Capítulo 1 - Sanji

1.1K 63 24
                                    

- ... Mi nombre. – Susurró.

Todo estaba oscuro, le daba la sensación de que había dormido muchas horas, no recordaba lo que había soñado y aun así supo que tenía una sonrisa dibujada en los labios. ¿Quién le había llamado para que se le formase una aún en sueños y que se mantuviese al despertar?

Se incorporó en la cama hasta quedar sentado y observar alrededor, era su habitación. Colcha azul con un par de rayas horizontales al final y sábanas suaves blancas que le invitaban a quedarse un rato más, sin embargo, Sanji rechazó la oferta y subió la persiana para iluminar la estancia, había todo tipo de cosas a las que no prestó demasiada atención salvo el armario del cual sacó la ropa limpia que se puso tras darse una ducha, unos pantalones negros y una camisa azul celeste que dejó los dos últimos botones de arriba abiertos.

- Perfecto. – le dijo al reflejo que había en el espejo con una magnifica sonrisa.

Bajó las escaleras al compás de una canción que estaba tarareando con los labios y llegó a la cocina que estaba vacía, lo celebró en silencio y comenzó a sacar toda clase de ingredientes del frigorífico y de la despensa. La noche anterior dejó un bol de masa que había dejado reposar para poder preparar algo de repostería para el desayuno.

Encendió el horno, amasó, troceó, y un sinfín de cosas más dejando que los deliciosos croissants se fuesen dorando y el delicioso olor se distribuyese por el lugar.

- ¿Quién te ha dado permiso para cocinar, enano? – gruñó una voz que bien conocía.

- Buenos días para ti también, viejo. – saludó enseñando su hilera de dientes mientras preparaba el café – Cada día estás más gruñón, no hay quien te aguante.

- Y tú cada día más descarado, berenjenita.

- ¡Argh, no me llames así! – le espetó poniendo delante de él uno de sus croissants con mermelada de higo y arándanos que sabía que tanto le gustaba – Mastica despacio, viejo, que ya tienes una edad y.... ¡Ouch! – se quejó ante la repentina patada en el trasero que le propinó Zeff - ¡Viejo de mierda, a que viene eso? ¿Qué pasa? ¿Ya estás senil o qué?

- ¡Renacuajo insolente, voy a darle tal paliza a tu huesudo trasero que podré echárselo de comer a los perros! Que seguro que lo preferirán antes que esta mierda que dices tú ser un croissant.

- ¡Eso sí que no te lo perdono, mis croissants son de lo mejor que has probado en tu vida, si hasta se te saltaron las lágrimas la última vez que los comiste!

- ¡De lo mal que sabían, obvio!

- ¡Mentira! ¡Retíralo de inmediato! – le tiró del bigote.

- ¡Jamás! – el mayor le tiró de la oreja - ¡Un hombre jamás se retracta de su palabra!

- ¿Ya están discutiendo los cocineros de buena mañana? – preguntó una voz mientras bajaba la escalera.

Los dos pararon y se soltaron de inmediato, podían estar horas enganchados en discusiones absurdas en la que ninguno daba su brazo a torcer, pero cuando ella interfería hasta ahí quedaba el asunto. Una mujer de complexión delgada, ataviada por una falda rosa y una blusa color crema, llegó hasta ellos y les lanzó una mirada llena de ternura, esos ojos azules cobalto, celeste, de todos los matices, al iguales que su hijo, se posaron en ambos, apartó su pelo rubio dorado que colocó detrás de su oreja y les dedicó una sonrisa que podría amansar a cualquiera.

- Me encanta que mi presencia os asuste tanto. – Se burló ella al sentarse.

- Bien sabes que no es por eso, Sora. – le dio un casto beso en la mejilla que ella devolvió – Buenos días, mi amor.

El cocinero que lo tenía todoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora