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-¿Me puedo quedar a vivir acá?

-No.

-¿Por qué?

-Me caés mal.

-Pienso lo mismo de vos pero tu casa me gusta, es igual de abandonada que la casa donde vivía antes.

Sara levantó la vista de su fotocopia maltrecha. Intentaba estudiar para el recuperatorio de Química, pero Jueves se lo impedía. El gato no hacía nada, sólo olisqueaba y cada tanto decía algo, pero el solo hecho de verlo moviéndose a su alrededor la desconcentraba. Más todavía si pretendía quedarse en su casa para siempre.

Llevaban una semana conviviendo y la relación no se estrechó, más bien lo contrario. Jueves podía ser un gato de la calle pero paradójicamente era más delicado que cualquier otro animal que Sara hubiera conocido. Le hacía asco a la comida, solía quejarse por el desorden, el olor a frito de las milanesas, o que su plato no estuviera bien lleno, o que tuviera que salir afuera en medio de la noche para hacer sus necesidades. Por todo tenía un comentario negativo y ella sólo quería que se fuera de una vez.

Resultaba casi tan exasperante en sus planteos como su amigo Lunes, sobre todo cuando se ponía a sacar conjeturas sobre Lionel.

-A mí se me hace que le gustás.

-No.

-Bueno, entonces te gusta.

-Tampoco.

-Ay por favor, seré un gato que no entiende muy bien a los humanos pero sé reconocer cuando dos tontos se gustan.

-Te equivocás. Y dejá de hablar.

Jueves le hizo caso, pero reemplazó sus palabras por silbidos. Sara reconoció enseguida la melodía de "Pollito Pío" y le pareció delirante estar escuchando esa canción pegadiza en un gato que la silbaba a la perfección.

Volvió a la fotocopia, leyendo por quinta vez el mismo párrafo. Durante la semana puso atención a las clases, y pensó que había entendido lo que el profesor Eduardo explicaba, pero ahora leyendo los apuntes era como si estuviera perdida en medio de China.

Su mente se fue volando hacia la imagen del profesor, aquel señor canoso y antiguo. Sí, una cosa era ser viejo, y otra antiguo. Eduardo Martínez llevaba muy bien sus años, acariciándolos con la sabiduría de una vida llena de conocimiento y elegancia. Sin embargo, eso no era lo que hacía desconcentrar a Sara. Uno de los gatos que la semana anterior invadió su departamento para hacer desastres con la pandilla de Jueves, ese gato naranja, sabía perfectamente quién era Eduardo. Y ella, cuando puso toda su atención en las clases y pensó que entendió todo, también se percató del suéter que el profesor llevaba, uno negro con rombos verdes, donde cada tanto podía verse algún que otro pelito...naranja.

-Jueves.

El gato levantó la cabeza, estaba acurrucado junto a la estufa. Sara continuó.

-Tu amigo...

-¿Cuál? Tengo muchos. Soy muy popular.

-El naranja.

-¿Cuál? Conozco muchos, soy muy popular.

-Dios...-Sara rodó los ojos, suspiró-. El que vino acá el otro día, con Lunes y los otros atorrantes.

-Ey, más respeto con mis amigos. Creo que te referís a Clint. Clint Easwood.

-Sí, Garfied.

-No se llama Garfield, se llama Clint Eas...

-Como sea, el gato ese -ella interrumpió, ganándose una mirada asesina del felino-. ¿Tiene dueños?

La chica de los gatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora