CAPÍTULO I

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¡Ya no le quedaban más lágrimas!

Sentía como el dolor se extendía en su cuerpo, como si vertieran algo hirviendo por sus venas, como si su pecho fuera a explotar y su corazón estuviera a punto de sufrir el mismo final.

La caja exequial que contenían las cenizas de su mejor amigo, de su esposo y amor de toda la vida, sólo ahondaban más en el martirio y agonía que sentía.

No podía creer que diez años se había convertido en cenizas el día en que Lee Jongguk había partido de este mundo, dejándole a él en las tinieblas. Sus suegros estaban junto a él, tratando de lidiar con su propio dolor e intentado mostrarle apoyo, pero Seokjin podía ver el reflejo de su dolor en sus suegros, entendía que era diferente aunque casi con la misma magnitud.

Su madre sostenía su mano y él solo quería gritar. Gritar hasta que su garganta quedase irritada, hasta que no saliera un mínimo sonido de él, gritar lo injusto que era el universo y la vida por arrebatarle sus sueños, su hogar... su amor.

Recordó cómo se conocieron, la nieve en su natal Seúl y como Jongguk había vencido fácilmente a los tres matones con los que lidiaba a diario, en ese tiempo Jin era un mocoso delgaducho y Jongguk ya entrenaba karate. Se habían vuelto inseparables, mejores amigos. Al llegar a los quince años, Jongguk había sido el que dio el primer paso y le robó un beso, su primer beso. Le expresó cuánto le amaba y que quería ser su novio, Jin que había sentido mariposas en el estómago desde hace mucho tiempo por su amigo, le había besado de vuelta y aceptó empezar a salir con él.

La primera vez que se entregaron el uno al otro, fueron las primeras veces el uno del otro. Habían tantos recuerdos juntos y tantos años de dicha, peleas y reconciliaciones. Todo había desaparecido en un segundo, el segundo en el que su esposo perdió pista y se estrelló contra otro auto.

Era imposible creer lo efímera que era la vida, aún cuando él era médico, no entendía como el tiempo determinaba quien seguía el camino y quien se detenía en el tiempo. Las heridas de su marido había sido graves, pero la que había sellado su muerte, fue el fierro retorcido que atravesó su abdomen, jamás olvidaría aquel quince de febrero, a las dieciséis horas, el amor de su vida le había dejado para siempre.

Al volver a casa con las cenizas de su marido, quiso salir corriendo nuevamente. Nada se había movido de lugar, su casa estaba tal como había quedado esa mañana cuando Jongguk se despidió de él con un beso como siempre hacía y salía anudándose la corbata. Era gracioso que destinara tiempo todos los días para hacerle el amor en la regadera todas las mañanas y después corriera vistiéndose a toda prisa por la casa y acomodando su corbata al final. La ropa sucia seguía en el cesto, sus libros de derecho en la mesilla ratona de la sala, porque la noche de su aniversario, que también era catorce de febrero, se había puesto agitada y olvidó ponerlos en su lugar.

Llevó la urna hasta el dormitorio, la abrazó junto a la almohada que todavía olía a su esposo. Las notas de esa loción de Armani que tanto le gustaba y rompió a llorar.

Era un llanto desesperado, que salía desde lo más hondo de su alma rota.

-¿Qué voy a hacer ahora sin ti, amor? No quiero una vida si no estás tú - gritó, por fin pudo reclamar, gritar y llorar.

Pasó una semana y nada. Las horas pasaban mientras él no se movían del mismo sillón donde se sentaba Jongguk, su madre había ido a cuidarle, angustiada de que pudiese tomar una decisión fatal.

Para Jin los segundos se hacían eternos, a veces sus alucinaciones le llevaban al borde de enloquecerlo. Escuchaba la voz o la risa de su esposo, parecía que lo veía, parado en la cocina sin saber qué cocinar cuando era su turno, todo para que Jin terminara cocinando o Jongguk pidiera comida a domicilio. Parecía escucharle en la ducha cantando alegremente, podía escuchar su respiración y el calor de su cuerpo cuando le abrazaba para dormir. Todo eso se fue con él.

Llegó el primer mes, había bajado de peso y ese día, específicamente ese día él quería morir. Mientras el servicio religioso para su esposo se llevaba a cabo, Jin sólo podía pensar en Jongguk. Él odiaba este tipo de cosas, no le gustaban los servicios conmemorativos, solía detestar parecer pingüino con modales y entonces rió, a carcajadas histéricas en medio de los responsos sacerdotales. Eso le ganó que todo el mundo le viera de lado, unos con lástima y otros con reproche.

Namjoon, el mejor amigo de su marido, junto a su madre le sacaron de la iglesia y cuanto estuvo en el auto dejó de reír, las lágrimas histéricas de risa empezaron a bañar sus mejillas mientras empezaba a llorar nuevamente. Seokjin se sentía roto, incompleto y devastado cada día más.

Fue entonces cuando su madre le acompañó al centro de salud mental del psicólogo Jung Hoseok y empezó su tratamiento. Pasó horas en el diván del consultorio hablando acerca de su dolor, de lo mal que se sentía, la falta que le hacía su amado esposo y del dolor que sentía al recordar a sus colegas intentando reanimarlo cuando él murió.

Pasaron los días y meses, aceptó su pérdida aunque aún sentía que se rompía algo por dentro, se concentró en su trabajo, pero cuando volvía a casa, su rutina era igual, encerrarse y ver las cintas de video de su matrimonio, de sus vacaciones juntos y llorar hasta quedarse dormido.

Nada podría repararle y nadie podría curar su dolor.

Empezamos llorando, aunque no crean se me fueron las lágrimas escribiendo este capítulo 😭

EL HILO ROJO DEL DESTINODonde viven las historias. Descúbrelo ahora