Capítulo 2

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Un regalo de Dios

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Un regalo de Dios.

Verdaderamente creía esas tonterías. La atravesó con una dura mirada. Ella sonrió como si fuera una mirada cariñosa. Cerró los ojos e instantáneamente notó que le latía la cabeza. Lo que no era de extrañar. Había caído sobre ella.

Mientras sus amigos podrían haberle sugerido que su cuerpo se estaba rebelando contra todo el brandy que había vertido en su interior, sabía que no era así. Con la testarudez de un buey inglés, miró el rostro de la diablilla y pensó que ella podría causarle un dolor de cabeza a cualquiera.

Aquí estaban, encerrados en la bodega de un barco contrabandista, probablemente de camino a Francia, donde Napoleón andaba suelto y pregonando nuevamente la guerra. Mientras tanto la diablilla estaba sentada a sólo unos pies de distancia con las manos propiamente dobladas sobre el regazo, balbuceando acerca de regalos de Dios y parloteando minucias como si estuvieran a punto de tomar el té.

Ciertamente qué imagen. La vio sacudirse la arena del manchado dobladillo del vestido azul. Su capa colgaba de uno de sus hombros y tenía el cabello color rubio dorado cayendo en una salvaje y rizada melena. Se veía tan enmarañado como su mente. Y estaba más que familiarizado con la forma en que le funcionaba la mente. El enamoramiento que sentía por él era descarado y sólo traía problemas: lo espiaba desde los árboles, lo rescataba de duelos, urdía situaciones que su mente furtiva pensaba que le impresionarían. Era una cosita tenaz.

La volvió a mirar y vio algo que no quería ver: su corazón permanecía allí expuesto. Y eso lo ponía más incómodo que cruzarse con la más vulgar coqueta de Londres. Aun asía diferencia de esas coquetas experimentadas, no había artificio en su mirada, no se veía esa tan conocida expresión de ven-aquí que la mayoría de las damas inglesas practicaban frente al espejo durante largas horas, y la mayoría de los hombres ingleses fingían para su mejor conveniencia.

No conocía esos juegos, y él no sabía como tratarla. Su rostro no escondía secretos, ya él no le interesaba lo que veía en él. Adoración. Inocencia y honestidad. Era demasiado honesta, demasiado sincera, rasgos que eran extraños en la sociedad inglesa.

La honestidad había sido la raíz de una de las primeras olas de cotilleo que había provocado al acercarse inocentemente a su tía durante una partida de cartas y anunciar ante la mesa entera que pensaba que Almack´s era aburrido como una tostada seca y que Sally Jersey, aunque ciertamente era una reina de la tragedia, no era ni la mitad de mal educada y despótica como su tía había implicado. Lady Jersey había estado jugandoa las cartas en una mesa que estaba a sus espaldas.

La diablilla sólo había dicho en voz alta lo que todo el mundo pensaba pero nunca se había atrevido a decir. Escogieron no darle la bienvenida porque no encajaba en el molde que la sociedad admitía. Ahora esta era una imagen interesante, pensó irónicamente.

La diablilla Tsukino dentro de un molde. Probablemente rompería la endemoniada cosa, y si era pesado, enormemente pesado, no le cabía la menor duda de que aterrizaría sobre él. Volvió la mirada hacia ella y se sorprendió por el contraste que había entre lo que veíay lo que sabía. Sentada allí como estaba, con los sentimientos al desnudo para que todo el mundo los viera, nadie creería que pudiera desatar tales desastres.

Soñando (2° libro de brujas) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora