⋆𝑽𝒆𝒊𝒏𝒕𝒊𝒖𝒏𝒐⋆

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* ˚ ✦ 𝑻𝒐𝒎 ✦ * ˚

¿Por qué mierda se me ocurre ofrecerles un puto café?

Sorbo mi nariz con disimulo poniéndome los lentes de sol antes de salir del edificio haciendo caso omiso a los reporteros escondidos afuera.

Si soy sincero, creo que no supe qué más decir.

¿Estoy muy feliz por ustedes? Exacto, por ustedes.

Soy un imbécil, un estúpido. ¿Por qué mierda no hice algo cuando pude? No creía que lo suyo fuera tan fuerte, tan intenso como para de un momento a otro decidir casarse de la nada.

Ahora solo falta que el asqueroso de Adler Ascania vuelva a nuestro plano terrenal para que se vaya todo aún más a la mierda.

Espero de todo corazón que esté disfrutando su prisión domiciliaria. Además, tiene los huevos de decir que "está de vacaciones", jura dentro de él que somos estúpidos, o no se da cuenta de que todos notamos su trato con las mujeres.

Desde que Miriam se atrevió a decirme lo que ocurría con Adler supe que debía protegerla. Desde ese mismo momento se convirtió en más que una amiga, ¿qué cosa? no tengo idea.

Fue algo inevitable.

No sé en qué minuto empezó a atraerme, ni mucho menos, en qué momento me enamoré como un desquiciado de ella.

No haré nada por supuesto, se merece ser feliz.

La noche que me habló acerca de la situación con Adler soltó muchas verdades más. Me llamó muy ebria a las cuatro de la mañana desde un bar lejos de su casa, fui en su búsqueda, pero, antes de poder persuadirla para que nos fuéramos, me pidió que me quedara un momento acompañándola.

Adler, su papá, su exnovio, su mamá, sus hermanos... todos le han hecho la vida una mierda, debo dejarla ser feliz. Debo hacerme a un lado y que viva su propia vida de una vez por todas, odio decirlo y admitirlo, pero, en estos momentos debo meterme mis sentimientos por el culo y hacerme a un lado, duela lo que duela.

—Tres americanos fríos —digo casi en un balbuceo a la barista, quien asiente y comienza a preparar mi orden—. ¡Ah! Y tres muffins de arándanos, por favor —La chica asiente y primero saca los muffins del escaparate y me los entrega. Le doy las gracias con un pequeño asentimiento algo avergonzado. Es obvio que notó mis lágrimas.

En un impulso por drenar mi ansiedad tomo uno y me lo llevo a la boca, inundándome de su dulce y algo ácido sabor de inmediato.

—Esto está exquisito —susurro sin querer llamando la atención de la barista que ya ha comenzado a preparar los cafés.

𝑊ℎ𝑒𝑛 𝑆𝑒𝑝𝑡𝑒𝑚𝑏𝑒𝑟 𝐸𝑛𝑑𝑠... | 𝐵𝑖𝑙𝑙 𝐾𝑎𝑢𝑙𝑖𝑡𝑧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora