Tres meses pasaron volando.
Meses llenos de fatiga y medicamentos exigidos por Kim para mantener en control mis ataques de ira y, a veces, de ansiedad. Fatiga por cómo habían acontecido las cosas, por cómo de diferente era todo ahora que la calma había regresado.
Pero la calma era eso; calma. Una ausencia latente del caos y la adrenalina, donde lo único que podía respirarse era un aire que me mantenía en silencio gran parte del tiempo.
Durante toda mi vida me vi rodeado de un frenesí constante, de subidones por el trabajo al que dedicaba y que tanto me manchaba de sangre. ¿Sosiego? ¿Serenidad? Dos palabras ajenas en mi vocabulario, porque mi existencia se basaba en dosis constante de borrascas y ventiscas frías pero que, aún así, conseguían llenarme el alma porque sobrevivía a mis días con amenazas y peligros constantes. Por eso, nunca conocí plenamente la "calma". Al menos, no hasta que conocí a Lisa, pero aquella sensación que me invadía cuando me encontraba a su lado la atribuía a mi dosis diaria de frenesí, porque el corazón se me desbocaba y parecía precipitarse, sin embargo, para continuar sintiendo aquello no necesitaba moverme, huir o ejercitarme, porque todo lo hallaba e sus brazos, en sus besos.
Entonces, ahora que hacía frente a esa "calma" de manera directa a penas podía mantenerme sin hacer nada. Sentía la necesidad continua de levantarme, de sembrar caos o practicar con mis dagas en nuestra ala de lanzamiento y tiro.
Tomar pastillas fue también un nuevo reto, porque jamás antes tomé unas, ni para resfrío ni para fiebre. En la escasa educación que recibí de niño se me inculcaba que el cuerpo humano era sabio y, por ende, reponía aquella pérdida de energía que provocaban las enfermedades por sí sola, para retornar a mantenerse en alerta constante. Porque yo, desde muy niño, aprendí a no bajar la retaguardia y a ser un sensor de alertas que amenazaran mi persona.
Aún recordaba la conversación que tuvo Kim con el mismo terapeuta que nos analizaba y visitaba a Lisa y a mí desde lo ocurrido:
—Digamos que su cerebro ha padecido una sobreestimulación por todos los eventos sucedidos. He de suponer que la sangre, el encierro y las cadenas pudieron ser detonantes en la señorita Lisa, por ello considero que su recuperación será más lenta.
—¿Y el señor Jeon? ¿Tendrá una recuperación más rápida? —preguntó unánime Kim — Porque en estas últimas semanas lo vi demasiado inquieto. A veces incluso excediéndose con las prácticas y los ejercicios físicos.
—Como le dije antes, esta sobreestimulación puede derivar a un estado de excitación constante. Y aunque en la señorita Lisa eso no sucedió así porque lo que ella sufre es una estimulación más bien sentimental, en el señor Jeon este exceso de estímulos tuvo consecuencias negativas—el terapeuta pausó antes de poder continuar—. Ahora mismo él lo que busca es seguir ocasionando más... daño. En otras palabras, lo que él quiere es descargar toda esa adrenalina e ira que sigue cargando en otras personas. Usted, joven Kim, puede ser también una de esas personas, así que por favor, asegúrese de que tome estos medicamentos.
No pudo existir nada peor que las miradas asustadizas que me echó Lisa después de aquello. Porque ella, al igual que yo, también recibía un tratamiento.
La que ahora conocía como agorafobia poco a poco iba desvaneciendo la que entonces era mi Lev y el lucero de mis noches y días. Al inicio, la sumió en una depresión que cruda. No salió por casi un mes y medio de aquel cuarto, y siempre que escuchaba mi voz o la de terceros titubeaba y se disculpaba porque quería estar sola, sin nadie hablándole.
Eso cambió con la llegada del terapeuta. Con esfuerzo, y causándome cierto tipo de coraje y desconsuelo, él se convirtió en la única persona que Lisa estaba dispuesta a ver.

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Wreck © || Lizkook
Fiksi Penggemar" Vagarás por el infierno ciego, sordo y mudo. Entonces todos los demonios sabrán que moriste en las manos de Jeon Jungkook, el jodido carnicero de la mafia rusa " Ser secuestrado por la Yakuza podría ser el peor de los males. ¿Pero haberse metido c...