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Pasaron los años, fue muy difícil para mí poder superar mi perdida. En algunas ocasiones inclusive atenté contra mi propia vida. Pero al final, no tuve de otra más que aceptar la realidad. Edwin se había ido, y nunca iba a regresar.

Ahora solo me quedan recuerdos, de aquella maravillosa época que pasamos juntos. Las fotos, los regalos que nos dimos, algunas de sus cosas que sus padres me dieron. Todo eso lo conservo conmigo. En ocasiones me siento y miro todas las fotos para recordar aquellos días y me gusta imaginar que Edwin esta aquí conmigo, sentado en la silla vacía que hay a mi lado. Algunas veces inclusive hablo solo, fingiendo que hablo con él.

Recuerdas aquel día… o ese otro… o cuando hicimos esto… y aquello otro…

Palabras dedicadas a una silla vacía donde pudo haber estado mi amado Edwin si en aquel día no lo hubiese dejado marcharse. Durante tantos años me he arrepentido de aquella decisión. Él me dijo que se quedaría si yo se lo pedía. Si lo hubiese hecho, él estaría aquí, la silla a mi lado no estaría vacía. Pero no hay nada que pueda hacer ahora, más que seguir recordando, aun cuando es doloroso. Los días que pasé con Edwin, es algo que no quiero olvidar nunca.

Yo seguí con mi vida, tocando en la misma iglesia, el mismo viejo órgano en el que Edwin me enseño a tocar. Tal como se lo dije, seguí tocando, esperando el día en que nos volviéramos a ver. Cada pieza siempre fue tocada para él.

Jamás me volví a enamorar, mi corazón era y siempre será de Edwin. De nadie más, y aunque sabía que no estaba conmigo, estaba seguro de que me estaba escuchando y tocaba con pasión y dedicación cada día de mi vida, para él. Hasta que mi cansado cuerpo y mis debilitadas manos no pudieron seguir haciéndolo.

Fue una tarde de agosto, estaba recostado en la cama del hospital, viendo la primera foto que nos tomaron juntos a Edwin y a mí. Pese a lo cansado y desgastado de mi vista, podía ver perfectamente su rostro. El hermoso rostro de ese jovencito. No pude evitar recordar el día que lo vi por primera vez. Sentado frente al órgano, con una ligera sonrisa, deslizando sus manos delicadamente, presionando cada tecla, creando música para los ángeles.

-Edwin – dije para mi mismo – ¿Recuerdas aquel día? ¿Cuándo nos conocimos?

Lagrimas indiscretas salieron de mis ojos, dejándose caer sobre la foto. La abracé, perdiéndome en mis recuerdos una última vez. Cerré mis ojos… y me desvanecí, tan tranquilamente, como el humo de un cigarro en el viento.

Cuando volví a abrir los ojos estaba sentado en una de las bancas de la iglesia. Mi aspecto era diferente. Ya no era un acabado viejito, era joven otra vez. Alguien estaba tocando el órgano de una manera inconfundible. Corrí a toda prisa a ese lugar, sintiendo como si volara… y lo vi…

-hola Jasón – me dijo, ese atractivo chico que tocaba el órgano – te estaba esperando.

-te lo prometí ¿no? – le dije, sentándome a su lado – te prometí que algún día te alcanzaría, perdón por tardar tanto. Edwin.

Ambos nos besamos una vez más, después de tanto tiempo. Pese a haberme tomado 58 años, cumplí la promesa que le hice. Al fin lo alcance, mi amado Edwin, y ahora, estaríamos juntos…

Para siempre…

Recuerdos de aquellas épocas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora