Frutos violetas

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Terminan las clases a las cinco en punto y eso significa que por fin puedo usar mi libre albedrío. Antes de ir a mi sitio favorito, me paso por la máquina expendedora que hay en uno de los pasillos oscuros de la planta baja. Me resulta curioso como resalta la máquina entre todo el edificio, es decir, un sitio tan oscuro e incluso con cierto aire medieval, tenga objetos tan modernos. Y menos mal porque la comida que se sirve en cocina no es que sea digna de ninguna estrella michelin.

Meto la moneda plateada en el artilugio y veo como cae una bolsa del color de las monedas. Las bolsas plateadas son sorpresa, por tanto  hasta que no la abra no tengo ni idea de en qué me he gastado el dinero. Parece absurdo malgastar dinero en algo que no sé si me va a agradar el contenido pero me gusta no tener que tomar decisiones.

Agarro el paquete y voy directa al exterior del edificio. No me apetece mucho relacionarme hoy así que no le digo a ninguno de mis amigos que se una, aunque probablemente me encuentre a alguien fuera, tampoco es que haya mucho que hacer en este sitio. Cruzo el pasillo rápido, como si necesitara oxígeno y el establecimiento me lo consumiera. Observo el portal enorme de madera tallada. Nunca me había fijado en la majestuosa puerta que separa el exterior del interior, y a decir verdad, es preciosa. Preciosa y enorme, como tres veces más alta que yo y cinco veces más ancha. En los laterales hay signos y palabras las cuales no conozco el significado, parece escrita en una lengua antigua, o tal vez son letras al azar, nunca lo sabré supongo. Despierto del trance en el que me ha sumergido el portal y lo cruzo.

El aire choca contra mi cara y por primera vez en el día siento que puedo respirar. Camino por el porche que hay justo al salir de lo que parece el típico convento. Más allá de éste hay un jardín extenso, lleno de árboles cuyas ramas son más bajas de lo normal y que, si tuviera más altura de la que tengo, me darían en toda la cara, ahora mismo agradezco ser de mediana estatura. Doy la vuelta al edificio por el porche de piedra que recubre el edificio. Observo la arquitectura de éste y no puedo evitar quedarme fascinada. Puede que lo haya visto día tras día durante toda mi vida que llevo encerrada aquí, pero hoy es como si fuera la primera vez que me encuentro aquí. Los arcos que rodean el camino de piedra dejan ver el precioso jardín lleno de naturaleza y cuidadosamente trabajado. Es el único trabajo del cual se ocupan las monjas, y seguramente sería el único trabajo que yo haría sin quejarme. ¿Estar rodeada de naturaleza en vez de estar encerrada en un edificio la mayor parte de mi tiempo? Daría lo que fuera por cambiarles el turno ni que fuera un solo día de mi existencia. Me acerco al arco y por instinto, o aburrimiento, lo toco con sumo cuidado. El blanco que tiene resalta con el resto del edificio del cual está pegado. Antes de tocar el suelo hay un muro bajo donde puedes sentarte a observar el paisaje sin salir del todo al jardín.

Dejo de mirar la majestuosa arquitectura y fijo mis ojos en el jardín trasero en el que me encuentro. Comienzo a andar casi por inercia por las piedras que hacen un perfecto camino a través de la hierba verde reluciente. Llega un punto donde el camino se difurca en dos, derecha o izquierda y, sin pensarlo, mis pies siguen el camino derecho. Alzo la cabeza y veo a lo lejos una larga melena morena que me resulta demasiado familiar como para ignorar. Lía esta sentada debajo de un árbol diferente a los demás. Es mucho más alto que el resto y de las hojas relucen pequeños frutos violetas. Están escondidos recubiertos por hojas, como si fuera un capullo antes de que salga la mariposa. Me acerco a mi amiga con una sonrisa y le saludo.

—¿Qué pasa reina? —Uso uno de mis saludos estrella y me siento en la toalla que ha puesto en el césped para no mancharse.

—Aquí estamos. —Contesta Lía con una sonrisa. —¿Qué te trae a mi oasis?

—El aburrimiento supongo. —Levanto los hombros y los dejo caer con un largo suspiro. —Tampoco hay nada qué hacer y menos un Lunes.

—Hoy es Martes. —Contesta mi amiga.

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