El principio de todo

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-12 años atrás-

El caramelo era demasiado dulce para su gusto, pero aquel día le supo a cielo. Eclipsó todo el regusto ácido de su boca y eliminó aquella fatiga que se había instalado en su esófago. Cuando Suguru salió del baño, aun jugando con aquella pelota dulce en su boca, pasó su mirada por el pasillo. Los alumnos y alumnas, todos con sus uniformes personalizados, limpios, sin ninguna arruga, charlando entre ellos con una exagerada gesticulación como si quisieran dar énfasis a todo lo que decían. Quiso intentar averiguar la identidad del chico que le había salvado de su soledad en aquel día. Porque sí, podría haberse comprado cualquier cosa en alguna de las máquinas en los pasillos para quitarse el sabor pero, saber que a alguien le había importado lo suficiente como para dejar aquel caramelo, le hacía sentirse comprendido. Era un gesto simbólico, pensaba. Poco a poco, el pasillo se fue vaciando, indicando que debería entrar en su clase aunque aún no haya sonado la campana.

El aula no desencajada con la estética del lugar, aunque era más simple. Quizás la falta de decoración se debía a evitar que los estudiantes se distraigan o para disminuir el ruido visual. Su vista se dirigió a la fila pegada a las ventanas, su favorita. La de él y la de muchos, intuyó al verla llena. Luego buscó por el medio, no quería sentarse demasiado delante y que pensasen que era un cerebrito, o muy detrás y que pensasen que era muy pasota. Lamentablemente, estaban todos los asientos ocupados. Genial. Igual por esto los otros alumnos, más experimentados que él, entraron antes. Solo le quedaba delante o detrás. ¿Prefería ganarse la etiqueta de cerebrito o pasota?

Sacudió su cabeza, como si aquello despegase los pensamiento de su mente. El no era así. No le importaba si pensaban que era un cerebrito o un pasota. El era Suguru y ya. Si alguien no quería conocerle al prejuzgarle en el sitio donde se sentaba, no valdría la pena. ¿Y qué si era algo de eso? Prefería sentarse delante, y ver mejor la pizarra, y escuchar claro al profesor. Además eso le incitaría a prestar atención, necesitaba muy buenas calificaciones para mantener su plaza allí. Si eso lo hacía ser un cerebrito, lo sería y con mucho orgullo.

Se repetía aquello como un mantra, intentando mostrarse confiado mientras se dirige al asiento de la primera fila más cercano a la puerta. Pero lo cierto es que escuchaba sus palpitaciones en los oídos. Se sentó y dirigió su mirada a la puerta, esperando que entrase Shoko. O por si, por arte de magia, adivinaba quien era el chico de los caramelos. Sonó el timbre, y entraron más alumnos y alumnas.

Entonces, la figura de Shoko apareció junto a lo que podría ser un ángel. La encarnación del cielo. Un paisaje nevado hecho persona.

"Ah, este es el tío del que te he hablado." Le dijo, dirigiéndose hacia él. Mierda, iba a hablar con él y definitivamente no estaba preparado. "Hola, Suguru. Has sobrevivido al pasillo, enhorabuena."

Si, lo había hecho. Con ciertos inconvenientes pero lo había hecho. Lo que no sabía era si iba a sobrevivir a la presencia de aquel chico. Era alto, casi tanto como él. Su pelo, revuelto y con un flequillo que obviamente se cortaba él mismo, era blanco. Pero no blanco como las canas, ni como el tono que se consigue tras muchas decoloraciones. Blanco, natural, no podía verle las raíces. Y tenía brillo, parecía muy suave. Las cejas, también lo eran. No podía hablar de sus ojos, llevaba unas gafas oscuras y redondas que los ocultaban. Pero si era albino, igual eran lilas o azules. Esperaba que las llevase por la sensibilidad a la luz y no porque fuera ciego. Su piel era pálida. Y sus labios, puestos en una sonrisa ladeada, parecían hacer contraste con esta, resaltando el rojo natural. Los abrió, definitivamente iba a hablarle. Se preguntó por cómo sería su voz. Si seria grave, o aguda. Y por cómo se expresaría. Si usaría palabras formales, o informales. Se preguntó por qué le diría. Si le saludaría, si se presentaría o si....

Recuérdate (Satosugu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora