Capitulo 31

110 15 0
                                    

Mar solo ha tocado una vez desde que me mudé, así que cuando abro la puerta y ella está parada ahí sé que algo está mal. Puedo decir que está molesta. Su postura en el porche es desafiante. Está cabreada y no sé lo que hice, pero sé que su rabia es por mi culpa.

Salir al porche es probablemente la cosa más estúpida que he hecho en toda la semana. Hace frío, está nevando y no estoy usando ni calcetines ni zapatos. No podría importarme menos el no cargar puesta una chaqueta. Estoy tratando de ser serio con ella cuando lo único que quiero hacer es correr de regreso al calor de mi casa.

No hay nada más frustrante que una mujer que no te dice lo que está mal cuando se lo preguntas. Quiero agarrarla y sacudirla hasta sacarle la respuesta. Ella está de pie frente a mí, con los hombros encorvados, negándose a mirarme, a mostrarme sus hermosos ojos que puedo leer como un libro abierto.

Rasgo el sobre manila que ella golpea contra mi pecho. Mis ojos dan un vistazo a palabras como custodia, visita, manutención, y residente de California. La última página acaba conmigo: dice que estoy solicitando una prueba de paternidad para determinar si el menor conocido como Cristobal  Esposito es mi hijo.

Mar cruza los brazos sobre su sección media como si hubiese sido golpeada repetidamente. No se molesta en limpiar las lágrimas que han comenzado a caer en cascada por su hermoso rostro, ahora marcado por el engaño con mi nombre incluido. No es de extrañar que quiera llevarse a Cris. Le dije que nunca lo alejaría de ella y estos papeles le están diciendo que lo hago.

Esto no es lo que quiero. Quiero que seamos una familia. Nunca siquiera pensé en esto cuando me enteré de Cris. Ni en un millón de años me pasó esa idea por la mente.

—¿De dónde sacaste esto? —exijo. Agarro los papeles, arrugándolos en mi mano mientras los sacudo. Ella pone los ojos en blanco y se aparta de mí, haciéndome enojar aún más.

—Solo quiero recoger a Cris y volver a casa.

—Respóndeme.

Ella niega con la cabeza.

—¡Solo dame a mi hijo! —grita, con las manos al instante cubriendo su rostro.

No puedo, no lo haré. No entregaré a Cris sin tener las respuestas que quiero de ella. La agarro del brazo y tiro de ella al interior de la casa. Ella se resiste, lucha contra mí mientras la arrastro por la cocina y por las escaleras a mi estudio. Es una habitación insonorizada así que podremos chillar y gritarnos el uno al otro y Cris no nos oirá.

La empujo a la habitación y cierro la puerta de golpe, bloqueándola tras nosotros.

—¿Quién te dio esos condenados papeles, Mariana? —Odio decir su nombre completo, pero eso atrae su atención. Ella me mira, decidida.

—Sabes, pensé que podríamos trabajar en este asunto de la paternidad compartida, pero estaba equivocada. No quiero tu dinero, Peter. No lo necesito. Cris y yo nos las hemos arreglado todo este tiempo por nuestra cuenta, así que no tienes que preocuparte por exprimiéndote.

—Mar...

—No, déjame terminar. —Ella levanta la mano, alejándose de mí, tanto como le es posible.

—¡No! —le grito—. No lo haré. Dime quién te dio esos malditos papeles. No tienen estampilla así que sé que fueron entregados en persona. Realmente estoy a punto de perder mi mierda aquí, así que simplemente dímelo ya.

—¿Qué importa eso?

—¡Porque es una maldita mentira! —grito—. No hice esto. No quiero esto. No quiero alejar a Cris de ti o de Beaumont.

La acecho y la empujo contra la pared. Mi cuerpo está presionado contra el suyo, mientras mi mano acuna su rostro suavemente. No quiero hacer nada más que besarla. Arrancar todas las voluminosas capas de ropa de invierno fuera de su cuerpo y sentir su piel contra la mía.

—Amo a nuestro hijo, Mar. Lo amo tanto. Nunca haría nada para lastimarlo y alejarlo de ti haría eso. —Trato de calmarme. Sé quién está detrás de esto, y para mí esta es la gota que derramó el vaso.

—Su nombre es Mery —dice en voz tan baja que casi no la escucho, pero captar Mery escapando de sus labios es toda la respuesta que necesito.

—Escúchame —digo, levantando su barbilla de modo que esté mirándome—. Compré esta casa contigo en mente. Estoy aquí porque aquí es donde está mi familia, tú y Cris. Quiero estar con ustedes. Mery es mi mánager y claramente ha sobrepasado sus límites. No sé cómo sabe acerca de Cris, pero lo averiguaré. La última cosa que quiero hacer es hacerte daño. Te amo, Lali.

—Por favor, no te lo lleves —ruega ella. Odio verla llorar. Odio la mirada de desesperación en su rostro. Voy a matar a Mery por hacerle esto a Mar... a nosotros. No necesitamos este drama en nuestras vidas.

Empujo unos cuantos mechones de cabello suelto detrás de su oreja. Ella se inclina hacia mi toque, frotando su mejilla contra mi áspera palma. No puedo resistirlo. Beso sus lágrimas hasta que encuentro su boca. Pongo tres besos a lo largo de sus labios, los dos primeros en las esquinas antes de probar su reacción en el medio. Ella es receptiva. Sus manos me halan hacia adelante, más cerca.

Me detengo demasiado pronto para los dos. La deseo, pero no así.

—¿No me deseas? —susurra contra mis labios.

—Lo hago, demasiado, pero no así. No en mi estudio donde Cris puede vernos. —Me alejo de ella y miro a sus hermosos ojos castaños—. Quiero cada parte de ti en mi vida, Lali, cuando estés lista.

Caminamos de regreso arriba tomados de la mano, dejando los papeles en mi estudio. Me encargaré de ellos más tarde. Lo primero que necesito hacer es llamar a mi abogado y hacer que los anule. Ni siquiera sé qué hacer respecto a Mery. Otra pregunta para mi abogado es si puedo despedirla. ¿Cuánto me va a costar salir de este contrato? Ella ha ido demasiado lejos esta vez.

Cris y yo comenzamos a armar el árbol, centrándolo frente al gran ventanal que da a la calle. Mar llega, con el rostro reservado. Conozco cada expresión que tiene y esta es vacilante, como si estuviera caminando sobre cáscaras de huevo. Tengo que arreglar esto y rápido.

Inclino el árbol a propósito. Cuando ella resopla, volteo la cabeza y oculto mi sonrisa. Ella empieza a darnos órdenes, diciéndonos que si a la derecha, a la izquierda y finalmente lanza las manos al aire cuando no la escuchamos. Nos deja a nosotros los hombres la dura tarea de hacer que nuestro árbol permanezca derecho, mientras va a la cocina y trabaja en la preparación de aperitivos para esta noche. Eugenia, las niñas, Tacho y Mateo estarán aquí dentro de poco para nuestra fiesta de decoración.

Los hombres Lanzani no tendremos nada de eso. Cris y yo la seguimos sigilosamente a la cocina. Él la ataca por un lado, y yo por el otro. Cuando ella grita empezamos a reír. No puedo evitar besarla. Oigo a Cris reír disimuladamente y alejarse, así que la beso de nuevo. Sé que no debería, pero no puedo evitarlo, la amo.

La beso una tercera vez brevemente en los labios cuando la puerta se abre de golpe. Eugenia le grita a las niñas que sean respetuosas. Mar me empuja lejos. Eso debería herir mis sentimientos, pero no es así. Sé que ella quiere centrarse en Eugenia durante los días festivos. Tomo la decisión de empezar a enamorar a mi chica. Ella necesita ser cortejada.

Cuando Mar y yo llevamos la comida a la sala, los niños, como buitres, atacan de inmediato. Los dejo para ir a abrir la puerta. Tacho y Mateo están ahí de pie, cada uno sujetando un ramo de flores.

—No debiste haberte molestado —digo, estirándome por las flores.

—Bueno, tú eres una bestia sexy —dice Tacho mientras sacude sus pestañas. Los invito a entrar y los dirijo hacia la fiesta. Mar y Eugenia levantan la mirada y sonríen cuando entramos.

—Esta es mi Mar y nuestro hijo, Cris. —Señalo a Cris quien mira brevemente y saluda con la mano.

—Encantada de conocerte, Tacho. Hola Mateo —dice Mar, inclinándose a su nivel.

Mateo la saluda con la mano mientras se acerca unos centímetros más a su padre, pero le tiende a Mar el ramo de flores.

—Sabes que es una florista, ¿verdad?

—Cállate, Peter. ¡Son preciosas! Gracias, Mateo. —Mar me mira como si estuviera en algún tipo de problema. En cierto modo me gustaría haberme aprovechado de ella abajo si va a mirarme así.

—Tacho, ésta es nuestra amiga, Eugenia, y sus hijas, Aleli y luz. — Las dos chicas miran y sonríen antes de volver a ordenar los adornos.

Eugenia estrecha la mano de Tacho y en cámara lenta, él le entrega el ramo. Ella acepta las flores, acercándola de modo que pueda inhalar su olor. Los ojos de ella miran hacia los suyos, con la mano de él aun sosteniendo el ramo.

—Hola —dice él como si acabara correr ocho kilómetros.

—Mierda —digo, sacudiendo la cabeza. Mar mira de ellos hacia mí, con los ojos ensanchados.

Palmeo a Tacho en el hombro y me río. Él se tambalea hacia adelante antes de recomponerse, sin apartar los ojos de Eugenia. La Navidad oficialmente acaba de ponerse interesante.

Siempre serás para mi Donde viven las historias. Descúbrelo ahora