación, y su instinto le hizo resistirse, pero el resultado fue otro doloroso golpe en la cabeza. Después de eso, dejó que le ataran las manos con brusquedad a la espalda.

Hizo una mueca de dolor y murmuró una protesta cuando el hombre apretó los nudos hasta hacerle daño. Fue un error. Otro golpe en la cabeza le enseñó a permanecer en silencio.
Parecía que el líder del grupo no le veía sentido a mantenerla como prisionera, así que el otro hombre debía querer conservarla por alguna razón concreta.

— ¿Pero cuál? —se preguntó ella, con un nudo de ansiedad en el estómago.

Era esa pregunta la que hizo que a Taỳr le recorriera un escalofrío de miedo. Su destino, según parecía, estaba en manos de un individuo cuyos motivos desconocía. Sintió una pequeña oleada de alivio por el hecho de no saber lo que podía aguardarle.

La chica se despertó, gimiendo de dolor. Las cuerdas le estaban cortando la circulación y tenía los músculos de los hombros totalmente agarrotados.

—¡Silencio! —gritó el centinela, molesto por las quejas, mientras le aflojaba las cuerdas para atarle las manos delante del cuerpo y aliviar los músculos de sus hombros. Era una pequeña mejora, y Taỳr consiguió dormir un poco más.

Era temprano aún cuando el sonido de unas voces airadas la despertó. Ya había notado las discusiones entre dos cazadores la noche anterior.

La chica no podía saberlo, pero las discusiones entre los dos hombres eran sobre ella. Ambos tenían ideas diferentes sobre el futuro de la hechicera. El cazador que la había capturado era joven, mientras que el otro era un soldado con años de experiencia.

Habían capturado a Taỳr y ahora debatían si llevarla ante Baroh, viva o muerta. La partida de cazadores tenía órdenes estrictas de no tomar prisioneros, y no tenían planes para retenerlos o vigilarlos.

El de alto rango había decidido que la solución más simple era matar a la chica. Mientras siguiera con vida, existía la posibilidad de que escapara e informara a su ejército. Si eso ocurría, sabían que lo pagarían con sus propias vidas.

No sentía ninguna simpatía por la chica; era la hechicera, la elegida, y su cabeza tenía un alto precio. Así que sus sentimientos hacia ella eran neutros.

Ordenó que la mataran, pero el más experimentado se negó, no por consideración hacia Taỳr, sino para enfurecer al otro. La chica los observó con ansiedad mientras discutían. Como la noche anterior, era obvio, por la forma en que la señalaban repetidamente, que ella era el motivo del desacuerdo.

A medida que la discusión se volvía más acalorada, resultaba igual de evidente que su posición se estaba volviendo cada vez más precaria. Al final, el hombre mayor echó la mano hacia atrás y le dio un bofetón al más joven, que se tambaleó un par de pasos por la fuerza del golpe. Después, dio media vuelta y echó a andar hacia Taỳr, desenvainando su espada por el camino.

Taỳr pasó la vista de la espada en la mano del hombre a la expresión indiferente de su cara. No había malicia, ni ira, ningún asomo de odio en ella. Solo la mirada decidida de alguien que, sin el menor escrúpulo o duda, estaba a punto de acabar con su vida.

Taỳr abrió la boca para gritar, pero el horror del momento congeló el sonido en su garganta y se quedó quieta mientras la muerte se acercaba a ella. Era raro, pensó, que la hubieran llevado hasta allí, la hubieran dejado vivir toda la noche y luego decidieran matarla.

Parecía una forma tan absurda de morir…

Pero en un lugar cercano...

El grupo en el que se encontraban Jared, Moura y Erguth observó el tenue reflejo de una hoguera entre los árboles. Jared vaciló un instante, luego tomó una decisión y empezó a caminar con sigilo entre los árboles en dirección al reflejo.

Al llegar, se quedó inmóvil, completamente quieto, y vio a un hombre acercarse al halo de luz de la hoguera. Su rostro quedaba oculto por la sombra que proyectaba. También podía ver la espada que colgaba de su cintura y la delgada lanza que llevaba en la mano derecha.

Se escucho la voz de uno de los cazadores sentado cerca de la fogata — ¿Crees que deberíamos llevarla ante Baroh?

Alguien en la oscuridad, respondió —es la hechicera. Aunque Baroh nos dio la orden de llevarla muerta de ser necesario.

(El diálogo se desvanece mientras Jared continúa en silencio desde la oscuridad.)

Distinguió alrededor de treinta de ellos. Frunció el ceño y se preguntó cómo narices iba a sacar a Taỳr de allí. Entonces se dio cuenta de que aún no la había visto. Paseó la vista por el campamento, preguntándose si estaría dentro de una de las tiendas. Y entonces la vio.

Acurrucada debajo de un árbol, pudo distinguir las cuerdas que la mantenían inmovilizada. Necesitaba alertar a los demás de lo que había descubierto.

Empezó a arrastrarse hacia atrás, de vuelta al bosque, en busca del lugar en donde se encontraba el grupo. No iban a ir a ningún sitio esa noche, pensó. Necesitaban descansar y recuperar fuerzas antes de poder intentar nada. Tan cansados como estaban, ni siquiera eran capaces de empezar a formular un plan coherente.

Taỳr: La princesa hechiceraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora