𝐃𝐨𝐧𝐝𝐞 𝐞𝐥 𝐡𝐢𝐣𝐨 𝐝𝐞𝐥 𝐬𝐨𝐛𝐞𝐫𝐚𝐧𝐨 𝐝𝐞 𝐄𝐠𝐢𝐩𝐭𝐨, la promesa del reino, deberá someterse y arriesgarse por su familia, su pueblo y por la joven esclava que día tras día cautiva su corazón sin poder evitarlo. El peso de la corona y...
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━━ 𝐗𝐈𝐗 la danza alimenta el amor ▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃
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La princesa Henutmire, con su habitual sonrisa y energía, había decidido dirigirse a las cámaras de Rut, emocionada por la idea de practicar la danza con las jóvenes del palacio. El bullicio de preparativos y risas en las otras salas la llenaba de entusiasmo, pero no encontró respuesta cuando tocó a la puerta de la joven. Extrañada, decidió intentarlo nuevamente, pero al no obtener respuesta por segunda vez, frunció el ceño con una pizca de preocupación.
— ¿Dónde se habrá metido? — murmuró Henutmire para sí misma mientras empujaba la puerta con suavidad.
Al entrar, a primera vista no vio nada fuera de lo común. Las cortinas ondeaban ligeramente con la brisa que entraba desde el balcón, y todo parecía estar en orden. Sin embargo, cuando avanzó un poco más, sus ojos verdes se abrieron en un gesto de sorpresa. Allí, a la luz tenue de la tarde, estaba Rut, descansando su rostro en el pecho del heredero, Amenhotep. Este, adormilado, rodeaba el cuerpo de la joven con un brazo en un gesto protector.
Henutmire se quedó inmóvil por un momento, debatiéndose entre su sorpresa y la risa que quería escapar de sus labios. Sin perder más tiempo, se acercó de puntillas y cerró la puerta tras de sí rápidamente, evitando que cualquier otro sirviente pasara y viera la escena.
— ¿Qué... es esto? — susurró en tono jocoso, mientras caminaba hacia ellos, deteniéndose a unos pasos de la cama.
Amenhotep abrió los ojos con pereza, sintiendo la calidez del cuerpo de Rut sobre él y una sensación de satisfacción interna que le arrancó una pequeña sonrisa. No obstante, cuando sus ojos se encontraron con los de su tía, la sonrisa desapareció al instante. Sus músculos se tensaron de inmediato, y Henutmire cruzó los brazos, con una ceja alzada y una expresión de curiosidad mezclada con diversión.
— Tía... — murmuró Amenhotep, haciendo un esfuerzo por no mover mucho el brazo que mantenía sobre Rut para no despertarla. — ¿Qué haces aquí?
