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Un día antes del secuestro


Tuve que soltar un último gruñido antes de poder salirme completamente de su interior.

—Mañana ya es el cumpleaños de Abby —soltó mientras se volteaba a un lado y se arropaba con las sábanas— y todavía no hemos decidido qué regalarle.

Al terminar de hacer el nudo en el preservativo lleno me puse detrás de ella, arropándola también pero con mi cuerpo y con mis besos traviesos en su espalda desnuda.

—Es difícil escoger un buen presente a una niña que ya lo tiene todo.

—Exagerado.

—¿Qué?—pregunté socarrón. Deslicé mis manos todavía heladas por su vientre y sentí inmediatamente su piel erizada incluso después de que las subiese y terminase cubriendo uno de sus pechos con mi mano; mi forma favorita de dormir— Como si no fuera verdad. Esa niña es más mimada con cada día que pasa y nosotros no hacemos nada más que consentirla el triple.

— Si te encanta consentirla.

— Es decir... sí. Pero no está mal cambiar de hábitos por una vez en la vida.

Las luces se apagaron por obra suya. A penas tuve tiempo de ver el reloj y descubrir que eran ya las cuatro y cuarto de la madrugada.

— Eso recuérdamelo cuando seas padre. No spoiled kids in this house— pronunció con cierto acento inglés y yo amasé cariñosamente la masa de su montículo— ¿No es ese el lema que cargas en tu camiseta favorita?

Sus palabras se vieron interrumpidas por el bostezo que soltó y que terminó contagiándome.

— Eso solo aplica a renacuajos que no son de mi sangre.

— Abby es tu sobrina.

Chasqueé con mi lengua.

—Mi descendencia no aplica a esa norma. Punto. Los mimaré cuando y de la manera que yo quiera. Ahora duerme.

No hubo otra respuesta más que una risa ronca por su parte.

La luz velada de la luna se colaba por entre los pliegues de las cortinas de nuestro pequeño balcón; me impedía conciliar el sueño. Así que me entretuve acariciando de arriba a abajo su brazo con mi mano libre.

En esos momentos lo único que percibía solamente era el respirar calmado de mi Lev, que dormía plácidamente y envuelta entre mis brazos.

Cerré los ojos, demasiado cansado como para mantenerme aún despierto cuando faltaban a penas unas tres o cuatro horas antes de salir de nuevo del calor de la cama.

A lo lejos, creí escuchar dos metales chocar entre sí, sin embargo, mis ojos nunca se abrieron.

Atribuí ese extraño ruido a mis ensoñaciones nocturnas. Porque, después, no volvió a repetirse.

Creo que soñé demasiadas cosas en un solo rato.

Vi rostros demacrados, miembros descompuestos y el miedo pululando en medio del oscuro cuarto en el que me encontraba y conocía tan bien.

La cueva. La caverna donde ocurría todo lo que mis manos mejor sabían hacer.

En mis quimeras ese lugar siempre olía a podredumbre. Nada nuevo, pues siempre me mostraba al corriente de ese pudor cada que me adentraba ahí, y los rostros que veía eran casi difusos, no los distinguía bien.

Solo que en ese sueño fue distinto, porque la persona que se encontraba cautiva en mi madriguera no era desconocida. Y el lugar no olía a sangre podrida, sino más bien a carbón y madera quemada.

—¡Ayuda! ¡Por favor, alguien sáqueme de aquí!— gritaba él con desespero plasmado en cada una de sus facciones.

Yo me encontraba parado delante, cubierto con mi traje negro de cuero falso y sujetando una larga barra metálica con la punta hecha de madera.

—Deja de joder con tanta chilladera que aquí nadie puede oírte.

— Psicópata—escupió con la boca llena de sangre y un diente colgando—¡Eres un demente y no tienes ni puta idea de a lo que te estás enfrentando.

—Porque sé con la clase de basura que estoy tratando es que hago todo esto.

Movió irrefrenablemente la cadena en su cuello y las dos que lo sujetaban del techo por mancuerdas.

—Es mi trabajo —fue lo que dije mientras acercaba aquel trozo de madera que sostenía a las brasas que había encendido minutos antes—; torturo bestias que incumplen su palabra y que son tan poco hombres que se aprovechan de sus narcóticos para forzar a mujeres —vi el fuego arder en el leño y no hice más que contemplarlo por un largo rato—. Y lo mejor es que me pagan por ello, ¿no es genial?

Los gritos fueron brutales.

El sufrimiento, el pavor y las súplicas fueron como un manjar recién caído del cielo que no dudé en absorber en tanto que apretaba aquella barra caliente contra sus pectorales y el pedazo de carne que colgaba entre sus piernas.

Pude saborear por segunda vez aquel día. En realidad, fue la tercera vez consecutiva que soñaba con ello y lo gratificante seguía vigente.

Dar muerte al hijo del peor enemigo de mi jefe. Nada sonaba tan hermoso como eso.

Lo siguiente tan solo fueron imágenes mías paseando en mi moto y con una pistola en mano. Todo el tiempo sintiendo calor por tanto movimiento. Me pareció, incluso, haber torturado a alguien más. Todavía con ese fascinante olor a quemado.

Abrasador. Podría haber ardido en llamas fácilmente porque todo lo que sentía en aquellos episodios oníricos era calor. Un calor flamante.

Hasta que todo se desvaneció. Y en la lejanía volví a escuchar metales chocar entre sí.

Quise despertar, pero el sueño me tenía envuelto y tan solo pude juntar mis cejas ante aquel insistente ruido de pasos moviéndose.

No distinguía lo real de lo irreal. En el fondo de mi cabeza aún tenía plasmada aquellas quemaduras que creé en el bastardo de Watanabe.

Era imposible. Mis ojos no se abrían y el olor a quemado aún perduraba.

—Silencio perra —demandó alguien. Un hombre— o te amordazo.

El calor escurrió por mi piel. Realmente sentí esas brasas congelarse hasta dejar mi cuerpo templado. Un halo frío me bañó entero.

—Que despierte. Que se levante y vea cómo estás.

Más voces. Una después de otra.

Y de no ser por el gélido metal que se posó sobre mi sien creo que jamás hubiera despertado.

Mis párpados se abrieron de golpe. No tuve que razonarlo ni dos veces para caer en cuenta de que era un arma lo que tenía apuntándome la cabeza.

—A ver si así captas que la Yakuza no es ningún juego.

La realidad me golpeó de frente.

Vi en primer plano a un encapuchado sujetando bruscamente a mi novia. Arrodillada. Vendada de los ojos y con las manos en la espalda.

El arma que apretaba el lado izquierdo de mi frente fue recargada. Un impulso más y me la incrustaba en la cabeza, literalmente.

De un momento a otro todo lo que me rodeaba se tiñó de negro, no veía absolutamente nada, y un fuerte olor a alcohol y otro químico me mareó. Lo único que escuché fue un gemido agudo interrumpido por un golpe. Solo así sentí algo en mi interior quebrar.

Porque sabía de dónde provenía ese corto grito. Y por mucho que lo intentase mi cabeza comenzó a dar vueltas. Muchas vueltas, en realidad. Hasta tal punto que las voces se distorsionaron y lo último que percibí fue una sacudida y la voz de mi Lev gritando mi nombre.

Después, caí inconsciente.



Wreck © || LizkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora