love actually

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Chiara se miraba en el espejo mientras estiraba las pequeñísimas arrugas de su vestido blanco. Giraba la cabeza mientras hacía muecas, buscando la perfección, y luego daba vueltas sobre sí misma, intentando calmar sus nervios. Ruslana entró por la puerta en ese momento.

—Wow... —La pelinegra se giró casi dando un brinco.

—Ay Dios, Rus. ¡Me va a dar algo! —Empezó a caminar por la pequeña habitación.

—Tranquila. Kiks. —La ucraniana llamó su atención. —Todo va a salir genial. Te lo prometo. —La menorquina sonrió nerviosa y Ruslana le tendió la mano. —Venga, te están esperando.

Chiara entró por fin en el gran salón repleto de gente y perfectamente decorado, haciendo que todos los presentes se girasen a verla. Al final del todo, encima del altar, se encontraba su prometida, Índigo, sonriéndole con todo el amor del mundo. Llevaban casi cinco años juntas, y habían decidido que por fin era el momento de celebrar su increíble boda soñada.

Se conocieron en Inglaterra con 17 años gracias a un intercambio. Índigo fue a casa de Chiara, en New Castle, y luego Chiara fue a la de Índigo, en Barcelona. Cuando acabó el curso, la inglesa se mudó a la ciudad catalana. Aprovechó sus estudios de música para entrar en la ESMUC, mientras que Índigo empezaba la carrera de audiovisuales en la UAB. De amigas pasaron a algo más, y de algo más a, cinco años más tarde, encontrarse encima de un altar frente a todos sus familiares y amigos.

Estamos aquí reunidos para unir en santo matrimonio a estas dos mujeres... —El oficiante de boda comenzó a hablar cuando Chiara llegó al altillo.

El discurso no fue muy largo, y los votos tampoco. El hermano pequeño de la pelinegra acercó los anillos con una tierna sonrisa, y antes de irse, le dio un beso en la mejilla a la chica. Se juraron amor eterno y, bajo la feliz mirada de todos, se besaron. Los músicos empezaron a tocar alguna tonta canción de amor. Seguramente una de los Beatles. Pronto, los invitados empezaron a aplaudir, a felicitarles, a abrazarse entre ellos y a secarse las lágrimas de la emoción. Violeta, desde no muy lejos, grababa la escena. Una escena muy concreta, en realidad.

Violeta era la mejor amiga de Índigo desde el bachillerato. Se distanciaron un poco cuando lo del intercambio, ya que pasaron cerca de mes y medio sin verse. Primero porque la rubia se fue a Inglaterra, y luego porque esta estaba demasiado ocupada estando con su nueva amiga de allí. Gracias a cursar la misma carrera, su amistad se reforzó y ya no había nada que las pudiese separar. O casi nada. A la granadina nunca le acabó de caer bien del todo Chiara. Evitaba verla, coincidir con ella, incluso mantener una conversación hasta cuando era incómodo no hacerlo. Pero claro, era la pareja de su mejor amiga. De hecho, ahora era la mujer. Así que no tenía más remedio que callarse y apoyar a Índigo.

El banquete había quedado inaugurado, y los invitados charlaban unos con otros mientras picaban aperitivos demasiado exquisitos como para memorizar sus nombres. Las novias se habían separado hace rato para poder hablar con sus familiares y amigos.

—¿Vas a hacer una película de este día? —Violeta se sobresaltó, cerrando la cámara de vídeo. La rubia rió al ver que la había asustado.

—Bueno, algo tendré que hacer para no aburrirme. —Contestó la granadina. —Enhorabuena, por cierto. —Índigo sonrió y abrazó a su amiga.

—Te quiero mucho, mucho, mucho, mucho. Eres la mejor. —Violeta sonrió en medio del abrazo al escucharla.

—Yo también. —Se separó después de un rato. —Bueno, vete a bailar con tu chica, ¿no? Estáis cada una en una punta del salón. Cualquiera diría que acabáis de casaros. —Ambas chicas rieron.

del mismo diente de león - kivi's one shotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora