Desde el segundo piso miraba de reojo por la ventana. La clase de Química Inorgánica trataba de algo que no lograba entender bien, y no se animaba a preguntar porque el profesor era bastante sordo y sus compañeros sí parecían comprender todo. Si abría la boca quedaría en evidencia como la única que no estaba poniendo atención ni sabía conceptos tan básicos como los que trataban ese día.
Así que se limitó a hacer dibujos y garabatos en el margen de la hoja de su cuadernillo, simulando tomar apuntes como hacían los demás.
Estaba rara. Más allá de que veía por la ventana al árbol bajo el cual su gato pasó la noche y pasaría las siguientes con sus días también, estaba rara.
Aún no creía que Roque ya no vivía con ella y le costaría aceptarlo, pero también en su cabeza seguía dando vueltas "lo otro" que sucedió la noche anterior. Casi no durmió y cuando lo hizo, ese gato blanco se apareció otra vez, repitiendo palabra por palabra lo que le dijo aunque Sara estaba segura de haber imaginado todo en un ataque de angustia, hambre y frío.
Suspiró y mordió un poco la lapicera, sin dejar a las ramas que se movían despacio. Aquel lugar le daba una inmensa angustia pero también un poco de impulso para, por lo menos, escuchar lo que aquel profesor explicaba. Podía recordar a su gato mirándola casi acusadoramente cuando ella prefería los videos o jugar a cualquier cosa en el celular antes que abrir un libro de la carrera. Roque podía mirar como sólo un gato harto de su humana puede mirar hasta que ella, fastidiada por esos ojos concentrados, dejaba su procrastinación y se sentaba con un resaltador en mano a hacer algo con su vida.
Así que dejó de mirar hacia afuera.
-¿Bermúdez?
Dejó caer la lapicera que sostenía en el aire cuando escuchó su apellido. El profesor tenía una tiza extendida hacia ella, esperando que la agarrara.
-Sarita.
El codazo de su amigo Fran hizo que dejara de mirar a aquella tiza filosa como una bala y lista para hacerla reprobar la materia.
-Tenés que resolver el ejercicio -explicó Fran con una media sonrisa, señalando el pizarrón con un movimiento de su cabeza, y mirando al profesor que seguía con la tiza en la mano.
Sara abrió la boca, la cerró, y miró al profesor y al resto de sus compañeros que la observaban un tanto divertidos.
-No tengo idea.
Contrariamente a lo que creía, el profesor sonrió un poco, y los demás también.
-Ya están grandecitos para que les diga que pongan atención, pero después no quiero ver llantos en el pasillo de las aulas 100 cuando les vaya mal en el examen final.
-Disculpe -suspirando, Sara levantó un poco las manos de su cuaderno, negó con la cabeza, buscó algo más para decir-. Tiene razón, no estaba escuchando, estoy con unos problemas en estos días. Para la próxima clase hago todos los ejercicios que pida.
El profesor no dijo nada y todo fue olvidado pronto, y eso era lo bueno de la universidad, que al contrario de la secundaria todos tenían cosas mucho más importantes para hacer que reírse de una compañera distraída.
Sara siguió mirando por la ventana, viendo cómo anochecía poco a poco en esa tarde fría y desapacible.
-¿Vamos a sacar las fotocopias? -Fran se puso de pie, y ahí ella se dio cuenta que ya estaban en horario de receso así que lo imitó y buscó su billetera-. ¿Qué está pasando? ¿Es por Roque?
Sólo asintió, el chico acarició suavemente su espalda y juntos salieron del aula. El viento en el balcón del segundo piso era fuerte así que los dos se abrocharon sus camperas y temblaron mientras caminaban hacia las escaleras.
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La chica de los gatos
Teen FictionDesempleada y sola, Sara encuentra que su vida puede empeorar más cuando su gato Roque muere. Pero en medio del caos, descubrirá un don que no sabía que tenía: puede hablar con los gatos. Y a través de ellos comenzará un viaje mágico que la llevará...