CAPÍTULO 18

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A lo largo de esa inquieta noche, la pregunta martillaba en la mente de Jared: "¿Qué hacer?" Sin embargo, ninguna voz interior le ofrecía consejo ni guía.

La realidad se imponía; dadas las circunstancias, no existía una acción práctica inmediata. La única opción era dirigirse al campamento de los extraños y liberar a Taỳr antes de que decidieran su destino.

Con el amanecer, todos se pusieron en pie. La posición de las estrellas sugería que quedaba poco más de una hora para que las primeras luces del alba se filtraran entre la densa cubierta de hojas. La tensión en el grupo era palpable mientras se preparaban para la incierta tarea que tenían por delante.

Diez minutos transcurrieron antes de que alcanzaran el campamento. El centinela escudriñaba el bosque, atento a cualquier señal de movimiento inusual.
Jared, con un arco colgado del hombro derecho, observó a otro hombre que llevaba un arco similar al suyo. Reconoció el distintivo arco de los guerreros de Spacros, planteándose si esos hombres pertenecían a ese grupo.

Por un momento se quedó inmóvil. A pesar de la actitud casual del guerrero al desenvainar la espada y acercarse a la chica, había una frialdad en la escena que contradecía cualquier apariencia inofensiva. La indiferencia del hombre generó una creciente sensación de horror en Moura. El guerrero alzó la espada sobre la chica, y aunque la boca de Taỳr se abrió, ningún sonido escapó de ella. Jared se dio cuenta de que la vida de ella no significaba absolutamente nada para aquellos hombres.

Jared, decidido y con determinación: "No puedo quedarme aquí. Tengo que hacer algo". Carga una flecha en su arco mientras el guerrero se prepara para blandir la espada. "Es hora de intervenir". Sale de su escondite, tensa completamente el arco y evalúa rápidamente la situación.

El brazo del guerrero quedó expuesto al levantar la espada, y Jared focalizó su atención en la muñeca del hombre mientras llevaba la flecha hacia atrás. Su mirada se centró en el punto de impacto, conteniendo la respiración de manera automática, antes de soltar la flecha.
El arco produjo un leve chasquido, y la flecha surcó el espacio, trazando un arco veloz hasta clavarse en la muñeca del guerrero.

Un grito de dolor resonó cuando Jared cargó otra flecha y la lanzó tras la primera. La espada se escapó de las manos del guerrero, cayendo al suelo, y Taỳr dejó escapar un suspiro de alivio.

Mientras el hombre se aferraba la muñeca, la sangre resbalaba por su mano. Aún aturdido, giró instintivamente hacia el origen del ataque y distinguió la figura al otro lado del claro. Con una mueca de ira, soltó su muñeca herida y extrajo una daga larga de su cinturón con la mano izquierda. Olvidando momentáneamente a Taỳr, señaló a Jared y ordenó a sus hombres que le siguieran, luego corrió hacia su atacante.

Mientras tanto, Jared desenvaina su espada y se prepara para enfrentarse al que se dirige hacia él.
Erguth, Moura y el resto contraatacaron, y el silbido de las flechas llenó el aire a una velocidad endiablada. Algunas parecían emerger del centro del pecho de los guerreros, derribándolos de espaldas al suelo.

Fue Moura quien bloqueó el primer ataque con destreza;  pero otra figura alta y corpulenta se acercaba con sigilo a su espalda. Erguth se interpuso entre Moura y el hombre que intentaba matarla cobardemente, realizando una serie de increíbles espadazos que dejarían anonadado a cualquiera. Hizo retroceder al agresor, apartándolo de Moura mientras ella se defendía de otro atacante.

Erguth, con voz ronca: "¡Mantén la guardia, Moura! ¡No permitamos que se acerquen más!"

La tensión en el aire era como una sombra oscura que se cernía sobre el claro del bosque; cada paso resonaba con un eco de anticipación. Era innegable quién tenía la supremacía en el intercambio, y su oponente retrocedía ante la destreza imperturbable de la guerrera. Cada bloqueo y golpe más desesperado del hombre revelaba su creciente comprensión de que la igualdad en la contienda estaba más allá de su alcance.

En medio del fragor de la batalla, los guerreros se sumían en la ferocidad del conflicto, desplegando un valor indomable que se manifestaba en cada golpe y bloqueo, infligiendo pérdidas sustanciales a aquellos que los superaban en número. La tensión en el aire era palpable, en cada enfrentamiento.

Algunos cazadores tomaron la decisión de retirarse estratégicamente. Los ecos de sus pasos resonaron en el suelo, marcando su veloz retirada hacia las aeromotos al otro lado del campamento. El rugir de los escapes, antes de elevarse en vuelo, subrayó la premura de su retirada, evidenciando la huida.

Jared al verlos retirarse, se volteó con una mezcla de ansiedad y se precipitó hacia Taýr.
Con cuidado, desató las cuerdas que la aprisionaban y la ayudó a incorporarse. Su preocupación se reflejaba en sus ojos mientras preguntaba: ─ ¿Estás bien?

Taýr asintió con un leve sollozo de alivio, y Jared, con una sonrisa que destilaba gratitud, le ofreció su apoyo. El diálogo silencioso entre sus miradas hablaba más allá de las palabras, revelando el peso de la angustia liberada en ese momento de reencuentro.

Por un momento, Jared se quedó perplejo. Hizo ademán de devolverle el abrazo, pero al darse cuenta de que aún sostenía la espada, la soltó. Después, pasó los brazos alrededor de Taýr, sintiendo la suavidad de su cuerpo y oliendo la fragancia de su piel. Su sonrisa se hizo aún más grande, algo que hubiese creído imposible.

Moura también se lanzó hacia Taýr con lágrimas asomando en sus ojos. La madre e hija se fundieron en un abrazo apretado, donde los brazos de la joven se aferraban con fuerza al cuello materno.
Erguth, en silencio observó el emotivo encuentro al igual que el resto del grupo.

Taỳr: La princesa hechiceraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora