Capítulo XIII

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La noche fue larga y pesada. No pude pegar un ojo. La falta de sueño mezclada con la ansiedad de querer ir a Christenham cuanto antes, es una combinación poco favorable para dormir. No paro de pensar en qué podrán estar pasando todos allí. Por momentos me los imagino en un frío calabozo, luego como esclavos y en mis peores temores, muertos.

A Magnus ni lo vi durante la mañana, los muchachos me informaron que fue el primero en salir. Me pregunto seriamente a dónde pudo haber ido, pero por un lado, prefiero no saberlo. Nuestro acercamiento en la playa aún no se va de mi mente y necesito dejar de buscar pretextos para volver a recordarlo una y otra vez.

Para desayunar me ofrecieron infinidad de comida y me avergonzó tanto negarme, pero no tengo hambre. Normalmente soy una chica de poco apetito, en tales circunstancias, esa normalidad empeora. Casi no pruebo bocado hasta que mi estómago cruje. Solo pude digerir un par de manzanas.

—¿Magnus aun no regresa? —pregunto a Flynn y Simon que hablan seriamente con Kayden.

—Me temo que no, Alteza.

¿Dónde demonios se ha metido?

La desconfianza comienza a brotar desde el lado más oscuro de mi ser y me niego a permitir que esa actitud defensiva fuese predominante en mí.

—Permítame darle un consejo, princesa. —habla Simon y lo escucho atenta. —Magnus es un hombre reservado, si desaparece por un rato significa que necesita tiempo a solas. Lo mejor que puede hacer es no esperar a que vuelva.

Alzo el mentón con escepticismo.

—¿Eso que significa?

—Que volverá en algún momento.

Un sentimiento extraño se planta en mi pecho. No puedo explicarlo, pero es inconsciente, como estuviera ligado a algo fuera de mi raciocinio.

—Entiendo, gracias. —aprieto los labios.

¿Magnus un hombre reservado?

No lo noté en lo absoluto.

Simon dijo que no esperara así que no voy a hacerlo, puesto que ni siquiera debo preocuparme. Para ignorar mis embrollos mentales, me dirijo a la playa para caminar un rato y sonreí al ver a los niños jugando en la arena con mini espadas de madera. Se ven muy tiernos y también divertidos.

Todos se ven interesados en las espadas y la lucha, pero una está apartada de los demás intentando darle a un blanco de madera con el arco. La pobre no logra ni siquiera acercarse.

—Eres genial. —me acerco dándole ánimos.

La pequeña de rizos pelirrojos me mira asombrada y sonríe.

—¿En serio lo cree?

—¡Claro! —exagero. —Un poco más de práctica y serás la mejor.

Eso la entusiasma por unos segundos y luego hace una mueca de disgusto.

—No lo creo. —mira su objetivo. —Nunca logré dar en el blanco.

Le sigo la corriente haciendo un mohín.

—¿Me permites? —extiendo la mano y me entrega el arco con una flecha.

Está bastante deteriorado. De seguro es lo único que pudo conseguir por su edad. Dudo mucho que cualquier adulto responsable le de uno nuevo. Aun así, se puede tirar bien si se tiene un poco de experiencia.

Me arrodillo junto a ella y hago un par de ademanes con las manos sobre el arco, como si le tirara algún hechizo o algo así y finalmente apunto para dar justo en el centro de la madera.

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