Perdóname, Phoebe.

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Mataría por ti, viviría por ti porque morir, morir es demasiado fácil.

 Astra.

El seudo-animal callo de bruces al piso, las garras se clavaban en el comienzo de lo que era la larga madera de la entrada, los ojos azules eran completamente obscuros como un pozo, un pozo total lleno de ira y desesperación. Los colmillos se enterraban en sus labios menores y el aroma de la dulce estela de su Omega estaba por todos lados en esa instalación. Entonces se levantó un hombre hecho una bestia, humana y a la vez tan animal.

No sabía que mierda sucedía, sentía la ira y el dolor atravesarle el maldito corazón y miedo, mucho miedo, como si la tira que uniera el corazón de el lobo hambriento y su adorable zorrito estuviera siendo raspado con el filo de un cuchillo.

—¡Orión! Mierda— La mujer de cabellos color chocolate intentaba interponerse en su camino hasta que lo noto, noto las garras y lo profundo de esos ojos azabache parar en ellos—Astra, Astra tienes que calmarte Phoebe esta bien—

Phoebe. Omega, su Omega.

¿Esta bien?

gruñidos salieron desde lo profundo de su garganta y su mano la empujo, tan fuerte que callo de bruces al suelo. El olor.

Girasoles.

Su cuerpo lo llevo corriendo entre los pasillos, empujando lo que se atravesara en su camino hacía su deliciosa mitad.

Miedo.

Terror.

Ira.

La bestia pedía sangre de lo que sea que hubiera puesto así la conexión, desconocía la fuente de lo que sucedía pero nadie lo preparo para la escena que tenía delante de él al arremeter contra la puerta, veía con atención a la pelirroja, sus anchas y deliciosas caderas embutidas en esa pequeña falda que se ceñía a su enorme trasero, sus marcas seguían en esos muslos blanquecinos, su abdomen a la perfecta vista luciendo ese precioso vientre todavía sin hinchar con su semilla, el top abrazando su torso, sus pechos y sus delicados ojos verdes mirando a alguien más, entonces allí lo vio.

La cara enrojecida en una sola mejilla del beta.

Manos en las mejillas de su pareja, lagrimas en la comisura de sus hermosos ojos.

Manos blancas, cabello rubio y un olor particularmente débil para él a madera, a manzano.

El Beta aparto sus manos en lo que escucho el gutural de la bestia, mirándolo perplejo, la atmosfera se lleno del olor espeso del miedo y entonces ambos bestia y humano estaban de acuerdo en un solo objetivo, destirpar la amenaza.

Phoebe quería llorar pero se trago cada lagrima que arremolinaba y amenazaba con salir de ella, quería decirle a sus pies que se movieran, gritar, ordenar pero nada sucedía estaba pasmada, su Omega se retorcía dentro de ella por la llegada de su macho protector pero todo lo que el resto de ella sentía era miedo, un miedo terrible porque la bestia destripara a Milo, un miedo terrible porque descubriera que mierda había sucedido, que supiera que el la había besado y ella tardo un par de segundos antes de separarlo, de abofetearle.

—General, no es lo que parece— la voz del rubio sonaba acojonada, su cuerpo se puso en una pose de defensa que contrario a apaciguar los instintos de Astra hicieron que se pusiera más alerta —Phoebe ponte detrás de mí, no dejare que te haga daño. Te lo prometo— tenía que protegerla el la estaba arrastrado a esto.

Las cejas de Astra debieron llegar hasta el cielo porque ese simple ser aún tenía las agallas de ordenarle a su Omega, suya, suya, suya. Maldita sea, tenía que cortarle las putas manos, la situación pendía de un hilo, se escucharon los murmullos y pasos detrás de él y luego el grito de alguien pero sus ojos estaban en lo único que le interesaba, su mujer.

Un zorro para un loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora