cuatro

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Sin salida.

Así se encontraba Toru Watanabe cuando mis hombres lo rodearon después de hacer caer a sus últimos soldados. Me aseguré que le quitaran toda arma, utensilio y cuchillos que cargara encima. 

«Ni frotando con una esponja de acero podrás borrar la marca que he dejado en tu muñequita. Tan rica. Tan sabrosa que se veía temblando debajo de mí... »

Eso fue lo último que me dijo clavando sus gatunos ojos en los míos antes de que tomara su billetera personal y sacara una pequeña foto del bastardo que tenía por hijo.

El color se le fue de la cara. Un gran espectáculo que podría haber disfrutado como condenado, pero la pesadumbre era tanta y la cólera me tenía cegado que, sin pensarlo un solo segundo, saqué mi mechero y lo quemé.

Prendí cenizas a aquella enferma sonrisa del Watanabe menor, que murió bajo mis manos y fue a mí a quien vio en su último respiro.

Toqué una glándula sensible para cuando me quise dar cuenta. Toru se rompió y su jactancia terminó en cuanto esparcí las cenizas en su rostro. Sus palabras aún ardiendo en mi interior cuando Sasha acompañó a mis hombres a llevarlo a nuestras camionetas.


El sonido de la ducha cesó en cuanto puse fin a mis cavilaciones. Pasaron largos minutos que conté en mi cabeza hasta que sentí la cerradura del baño ser abierta y un fatigante calor me envolvió cuando los vapores se extendieron por toda la habitación.

No tuve que alzar la mirada. No necesité levantarme del colchón donde me sentaba porque el olor era inconfundible: jazmín y vainilla.

Estaba entumecido. Arrinconado en mi propia cabeza porque la realidad era horrenda y no quería hacer frente a  ella. Deseé ser una caja de metal. Hueca, vacía y como una roca. Solo así no experimentaría todas las vomitivas e intrusivas sensaciones que me abarcaban. De esa manera, no podría escuchar la voz jactante de aquellos ojos gatunos  burlándose de lo que había causado. De la cicatriz que nos había ocasionado.

De pronto, comenzaron a escucharse sonidos silenciosos, lágrimas lastimeras. Mi alma cayó a pique pero, aún así, no me esforcé por levantar la cabeza, en su lugar, cerré mucho más fuerte mis ojos.

Sentí un crujido en el suelo. Un crack inminente del órgano que comenzó a latir irregularmente desde que la saqué de aquella pocilga. Pese a ello, no me molesté en recoger los pedazos porque sabía que sería inútil. Nada podría enmendarme en estos momentos.

—Necesito saber qué pasó. Y creo que tú también necesitas hablar sobre lo que ocurrió ahí dentro, Lev.

La fatiga llevó martilleándome la cabeza desde que subimos a la camioneta de Sasha y nos trajo hasta la casa de mi Vor. A mi habitación. Al pequeño pero bien equipado cuarto que tenía en el subsuelo de la mansión.

—¿Qué quieres que diga? ¿Que me hizo desnudarme y me puso las manos encima mientras me empujaba sobre una mesa?

Me congelé. Mi mente se turbó y vi la manera en la que sus ojos comenzaron a empañarse

—Oí tus gritos— continuó— escuché cada una de las golpizas que te daban y en lo único que pude pensar fue en cómo podría cubrir la desnudez de mi cuerpo con una sola mano. Porque la otra la tenía encadenada a una mesa.

No quité los ojos de la alfombra arábica del suelo. Un feroz león me devolvía la mirada y parecía a punto de atacarme antes de que en mi garganta comenzase a formarse un gran nudo.

—¿Te...?—no quería ni pronunciar la palabra.

—¿Que si me violó? — se detuvo unos segundos y sorbió su nariz— No. No lo hizo. Pero me dio a elegir: o me desnudaba frente a él o te iba a cortar la mano. ¿Qué crees que elegí, eh?

Wreck © || LizkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora