Capítulo VII

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Con el cantar de las aves
Los lindos sueños vendrán
Duerme mi dulce princesa
Es tiempo de descansar.

No tengas miedo pequeña
Que en mis brazos tu estas
Mañana un día te espera
Y como el sol brillaras.

Aquella canción se repite una y otra vez cantada por una voz dulce, suave, cálida. Me he acostumbrado a ella. La oigo una, dos hasta tres veces seguidas. No puedo comprender de dónde viene ni quién la canta, pero me relaja oírla.

Por momentos parece ser mi misma voz cantándola para mis adentros. Hay algo que me conecta con esa voz. Algo que no logro decifrar.

De pronto, aquel canto se ve interrumpido por una serie de ruidos molestos que no tengo ni puta idea de donde vienen. Parecen golpes.

Necesito que pare, me molesta. Me retumba la cabeza. Cada vez suena más fuerte. Es ensordecedor.

—¡Ya basta! —grito, pero parece que mi voz no llega a ninguna parte. —¡Ya paren, por favor! —me agarro la cabeza sufriendo con el dolor que me genera.

Dioses, está matándome.

Basta.

Por favor.

Me duele.

¡Basta!

Hasta que de pronto abro los ojos. Mi pecho sube y bajaba con afán. El corazón golpea mi pecho como aquel ruido que me estaba taladrado la cabeza. Trato de controlar mi respiración y miro a todos lados confundida. Estoy recostada en una cama. El problema es que no se dónde me encuentro.

Intento incorporarme pero al mínimo movimiento que hago, una punzada en la cabeza me deja completamente mareada. Tenso la mandíbula en un intento por ahogar el gemido de dolor que emito. Duele muchísimo. En tanto siento algo rígido en mi frente llevo mis manos a ella y palpo una venda que envuelve parte de mi cabeza.

Trato de entender lo que pasa, pero no hay nada en mis recuerdos. Necesito saber donde estoy y que sucedió. No entiendo como terminé en la cama y que me pasó en la cabeza como para llevar un vendaje.

Nuevamente intento salir de la cama y me preparo mentalmente para soportar cualquier mareo o punzada que pueda darme. Los mareos no se repiten, pero las punzadas siguen jodiéndome la existencia. Aún así, logro levantarme y lo primero que hago es tratar de llegar a la ventana, para encontrar algún indicio de mi paradero. En cuanto intento dar un par de pasos, mi visión se nubla por completo y siento como mi cuerpo atina a caerse. Estoy tan mareada que apenas si tengo equilibro.

—Mierda. —susurro.

Apenas si logro a apoyarme en la pared y de ahí voy caminando a la ventana hasta que consigo caminar por mi cuenta. Me asomo con un poco de temor. El sol me recibe con brusquedad obligándome a cerrar los ojos ante la luz. De a poco me voy acostumbrando a ella y puedo ver que hay detrás de las cuatro paredes en las que me veo atrapada.

Me vuelve el alma al cuerpo cuando me doy cuenta de que estoy en la aldea, ¿Pero donde se supone que me han dejado?

De pronto oigo voces fuera de la habitación. Entre los que oigo, distingo la voz de mi tío. Enseguida me acerco a la puerta con sigilo, temo que guarden silencio si me oyen. Parecen estar discutiendo.

—¿Qué no entiendes? Debemos sacarla de aquí o van a matarla. —refuta Sirius.

¿Matarla? ¿Matar a quién?

¿Hablan de mí? ¿Porqué no puedo recordar nada? Estoy tan confundida y para colmo siento que mi cabeza va a explotar.

—¿Y que pretendes hacer? —esa es la voz de Susan y no se oye para nada contenta. —¿En cuanto Adira despierte tirarle la bomba así de repente? Christenham es un campo minado y ella será quien deba cargar con el peso de salvar a toda una nación, ¿Cómo piensas que va a reaccionar?

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