10: Unos días rutinarios.

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Simón Rivera.



Metiche no soy. O al menos no a propósito.

Apago la música de mi teléfono pero no me saco los auriculares ya que cierta plática entre dos compañeros que conozco me llama un poco la atención.

—Entonces estás seguro.

—Si, ahora ese chico estará en libertad condicional en su país hasta el año que viene.

—Mierda, que turbio.

—Ya sabes, cuando tengan plata va a volver a estar por aquí.

Prefiero no saber quien es ese chico porque el mal augurio a veces me afecta cuando comienzo a creerlo. Me detengo para guardar mis auriculares en medio de la plaza ya que enfrente está la escuela, cuando veo que al lado de la fuente están viniendo conversando dos chicos que conozco.

¿Acaso mi sentido del oído es igual al de una señora para escuchar conversaciones ajenas hoy?

—¿Le diste tus galletas de arroz? —pregunta su amiga con sorpresa.

—Ehh... si.

—Te esta cayendo bien.

—No, solo porque me rogó...

—¡Mi amor!

Y, si caigo, él también.

Su rostro es algo con lo que me burlaría fácilmente. No es tan guapo ni demasiado fortachón para llamar la atención. Y las ligeras marcas del acné de hace tiempo se notan un poco. Mi sonrisa se ensancha cuando recuerdo que debo visitarlo un día a su casa y ver fotos de él cuando era chiquito.

—Hijo de tu...

Le tapo la boca antes de que diga una grosería y eso le pone tan rojo que me trago una risa si no quiero morir ahora. Su amiga nos ve sorprendida y no se si será miedo al ver cómo logré abrazar al morocho. Parece un chiguagua desesperado para que lo dejen en el suelo.

—Disculpa, Ximena, ¿no?

Con los ojos bien abiertos, ella afirma mis palabras con un ligero asentimiento.

—Te lo robo, si no te molesta.

—Ahh... si, claro.

—Reyes, la que te...

Las miradas curiosas no tardan en posar sobre nosotros cuando arrastro al morocho hacia adentro del edificio. Nos alejo lo suficiente del gentío hasta llegar a una esquina de un salón donde lo acorralo.

—Uh... te rogué. ¿Te gustaría que te ruegue? —pregunto mostrándole una sonrisa que se nota que desprecia.

Salvo que ahora se lo nota rojo de ira cosa que me hace reir.

—Calla y dime que quieres.

—Te ves muy guapo.

—Lo sé —responde con obviedad como yo lo haría —. ¿Y? ¿Qué quieres?

—¿No quieres saber el próximo dolor de huevos que va a darte?

—Me estas dando uno, pero tener otro...

Lo interrumpo en cuanto le muestro mi celular. Casi nunca veo la página de la escuela y menos cuando madrugo, pero por accidente así fue y una nota de parte de los directivos resaltó que no deseaba estudiantes problemáticos ya que habían sido informados por alguien que uno se había metido en problemas en estos días. También mencionaba que hablarían con dicho estudiante.

Los últimos dos vasos (En proceso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora