En los reinos celestiales, Luzbel, el hijo perfecto y líder de los ángeles de la luz, despierta admiración con su belleza y gracia. Sus cabellos rubios y ojos azules encantan a todos. Sin embargo, su corazón se ve envuelto en un torbellino de emocio...
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La noche me envolvió con su frío, así como tu ausencia, suplicando por un minuto más, por tu presencia. Lágrimas recorren mis mejillas, en silencio, anhelando un amor eterno, hasta que las rosas pierdan su aliento.
Que nuestras almas se sumerjan en la eternidad del Edén, mientras guardo mi dolor, lejos de toda percepción. Adoraba sin ver, en la ceguera de mi devoción, ¿Cómo despedirse de lo que nunca tuvo iniciación?
Pronunciabas mi nombre, y en tu rostro veía el mío, ahora, dime, ¿cómo se despide el corazón herido?
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Al amanecer, Luzbel abrió los ojos y el sol acariciaba su rostro. Se incorporó con esfuerzo, observando el vacío a su alrededor. La soledad era su única compañía; nadie había venido a rescatarlo, a consolarlo, a guiarlo hacia la luz y susurrarle que todo estaría bien.
La tristeza lo inundaba, más solo y perdido que nunca. "¿Qué debo hacer ahora? ¿En qué fallé?", se preguntaba mientras las palabras del día anterior cortaban su corazón y su voz.
Con el peso de la tristeza y la soledad aplastando sus alas, Luzbel se levantó.
Había esperado que, al despertar, el mundo fuera diferente, pero la realidad seguía siendo la misma. Decidió volver al cielo, enfrentar a su padre y retomar sus responsabilidades, a pesar del dolor que lo consumía por dentro.
Al llegar, las miradas curiosas y los susurros de los otros ángeles lo recibieron. La noticia de su confesión y el rechazo que sufrió se había esparcido con rapidez.
Miguel, su hermano mayor, fue el primero en confrontarlo. Al sentir su mano en su brazo, Luzbel supo que probablemente vendrían reproches. Y no se equivocaba.
— Luzbel Morningstar — comenzó Miguel, la ira apenas contenida en su voz. — ¿Qué pensabas al declararte a Alastor? Debe ser una broma de mal gusto.