El sol de la mañana iluminaba las calles de Nueva Orleans cuando Vanessa se encontró esperando frente al estudio de radio donde trabajaba Alastor. Con una mezcla de anticipación y diversión, estaba dispuesta a cumplir el trato que habían hecho el día anterior durante la inauguración del hospital. La declaración del locutor de ser su pretendiente había sacado de sus casillas a su querido padre, una escena que recordaba con una sonrisa interna.
Mientras aguardaba, reflexionaba sobre la reacción de su padre. Para su sorpresa, él le había dado carta blanca para hacer lo que quisiera. "La gente va a hablar", pensó, "por supuesto que lo hará". Era consciente de que las personas, en su aburrimiento, prefieren inmiscuirse en la vida de los demás en lugar de ocuparse de la suya propia.
Ya lo estaban haciendo. Vanessa había escuchado varios comentarios sobre su interacción con el locutor el día anterior. Los mayores murmuraban sobre la diferencia de clase entre ellos, las chicas jóvenes ardían de envidia por no poder hablar con él, y los muchachos se lamentaban por no poder acercarse a ella. Pero ella los veía a todos iguales: estirados, sin sentido del humor y con solo el dinero y la clase social en la cabeza.
Por eso le llamaba la atención Alastor. Era alguien de procedencia humilde, pero todo un caballero, y el único que la había hecho reír genuinamente. Miró su reloj: las 7:07, más o menos la hora a la que suelen terminar las retransmisiones del locutor.
No lo admitiría, pero durante la semana que no le dejaron salir, había escuchado su emisora de radio. Le gustaron mucho sus programas y admiraba cómo sacaba a relucir todo su carisma en ellos. De repente, escuchó ruido al otro lado de la puerta y vio cómo se abría.
— Hola, locutor humilde. ¿Qué tal le ha ido?— Saludó Vanessa, sobresaltando ligeramente a Alastor, quien claramente no esperaba esa visita.
— ¡Vaya! La niña rica, jaja. ¿Cómo está, querida? ¿Qué le trae por aquí?— Respondió él, sonriendo al escuchar el apodo que le había puesto esa noche.
— Parece que aparte de humilde tiene poca memoria. ¿No se acuerda del trato que hicimos ayer? Me toca invitarle esta vez— Dijo ella, con un toque de diversión en su voz.
— ¿Entonces gané yo?— Rió él, visiblemente divertido por la situación.
— Eso parece. Fue una buena ocurrencia decir que sería mi pretendiente. Nunca se me habría ocurrido, y definitivamente hizo que mi padre casi perdiera los estribos— Vanessa también rió, recordando la expresión de su padre.
— Al final fue bastante divertido, aunque tuve un poco de miedo por su reacción. Bueno, ¿Vamos, querida?— Alastor posicionó su brazo para que ella se sujetara de él. Ella se quedó mirando extrañada un momento.
— Supuestamente soy su pretendiente, así que me tendré que comportar como tal. Ambos sabemos que la gente habla mucho— Explicó él con una sonrisa pícara.
— ¿Así que quieres continuar con la actuación?— Vanessa se encogió de hombros y se agarró a su brazo, decidiendo seguirle el juego.
— ¿Por qué no? Supongo que iremos al mismo lugar en donde nos conocimos— Sugirió él mientras empezaban a caminar.
— He oído que esta noche harán una fiesta ahí. ¿Le gustan las fiestas, señor locutor?— Preguntó ella, curiosa por conocer más sobre su acompañante.
— Me encantan. Nada como una noche divertida de baile y jazz alegre para liberar estrés. ¿Puedo hacerle una pregunta?—Respondió él, su voz llena de entusiasmo.
— ¿No me la está haciendo ya?— Bromeó Vanessa, manteniendo su expresión neutral a pesar de la diversión que sentía internamente.
Alastor rió ante la situación.— Tiene razón, querida. Me limitaré a preguntar y ya está a partir de ahora. Así que dígame, ¿Cómo es que conoce el local donde nos conocimos?
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Pacto de almas (Alastor y tu)
Fiksi PenggemarNueva Orleans, 1924, un carismático locutor de radio con un pasatiempo fuera de lo común y una medico de buena familia que hacia horas extras en los negocios turbios de su padre, el siempre estaba sonriendo, ella jamás lo hacia, ambos con una vida a...