Era un lunes terrible, como sólo pueden serlo los lunes.
En este además llovía y hacía frío, y cuando despertó pidió al aire sólo cinco minutos más.
La pereza de los fines de semana siempre se le adhería al sueño, por lo que los lunes siempre le costaba el doble esa odisea de abrir los ojos. Después lo pagaba caro, porque despertaba tarde y corría hasta la panadería esquivando personas tan dormidas como ella.
No era que no le gustara trabajar en la panadería. Siempre podía comer a escondidas alguna cosa dulce, y los muchachos que trabajaban en el horno eran simpáticos y nunca le contaban al dueño sobre las veces que ella llegaba tarde.
Lo que pasa es que Sara no era una chica adicta al trabajo. Si se levantaba cada mañana era porque su gato Roque insistía e insistía en comer, y ella debía trabajar para pagar esa comida. Se levantaba arrastrándose, le daba a su gato lo que él exigía, desayunaba algo y ponía rumbo a su vida entre los panes y las harinas.
Ese lunes fue distinto. Un trueno lejano se combinó con su celular sonando a todo volumen en una llamada, logrando que Sara se despegara de la almohada. Cuando logró agarrar el aparato, notó que había cinco llamadas perdidas de su jefe y...
-¡¿Las 10 de la mañana?!
Tenía tres horas de retraso. No importaba cuánto corriera, llegaría tarde a trabajar y temprano a su despido. No podía creer cómo esos cinco minutos se transformaron en esto, pero igual salió disparada de la cama, poniéndose ropa encima del pijama, atando los cordones de sus zapatillas en un nudo mal hecho que enseguida se rompió sólo para hacerla tropezar por las esquinas de su departamento.
Roque la miraba desde su rincón junto a la ventana, bostezando.
-Me despertás los sábados y domingos a las 6 de la mañana, ¿pero justo hoy no?
El gato no respondió al reclamo, solo se acomodó mejor en su almohadón rojo, viendo cómo su humana buscaba desesperada un paraguas.
-¡Esto no te lo perdono, Rocky!
El gato volvió a bostezar, y Sara no lo saludó. No tenía tiempo para mimos y arrumacos, y además estaba enojada con él aunque la culpable fuera ella.
La calle Mitre la esperaba con una lluvia torrencial que se burló de su pobre cabeza sin paraguas. En el trayecto, la vereda se encargó de embarrar sus zapatillas y los conductores de autos de empaparla en cada esquina.
Caminó las cuatro cuadras que separaban su casa de la panadería y al llegar, su jefe la esperaba detrás del mostrador. Era una pésima señal, a ella le pagaban para estar ahí, pero era el jefe quien tenía que hacer el trabajo porque ella estaba durmiendo.
-Buen dí...
-¿Sara a vos te parece llegar a esta hora?
Se calló unos instantes y luego procedió a hablar.
-Perdón...
-No querida, nada de perdón. Te la dejé pasar muchas veces incluso cuando los chicos me negaban que llegabas tarde, pero esto así no puede seguir. Te pago lo de este mes y te vas.
-¡No Jorge, no!
No le gustaba rogar pero tenía que hacerlo. Ese trabajo pagaba la comida y las fotocopias de la universidad, no podía perderlo porque así se quedaría casi sin nada.
Pero Jorge continuó. Realmente estaba muy enojado.
-Mirá, si te di el trabajo fue porque sos hija de Rober y él es como un hermano para mí. Pero nena, te pasaste ya.
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La chica de los gatos
Teen FictionDesempleada y sola, Sara encuentra que su vida puede empeorar más cuando su gato Roque muere. Pero en medio del caos, descubrirá un don que no sabía que tenía: puede hablar con los gatos. Y a través de ellos comenzará un viaje mágico que la llevará...