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Kiyoomi odiaba ensuciarse. Le gustaba mantener su traje pulcro y perfecto. Sin ninguna arruga. Necesitaba mantener su imagen prolija, cabello bien peinado y el rostro limpio.
Ese asunto fue muy infortunado. Incluso sus mejillas estaban hechas un desastre.
Tenía que ver a su esposo esa noche. No podía dejar que él lo viera de esa forma.
Sintió una irritación apareciendo en su pecho y viajando hacia sus pies, soltando una patada al cuerpo sin vida. Genial, ahora sus zapatos también estaban llenos de basura.
Kiyoomi debió haberlo visto venir. Desde el principio, no existió momento alguno en el que no causara problemas.
Este traje tendrá que ir directo al incinerador de basura.
Demonios, era un regalo de Tobio.
Aunque quisiera intentar arreglarlo, no había manera en la que pudiera quitar la sangre de Oikawa Tooru de la camisa blanca.
Kiyoomi exhaló; estaba molesto. Sabía que iba llevarle tiempo y que no sería fácil de ninguna manera, era el gran Oikawa, después de todo, pero su estúpida pelea por su vida hizo un desastre que tendría que eliminar. Limpió la sangre de su rostro con repugnancia. Al menos ya no tendría que preocuparse por él.
Sintió llegar un leve dolor de cabeza; resopló. –Aún muerto no dejas de molestarme.
Observó el cuerpo inerte de Oikawa, su atuendo había sido demasiado elegante y planificado como para permitirle moverse con facilidad. Su colonia aún podía percibirse levemente bajo el olor metálico de la sangre. Kiyoomi tuvo que admitir su suerte, Oikawa abrió la puerta con una sonrisa y la guardia baja. Si esperaba a alguien, definitivamente no era a él.
Lo mejor era darse prisa.
El cloro y el ácido clorhídrico harían lo suficiente para eliminar cualquier evidencia. Sabía cómo hacer esto para evitar que los policías estúpidos tuvieran algo que indagar.
Con el tiempo acabándose, Kiyoomi dejó la escena con más cuidado que como había entrado. Llegar a su auto fue una travesía entre caminos más alejados y oscuros. No querría tener un testigo inocente al cual tener que arrebatarle la vida.
Su traje no tenía arreglo. Eso era claro. Y no había manera en la que él se presentara con Tobio luciendo así. Sus empleados no hicieron preguntas cuando llegó a casa. Cambió su traje negro con la camisa blanca manchada de sangre por uno azul marino.
Miró el traje con tristeza. Deshacerse de él le dolería muchísimo. Necesitaba quemarlo. Tendrá que recompensar cada mancha a su esposo. Se habría evitado si Oikawa no fuera tan terco y no se hubiera movido cuando el disparó. Oh, bueno, ¿qué más podía hacer ahora?
