1. El accidente

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El jóven abogado Matías Recalt conducía molesto hacia los juzgados y probablemente su aroma mostraba su frustración ante el atasco de coches que tenía delante.

Estaba cruzando la ciudad en coche y odiaba hasta las entrañas hacerlo en hora punta. Iba a llegar tarde a un juicio y eso siempre era una molestia, pero estaba seguro de que no le impediría ganar el caso que tenía entre manos.

Con tan solo veintidós años, se había convertido en el abogado revelación del año, habiéndole ganado el juicio a una gran corporación que había falsificado documentación en cuanto a sus procesos de seguridad. 

Al principio ningún bufete de abogado había querido confiar en él siendo un alfa menudo y recién graduado, pero el bufete Bayona le había dado una oportunidad con un caso complicado y Matías los había hundido siendo apenas su primer caso como abogado novel y su carrera había despegado.

Estaba llevando el caso de una negligencia médica en el Hospital Italiano de Buenos Aires y si había algo odiaba más que conducir en hora punta, eran los entresijos de los hospitales, los médicos, los enfermeros, que lo pinchasen para sacarle sangre y todo lo que tuviese que ver con un hospital.

Malditos médicos y maldita su soberbia.

Estaba seguro de que ganaría el caso, a su parecer estaba bastante claro que sí se había cometido una negligencia y a causa de eso, un paciente no había sobrevivido. Su viuda le había rogado que tomase el caso y aunque la anciana no tenía suficiente dinero como para cubrir sus honorarios, había aceptado con gusto que le pagase cuando finalizase el proceso judicial.

Iba a ganar y lo sabía.

En eso pensaba cuando otro coche lo embistió de repente y su visión se volvió negra.

***

Cuando volvió a abrir los ojos, todo era muy confuso. 

Su mente divagaba y no podía enfocar su visión. Además, alguien parecía estar moviéndolo y creyó oír a alguien hablando por teléfono, pero no podía entenderlo. No entendía nada.

No entendía lo que había pasado, estaba conduciendo atravesando Buenos Aires con hastío y de repente otro coche se le había echado encima ... 

¿Había sido un accidente, o...?

Finalmente consiguió enfocar su visión y recuperar su oído. Junto con sus sentidos, le cayó encima todo el dolor que no había sido consciente de estar sintiendo. Había salido expulsado del vehículo, así que estaba todo magullado y el dolor lacerante en su pierna izquierda lo estaba matando. 

Empezó a hiperventilar y a oler a pánico, seguro de que se iba a morir solo, pero entonces unas manos amables se posicionaron en su pecho para inmovilizarlo, un aroma dulce a manzanas y miel llegó a su nariz y una voz profunda lo sacó de su estado de ansiedad.

–Tranquilo, tranquilo –estaba diciendo el hombre que estaba con él– Me llamo Enzo, soy enfermero. No podés moverte ahora, tenés una fractura abierta en la pierna. Te vas a poner bien, estoy aquí con vos, pero tenés que quedarte quieto.

El hombre encima suyo era sin duda un omega, uno que olía bien y parecía alto y bonito. El más hermoso que él había visto, o quizá deliraba.

El omega tenía las manos manchadas de sangre -de su sangre- y de inmediato supo que era el autor del torniquete improvisado en su pierna. No quería mirar hacia abajo y ver el estado de su extremidad inferior porque sabía que entraría en pánico, así que lo miró a él y a sus ojos negros.

Destino [Matienzo - Agustín/Enzo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora