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-¿Profesor Martínez? ¿Qué hace acá?

Descubrió lo placentero que era dejar a un profesor sin palabras, tal como hacían ellos cuando la atrapaban distraída o sin recordar ni una idea de nada.

El profesor Eduardo carraspeó y sólo haciendo eso pareció darse cuenta de lo incómodo de su posición, tanto figurativa como literal. Con dificultad se puso de pie y sacudió la tierra adherida a las rodillas de su pantalón, todo sin mirar a Sara. Era evidente que mientras repetía un "Eh...Este...Yo..." plagado de nervios, trataba de inventar alguna excusa para justificar su presencia en la tumba de un gato que no era de él.

-¿Profesor? -Sara volvió a preguntar, solamente para repetir esta superioridad que sería efímera.

-Bermúdez ya te dije que tenés un 1 en el parcial -listo, con ese numerito se acabó su instante de altivez, porque el profesor estaba completamente en su papel y la miraba con desaprobación.

Pero Sara buscaba respuestas, mucho más importantes que las que debió escribir en ese parcial. Llevaba demasiados días confundida, metida en un lío de gatos y personas que la desconcertaban, y ahora tenía ante sus ojos la oportunidad de entender algo.

Sin embargo, el profesor era un hueso difícil de roer, y ya estaba guardando sus cosas en una bolsa de tela y se disponía a irse como si nada hubiera pasado allí.

-Profesor, le pregunté qué hace acá. Esta es la tumba de mi gato -notó cómo el hombre se esforzaba en que ella no viera el recipiente de alimento balanceado que trataba de guardar en la bolsa justo antes de que se le cayera al suelo.

Se acercó para ayudarlo, pero Martinez se apartó como si hubiera recibido una descarga eléctrica.

-Ya sé que era la tumba de un gato, sé leer.

Parecía otro, porque ese profesor justamente se caracterizaba por su buen humor y amabilidad, pero estaba a la defensiva con ella. Logró guardar el recipiente en la bolsa y la cerró con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.

-¿Y qué hace acá entonces?

-No sabía que era tu gato, lo siento mucho.

-¿Y esas flores?

-¿Cuáles?

Sara señaló el lugar. Martinez se encogió de hombros, actuando muy mal una expresión indiferente.

-No sé.

-Profe, por favor, lo acabo de ver poniéndolas en ese frasco. Desde que Roque está acá tiene flores todos los días.

-¿Hay algo de malo en eso, Bermúdez?

Era gracioso verlo así, pero también le daba un poco de pena.

-No, para nada. Como tampoco hay algo malo en tener un gato naranja que se llama Garfield.

Los ojos asustados dejaron su habitual color gris y pasaron casi al blanco.

-Tu...tu pelo también es naranja y nadie te interroga por eso.

Sara soltó una risita. La pretendida ofensa no le afectaba porque estaba acostumbrada a que se metieran con su pelo, y el profesor estaba tan nervioso que aquellas palabras sonaron muy infantiles.

-No es naranja, es rojo -aclaró-. Basta profesor, dígame la verdad.

-Sí, sí, traje esas flores y todas las demás. Si te molesta tanto dejo de hacerlo, pero que conste que a mí también me molesta que desapruebes mis exámenes todo el tiempo y no por eso te pido que dejes la carrera.

Soltó otra risita porque, acorralado, sólo podía aferrarse a su rango de profesor para atacarla. Aunque no había necesidad de ningún ataque, ella sólo estaba haciendo "investigación de campo" como él tantas veces les pidió que hicieran.

La chica de los gatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora