Capítulo 2

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Bárbara

A la mañana siguiente después de casi un día entero metida en la habitación llorando y pensando qué hacer con mi vida, decidí levantarme y hablar con mis padres. Quería disculparme con ellos por todo lo que había pasado el día anterior. No es que me enfadase y les gritase, pero una parte de mí les había hecho sentir que no habían sido buenos padres al no estar pendientes de mis necesidades. Y siendo sincera conmigo misma, ya no era una niña que necesitase a sus padres constantemente. Tenía que espabilarme porque tarde o temprano me arrepentiría de haber desperdiciado los que parecían los mejores años de nuestras vidas. Justo cuando bajé a la cocina, mi madre se estaba incorporando un poco de la cama, al parecer mi padre decidió ordenar todo lo que deje tirado el día anterior, y es que ni siquiera me acordé de que debía poner la cama de mi madre.

–Buenos días, mamá. ¿Qué tal has dormido?– le dije con una sonrisa y dirigiéndome hacia ella para abrazarla y darle un beso en la frente como estaba acostumbrada desde que era una niña pequeña.

–Hola, cariño. La verdad es que he dormido mejor de lo que esperaba. Y tú, ¿qué tal has dormido?–me dijo mirándome directamente a los ojos y cogiendo levemente mi muñeca para que me sentara en la cama con ella.

–Lo siento, mamá– le dije rápidamente y con la cabeza cabizbaja. Sé que ayer no fue un buen día para ninguno de los tres y que lo que dije no fue justo. Aunque me lo niegues, sé que os hice sentir mal. Fue egoísta que dijese que había estado sanándome y que por esa razón os había dejado de lado, pero no era lo que quería decir- dije atropelladamente. Iba a continuar con mi breve discurso de disculpa, pero mi madre me interrumpió.

–Bárbara, cariño, como tus padres que somos solo queremos lo mejor para ti y para tus hermanos, independientemente de los defectos y virtudes que tengáis cada uno. Pero siempre vamos a estar ahí para vosotros, y siento que hayas tenido que pasar por ciertas cosas tu sola, así que no te disculpes. Somos nosotros los que debemos disculparnos por todo, has hecho demasiado por esta familia desde que eras una niña y siempre estaremos agradecidos de tu bondad y sacrificio. Así que no estés triste por lo que haya sucedido o suceda, nuestra mano siempre estará para que la cojas, y te prometo que nunca te volveremos a soltar. Por las mejillas de mi madre brillaban algunas lágrimas que habían caído lentamente, con disimulo, y yo simplemente le apreté fuerte la mano besándole ligeramente los nudillos.

-Te quiero tanto, mamá. Que no seré que haré el día que me faltes–le dije con la voz casi rota, pero siendo sincera. La amaba incondicionalmente y creo que nunca había sido capaz de decírselo con esas palabras, pero supongo que cada unos de mis actos le habían demostrado lo mucho que me importaba nuestra familia y lo mucho que me importaba ella.

–Yo también te quiero, hija– me contestó sonriendo. Y tras una pequeña pausa donde ambas nos quedamos mirando a alguna parte de la sala de estar dijo, –Bueno, vamos a desayunar que entre tanta disculpa y confesión nos va a dar la hora del almuerzo– dijo sacándome la lengua y guiñando un ojo.

Durante la mañana estuve limpiando un poco la casa mientras mi madre escuchaba un poco de música y tarareaba algunas de las canciones. Siempre nos ha gustado cantar, pero la verdad es que se nos daba fatal y la mayoría de las veces acabábamos riéndonos ante nuestros horribles gallos. Justo cuando terminaba de poner el lavaplatos mi padre apareció por la puerta de la sala de estar. Mi padre trabajaba como limpiador en una gran empresa y su sueldo no es que fuese malo, pero la verdad es que trabajaba demasiado como para recibir unos ingresos tan mínimos. Mi madre, sin embargo era artista, se dedicaba a hacer cuadros por encargo y de vez en cuando había expuesto algunas de sus maravillosas obras en algunos museos de la zona, no obstante era un trabajo con bastantes altibajos, así que no siempre recibía un sueldo y eso hacía que en casa estuviéramos más justos de dineros, de ahí que yo me pusiese a trabajar a los quince como camarera y dependienta en tiendas de ropa donde me pagaban un sueldo aceptable. Mi padre nos saludó a ambas, dándole un casto beso en los labios a mi madre, mientras que yo solo recibí una mirada apremiante y un leve movimiento de cabeza que me indicaba que fuese con él un momento para hablar donde no nos escuchase mi madre.

Siempre fue ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora