Capítulo 9

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Bárbara

Justo cuando salí de la ducha empezó a vibrar mi teléfono, me puse el albornoz corriendo y miré la pantalla para ver quien me llamaba. El nombre Miller aparecía en pantalla, la verdad es que llevaban tiempo sin llamarme, y aquello me asustó. Podían haberse enterado de que París estaba yendo a la facultad y yo no les había informado, aunque para eso ya tenía justificación, o incluso, podían sospechar que yo estaba ayudando a París y sus amigos. No me detuve lo suficiente para pensar sobre ello y atendí la llamada.

–¿No se supone que debes controlar a París o es que acaso te controla ella a ti?– dijo la señora Miller nada más escuchar mi voz al teléfono, estaba demasiado enfadada.

–No sé a qué te refieres– le dije siendo sincera. Había muchas cosas por las que podría enfadarse y no estaba segura al cual de ellas se podía referir.

–El texto que ha subido París a Twitter, ¿no lo has visto?– me preguntó apaciguando la voz.

–Es obvio que no lo he visto, porque de haberlo hecho habría sabido a lo que te referías desde el principio– le respondí un poco brusca. Estaba cansada de que usara siempre ese tono de voz conmigo, si no les gustaba mi forma de hacer las cosas no sé porqué no me despedían. Hasta el momento había hecho todo lo que me habían pedido, a excepción de algunas cosas.

–Pues encárgate de que lo borre. Katie me ha contado lo de esta mañana lo de su artículo. ¿Aún no le has quitado esas estúpidas ideas de la cabeza?– me preguntó sin esperar respuesta. Espero por tu bien que ese artículo no salga a la luz porque la perjudicada serás tú. Y acto seguido colgó.

Traté de respirar hondo un par de veces para no estampar el teléfono que me habían dado contra el suelo. Leí lo que había puesto París y me llevé las manos a la cabeza, no porque estuviese enfadada, sino porque me daba demasiada pena. Ella se sentía dolida porque Katie la había censurado de forma injusta, no le había dado la opción de publicarlo, de hecho, alegó que otros podrían censurarla, sin embargo fue ella la que incurrió en esa injusta restricción de la libertad, además París confió en que yo pudiera ayudarla, pero también le di la espalda. ¿Cómo iba a pedirle ahora que borrara ese mensaje? No podía.

Cuando ya estaba acostada en la cama, París apareció y cerró la puerta, parecía agotada y sus ojos se veían rojos e hinchados, por lo que intuí que había estado llorando. Apenas quería mirarme mientras preparaba su ropa para el día siguiente y yo solo intentaba encontrar algunas palabras para iniciar una conversación sin que ella rompiera a llorar otra vez. Pasaron minutos, largos e incómodos para mí mientras ella salía y entraba del baño a la habitación hasta que decidí hablarle.

–¿Te encuentras bien? Sé que a lo mejor no te apetece hablar demasiado, pero no me gusta verte así– le dije con tiento.

–No, estoy harta– me respondió sinceramente. Todo lo que hago molesta, tengo que estar pendiente de la aprobación de los que me rodean, y para colmo, todo cuanto me importa parece escurrirse de mis manos cada vez que doy un paso.

–Pero, ¿por qué te importa tanto este tema? Sé que me dijiste que había algo en tu familia y en ti que no cuadraba, pero aún así, no lo acabo de entender– le dije sentándome con las piernas cruzadas. Ella hizo lo mismo.

–Porque nada encaja. Siento que la vida que he llevado hasta ahora no me corresponde, y me duele pensarlo, pero creo que mis padres nunca me han querido. De sus ojos no paraban de caer lágrimas que iban escurriéndose rápidamente por sus mejillas.

–¿Por qué?- dije extendiendo mi brazo y limpiándole las lágrimas, un gesto que ella agradeció.

–Porque un padre y una madre te miran a los ojos y te dicen que te aman. Ellos nunca lo hicieron. ¿Qué padres no le dicen a sus hijos que los aman?– dijo llorando desconsoladamente.

Siempre fue ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora