Capítulo 30: El juego

1K 55 25
                                    

Entre que nos pasábamos las mañanas trabajando juntas y también la había estado ayudando a hacer el libro de recetas, en las últimas semanas, Ainhoa y yo no nos habíamos separado ni un segundo. Me había estado quedando muchas noches a dormir en su casa y podía hablar con mis padres sobre ella sin tapujos. Por fin sentía que teníamos una relación normal. Solo nos faltaba que lo supiera todo el mundo, pero queríamos hacerlo cuando terminara el proyecto y evitar así un mayor revuelo y más prensa en el pueblo.

En el ámbito familiar, las cosas seguían iguales. Habíamos tenido tan poco tiempo para pensar acerca del tema de nuestros abuelos, que no se nos ocurría ninguna idea con la que pudiéramos darles su merecido.

– Estoy segura de que tienen que estar metidos en algún lío –le comenté ofuscada.

– ¿Pero en qué? –me preguntó Ainhoa.

– Pues no sé. Quizás si hablamos con algún enemigo o alguien que le caiga mal.

– El pueblo entero está a sus pies y dominan medio Madrid. No creo que nadie vaya a hablar mal de ellos, cariño –enfatizó.

Ainhoa tenía razón. En el pueblo, de alguna forma u otra, todo el mundo dependía de nuestras familias, y ahora aún más con nuestro proyecto, en el que la mayoría de vecinos querían trabajar. Tampoco tendríamos suerte en Madrid. Al fin y al cabo, ellos eran las principales figuras de dos de las empresas más importantes de la capital y nadie se iba a ofrecer a tenerlos como enemigos.

– ¡Las cuentas del banco! –saltó Ainhoa como si hubiera tenido la mejor idea del mundo.

– ¿Qué pasa con eso? –le pregunté sin entender nada.

– Seguro que ahí hay algo. Alguna cuenta en un paraíso fiscal, algún pago ilegal...

– Pues seguramente, pero es imposible saberlo.

Ella se levantó y empezó a ir de un lado a otro de la habitación en modo dubitativo. Me quedé en silencio dejándola pensar. Por un lado, me parecía que podía ser una buena opción, pero por otro lado, conocía a mi abuela. Ella estaba asesorada por los mejores especialistas. No creo que hiciera algo delictivo que se pudiera filtrar a la prensa y así montar un escándalo.

– Yo hablo con mi madre y tú con Menchu –me dijo con seguridad.

– ¿Con Menchu? ¿Para qué? –le cuestioné.

– Pues para coger los documentos de la empresa. Mi madre tiene acceso a ellos y Menchu se tira mucho tiempo sola en casa de tu abuela. Seguro que puede encontrarlos.

Empecé a pensar en otras posibles opciones, pero no se me ocurría ninguna mejor. Teníamos que encontrar algo que quisieran esconder y solo lo podíamos hacer de este modo. Tampoco mi amiga se arriesgaría mucho. Solo era hacerle fotos a los documentos y enviármelos. No teníamos nada que perder.

– Me parece una locura, pero lo peor es que estoy igual de loca que tú. Así que vamos a por ello.

– Esa es mi chica –me contestó risueña.

Ella se levantó y me dio un abrazo por detrás.

– ¿Te he dicho hoy lo guapa que estás? –me dijo en tono travieso.

Se agachó a besar mi cuello, pero la alejé rápidamente.

– Ni se te ocurra que estamos trabajando –le ordené.

– ¿Desde cuándo eres así de estricta cuando se trata de mí? –me preguntó con tono juguetón.

– Desde que me tengo que contener cada cinco segundos para no abrirte de piernas, Arminza.

Querida enemigaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora