déjame dibujarte

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1781

El frío de la isla británica se calaba en los huesos de Violeta. Acababa de llegar a Gales en barco desde la costa cantábrica y aún le quedaban unas horas más para llegar a la Isla de Man, su destino. Los reyes de New Castle la había contratado para que hiciese un retrato de la mayor de sus hijas, quién según sabía por la madre, iba a casarse pronto. La granadina estaba habituada a que familias de clase alta quisieran que trabajase para ellos, aunque nunca se había encontrado con un contrato tan exigente. Llevaba casi dos días viajando para llegar a la ubicación acordada. La reina Oliver le explicó la urgencia y la necesidad de que fuese en aquella isla deshabitada que
pertenecía a la familia.

La granadina no se opuso, al fin y al cabo, ella solo era una pintora, reconocida más o menos, que se ganaba la vida retratando lo que otros pedían. Y si eso suponía irse a más de dos mil kilómetros de su casa, lo haría. Hacía tiempo que su casa era todas partes, aunque ninguna de ellas era su hogar. Vivía por y para pintar. Su padre le enseñó el arte de pequeña, y desde entonces no soltaba el pincel ni para dormir. Sin embargo, cuando llegó a la casa de la isla, comenzó a dudar de la posibilidad de llevar a cabo su trabajo.

Una muchacha rubia con pinta de sirvienta la recibió y la acomodó. Almudenna se llamaba, era la encargada de cuidar la casa en la que la chica a la que tenía que dibujar y ella se hospedarían hasta que el retrato estuviese acabado.

—¿Cómo que el anterior no pudo pintarla? —preguntó cuando ya llevaban un tiempo conversando.

—Me usó a mí como modelo de cuerpo, porque la princesa Oliver no quería posar. No pudo acabar el retrato. —Dijo sirviendo un plato de sopa.

—¿Y cómo se supone que voy a pintarla si ni siquiera va a posar?

—Deberá hacerlo a escondidas. —Una voz femenina se dejó oir, haciendo que ambas chicas se girasen hacia ella. Su alteza se acercó a ella. —Siento si no es el ambiente de trabajo que esperaba, —la mujer miró a la rubia. —Almudenna, déjenos a solas un momento, por favor.

—Sí, mi alteza. —La chica asintió, abandonando el comedor. Cuando estuvieron solas, Emma volvió a hablar, tomando asiento enfrente de la pintora.

—Verás, permíteme tutearte. —Violeta asintió. —Mi hija no sabe que la vas a pintar. Después de lo que pasó con su hermana... —La mujer tragó saliva. —Ella viene aquí a pasar unos días sola, antes del encuentro con Christofer. El retrato es para él, si le gusta, se casarán. —Violeta sintió un escalofrío. No entendía esos códigos éticos que manejaban las clases altas. Cosas de ricos, pensó.

—¿Ella no sabe que soy pintora? —Preguntó, dudando del plan.

—Para ella, eres su acompañante. Eso lo entenderá. Entiende nuestro miedo a dejarla sola. No te preocupes por eso.

—¿Miedo? ¿De qué? —Se extrañó.

—No te preocupes por eso. —Reiteró, poniendo un tono más serio. La granadina asintió en silencio. —Bien, mañana por la mañana llegará. En unos días volveré para ver cómo va el cuadro. Suerte.

—Gracias alteza.

—Puedes llamarme Emma. —Sonrió. Violeta le devolvió la sonrisa antes de quedarse sola de nuevo.

Acabó de cenar pensando en todo aquello que la mujer le había dicho. Jamás se había enfrentado a un proyecto tan... Exigente. Almudenna la acompañó, cuando acabó de cenar, a la que sería su habitación. La pintora deshizo su pequeña maleta y montó su escondite de trabajo. Un caballete, un par de lienzos y su paleta de colores. Lo colocó perfectamente ordenado en una esquina de la habitación y la cubrió con una cortina. Se puso el camisón de noche y, antes de dormir, llamó a la puerta de la doncella.

del mismo diente de león - kivi's one shotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora