𝐃𝐨𝐧𝐝𝐞 𝐞𝐥 𝐡𝐢𝐣𝐨 𝐝𝐞𝐥 𝐬𝐨𝐛𝐞𝐫𝐚𝐧𝐨 𝐝𝐞 𝐄𝐠𝐢𝐩𝐭𝐨, la promesa del reino, deberá someterse y arriesgarse por su familia, su pueblo y por la joven esclava que día tras día cautiva su corazón sin poder evitarlo. El peso de la corona y...
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━━ 𝐕𝐈 El interés del príncipe ▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃
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En la imponente sala del trono, la atmósfera era tan opresiva como el calor abrasador del desierto. Los muros reflejaban la luz dorada que entraba por las ventanas, acentuando la ostentosa riqueza del palacio. El rey, erguido en su trono dorado y decorado con joyas, observaba con una expresión de satisfacción perversa mientras el general Bakenmut y el oficial Ikeni se acercaban con una actitud ceremoniosa, pero cargada de un nerviosismo apenas contenido.
— Majestad, hemos venido a informarle que los diez hebreos que seleccionamos en la cantera han sido ejecutados — dijo Ikeni, su voz firme, aunque sus ojos traicionaban una sombra de inquietud.
El rey estalló en una risa cruel, su risa resonando por toda la sala. Era un sonido que no conocía la compasión ni el arrepentimiento.
— ¡Excelente! — exclamó el rey, su tono cargado de una satisfacción siniestra. — Así se mantiene el orden. De ahora en adelante, nadie se atreverá a desafiarme. Esta es la forma en que se muestra autoridad.
El príncipe heredero, de pie al lado del trono, observaba con una mezcla de admiración y malestar en partes iguales. A pesar de la frialdad de su actitud, una pequeña chispa de inquietud comenzaba a crecer en su pecho, una duda que no sabía cómo manejar. Sin embargo, mantuvo su postura, sabiendo que expresar sus sentimientos era un lujo que no podía permitirse en ese momento.
— Son unos miserables — comentó el príncipe con un tono despectivo, su voz cargada de desprecio. — No son más que personas repugnantes. Su existencia misma es una ofensa a la verdadera grandeza.
El rey y el oficial Bakenmut fueron ante las palabras, disfrutando del espectáculo de humillación que se desplegaba ante ellos. La sala estaba llena de una atmósfera de crueldad contagiosa, una danza macabra que todos parecían disfrutar. Sin embargo, el bullicio se detuvo abruptamente cuando un guardia irrumpió en la sala, su rostro pálido y su brazo herido sangrando profundamente.
