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Recuerdo aquellas épocas, tan grabadas en mi memoria. Los más maravillosos días de mi juventud. Aquellos días en los que él estaba a mi lado.

Recuerdo ese día como si hubiese sido ayer. Pese a las negativas de mi parte me habían terminado arrastrando a misa. Nunca fui un creyente de temas religiosos. Tampoco era un ateo. Lo único que me importaba era que, si eras bueno ibas al cielo, y si eras malo, al infierno. Nunca sentí un interés más allá de ello, por ende, no era de los que disfrutaban ir a misa.

Pero ese día, al iniciar una nueva vida en un nuevo hogar, con una nueva familia, no tuve de otra más que aceptar ir. Era la cuarta familia que me adoptaba. No podía darme el lujo de que me devolvieran otra vez. Cuando se tiene 15 años es más difícil que te adopten y cuando alguien lo hace, te aferras a ellos y tratas de no soltarte. Mis nuevos padres tenían por costumbre ir a misa cada domingo.

Nunca sentí interés alguno en entrar a una iglesia. Pero aquella vez, experimente algo “mágico” desde el momento en que entré a la iglesia. Escuche algo que de inmediato llamó mi atención. La inconfundible música, exhalada de esos brillantes tubos dorados del imponente órgano que se levantaba por encima del altar. De inmediato quede hipnotizado por tan hermoso sonido. Quien fuese que lo estuviera tocando, tenía las manos de un ángel.

De ahí en adelante comencé a ir a la iglesia con un solo propósito. Escuchar esa melodiosa música. No tardé mucho en unirme al coro. Mis padres se llenaron de orgullo ante ello. Pero mi intensión no era otra más que la de conocer a aquella persona con manos de ángel. Fue toda una sorpresa para mí el descubrir que no era más que un jovencito de mi misma edad.

Recuerdos de aquellas épocas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora