Lisa
Para cuando entré en la bañera, el cielo se hallaba despejado y pintado de celeste.
Si bien mi ducha fue extensa por todos mis sollozos reprimidos y las cortas ensoñaciones que tuve como quimeras tenebrosas, jamás imaginé que al salir me encontraría con el firmamento estrellado y la luna como única luz que iluminaba la oscuridad de la noche.
El Sol había desaparecido y, en su lugar, la luna me observaba desde lo más alto juzgándome. Quizás por mi tardanza, quizás por haber perdido la noción del tiempo tan rápido.
Con lentas caricias secaba mi cabello que poco a poco y por culpa de la ansiedad iba perdiendo. No tardé mucho en tomar la decisión de cortarlo, al menos, hasta que quedara a la altura de mis hombros. Habían aún noches en las que sentía el fuerte tirón que me daba Toru cada que me empotraba la cabeza contra la mesa y pasaba su lengua caliente y mojada por toda mi columna vertebral.
Tuve una pequeña hipótesis sobre la razón por la que aquel recuerdo me martirizaba tanto, y es que, ¿cómo podía ser posible que unos cuantos lengüetazos me torturaran incluso más que el recuerdo de las cadenas y aquel mugroso collar de perro sobre mi cuello? Para mí, era un total misterio que cerré atribuyendo mis pesadillas al hecho de que sentí mi dignidad pisada y escupida, como un desecho sin importancia que Toru se encargó de destruir.
Aquella información me la guardé en lo más profundo de mi ser porque sentía incomprensible que alguien, ni siquiera Jungkook, pudiera aliviarme de las malas quimeras. En realidad era la sensación que aún permanecía bajo mi piel. Siempre que el agua caliente corría por mi columna vertebral al bañarme era como revivir aquellos momentos de pura vulnerabilidad, donde mi peor pesadilla reía mientras lamía como un depredador mi espalda.
Desde entonces, y que a penas pasaron tres letárgicos días, no me he vuelto a duchar con nada más que con agua fría. Agua helada que pudiera hacer a un lado los malos recuerdos de una tortura que sabía que jamás podría borrar de mi memoria.
Y tal vez no solamente por aquello a lo que yo fui sometida, sino también por la angustia en la que en aquellos momentos me encontraba por creer de manera firme que lentamente perdía al hombre de mi vida. Existían noches en las que lo único que escuchaba eran sus gritos roncos y las palizas o golpes que le daban. Incluso a veces me atacaban imágenes suyas de cuando me vio nada más salir de aquel infierno. La rotura en el caparazón que mostraba a todo el mundo, eso era lo que llevaba cargando todo este tiempo: su sentimiento de culpa.
Porque desde entonces no lo he vuelto a ver.
Tras verlo sentado en la cama, derrotado, escuchando como si fuera una tortura cada una de las cosas que relataba y que me hicieron ahí dentro, no lo volví a ver después de que tomara su chaleco naranja y saliera, sin mirar atrás, por la puerta de entrada de la habitación que le otorgó su Vor y que, ahora, me servía de refugio contra el mundo exterior.
En efecto, padecía las secuelas que dejaba un rapto en una mujer. Pensar en la idea de poner un pie en la calle me aterrorizaba, incluso abrir la puerta siquiera unos cuantos centímetros más de los necesarios me acongojaba. Aquellas veces en las que abría la puerta del cuarto solo sucedían cuando era Kim quien se hallaba al otro lado, trayéndome el desayuno, comida y cena, también preguntando por mi salud y, siempre, ofreciéndose a llevarme a cualquier lado que me sacara de aquellas cuatro paredes. Con cada declinación que le daba a su gentil ofrecimiento, veía en sus ojos la pena que sentía por mí. Aunque lo tratara de ocultar bien, me había convertido en una experta leyendo a las personas.
Así que, asegurándome que las ventanas y persianas se encontraran perfectamente cerradas y comprobando que la cerradura de la puerta se hallara bien puesta, tomé la taza de té verde que Kim me había dejado para esa noche. La tomé con cierto cuidado, porque todavía no me acostumbraba al temblor de mis dedos siempre que debía sostener algún objeto delicado y fácil de romper. Esa responsabilidad por no romperlo y hacerlo pedazos al suelo me ponía los pelos de punta. Era aquello lo que me provocaba los temblores porque que la taza cayera al suelo significaba que uno de los hombres de Jungkook debía entrar al cuarto. Y que alguien, tanto hombre como mujer, entrara a la habitación me producía nauseas, la bilis se me subía e incluso me mareaba de solo imaginarlo.
![](https://img.wattpad.com/cover/362597538-288-k522120.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Wreck © || Lizkook
Fiksi Penggemar" Vagarás por el infierno ciego, sordo y mudo. Entonces todos los demonios sabrán que moriste en las manos de Jeon Jungkook, el jodido carnicero de la mafia rusa " Ser secuestrado por la Yakuza podría ser el peor de los males. ¿Pero haberse metido c...