cinco

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Advertencia: contenido sensible y algo fuerte.


Las puertas del subterráneo de abrieron por sí solas.

En realidad, Kim y un nuevo joven reclutado en nuestras tropas descansaban a cada lateral de la entrada, custodiándola, ambos sumidos en un oscuro silencio pero con la ansias corriendo por sus ojos ante las acciones que estaba por cometer.

Ellos lo sabían. Sasha y Lisa también. Pero el secreto acababa ahí, porque si mi Vor se enterara que tenía bajo mi poder a uno de sus peores enemigos por lo sucedido con su hermana Sasha y que no se lo hubiera hecho saber inmediatamente me buscaría la ruina. Una mucho más sumida y honda que en la que me encontraba, porque entonces me alejaría del país como castigo, y no quería que nada, ni siquiera mi líder, me separara de vuelta de mi Lev. Ni siquiera un poco, ni de cerca.

Por ello, tomé sin vacilar el cigarrillo que me ofreció Kim. No habituaba a fumar para despejar tensiones, pero había algo en mi pecho que me impedía respirar bien. Sabía bien qué era, pero eso no lo hacía menos pesado. Solo el fuego y el humo serían capaces de aliviarlo, al menos un poco antes realizar aquello que tenía pensado hacer.

Con grandes zancadas, llegué a la pocilga sin puerta ni barrotes en la que a penas entraba una luz tenue, que provenía de las largas velas que descansaban en un rincón. La luminiscencia, sin embargo, era potente según por donde se viera, pues nada más poner un pie dentro, me recibió la imagen que tanto llevaba soñando las últimas horas, una imagen que se sentía ajena pero ahora tenía tangible: Toru encadenado de brazos y piernas en una extraña posición en forma de cruz. Sudaba como puerco y la sangre, aunque un poco seca, aún goteaba por sus sienes.

— No creo que un simple balazo sea suficiente—me dijo Kill posándose a mi lado.

Aspiré la nicotina y la dejé escapar de un solo bufido.

—Por supuesto que no. Tengo muchos planes con él y, para ello, necesito que todo el maldito recinto esté cerrado y vacío.

Él asintió y, sin chistar, salió acompañado del muchacho que miraba con horror y cierta fascinación el cuerpo maltrecho de Watanabe. Existía cierto tipo de vulnerabilidad en ver a los nuevos observar este tipo de escenas; la belleza con la que comenzaban a ver todo lo nuevo que nunca antes habían visto, la conocida venganza bañada en sangre. Yo, por mi parte, ni siquiera gozaba en verlo de aquella manera. Unos simples látigos y unos golpes jamás serían suficientes para que cobrase las penurias en las que me mantenía.

¿Podría ser capaz de, algún día, salir del bache negro en el que me encotraba? Uno que me consumía cada que veía a mi Lev. Cada que la oía sollozar o mirarme sin luz en sus ojos.

Porque el cabrón, que balanceaba su cuerpo en medio de una grave tos y haciendo sonar sus cadenas, había destrozado, hecho mierda y robado cada destello de vida que nacía dentro de Lisa.

El humo iba y venía, y así como se iba, daba de pleno en el rostro magullado de Toru, que parecía asfixarse de tan solo respirar aquellas nubes grisáceas que poco a poco llenaban el espacio.

Tosió, y tosió tanto que de su boca comenzó a salir un gran hilo de sangre que caía justo a mis pies.

Tomé el pequeño tubo de papel en mis labios y lo bajé, acercándome al cuerpo que continuaba balanceándose involuntariamente y que continuaba vestido con su traje, tan solo que ahora se hallaba embarrado de tierra, sudor y gotas de sangre.

Se revolcaba. Seguía moviéndose, quizás, intentando liberarse de las ataduras como el cerdo sudoroso y mugriento que era. Así que, para aliviar el escozor que parecía tener, y porque de verdad quería aliviar de alguna forma la atadura enredada en mi pecho, clavé con fuerza el cigarrillo aún prendido en la piel de sus costillas y pecho. Sus ojos se cerraron y tembló, pero de sus labios no salió nada más que un siseo doloroso.

Wreck © || LizkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora