El último suspiro

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Para muchos un suspiro es lo que nos conecta a la vida. Un ciclo que se repite, una y otra vez, hasta qué, en el día que Dios nos llame, sea el que nos arrebate la vida.

Aquella noche no era una más del montón, sino una especial. Donde la oscuridad era palpable, donde aún el suspiro más pequeño, resonaba en las paredes de aquella casa.

Una casa normal para muchos, pero para mí... Oh querido... Era mi lugar favorito. Donde lo imaginario daba luz a la realidad que muchos temían, donde el silencio volvía loco a cualquiera y eso era lo que más apreciaba.

Aún recuerdo aquella vieja canción que me cantaba mi abuela, una donde la mentira y la verdad luchaban en el hombre, donde el destino de una persona se era arrebatada por un último suspiro. Uno mortal.

Ya los años pasan, y mi hora está más cerca. Los recuerdos de toda mi vida, volaban de aquí para allá, como esas hojas marchitas que caían en otoño, avisando así la llegada del gélido invierno.

Mi gélido invierno, pensé.

Recuerdos que atormentan mi alma, porque la verdad pude haber hecho más que solo ser el abuelo amargado o el padre que nunca soñé. Es doloroso decirlo, pero es verdad. Pude ser mejor en todo; mejor en criar a mis hijos, mejor en dar amor a ellos, sin embargo, heme aquí, arrepintiéndome de mis pecados por ser un completo patán.

Si tan solo pudiera retroceder el tiempo y decir lo que nunca dije. Capaz fuera más fácil. Capaz todo hubiera sido diferente... Pero ya no lo sabremos, ¿No?

Todo es tan confuso y ya la respiración se me complica efectuarla. Puedo sentir como cada parte de mí, ya deteriorado cuerpo, se va hundiendo en un descanso perpetuo. Ya los músculos no responden como deberían y mi vista se nubla, de vez en cuando, para solo hacerme ver nada más que solo oscuridad.

La oscuridad es profunda en esta hora, en especial. El viejo reloj de manecillas, ya casi desechas por el óxido, marcaron las 3:39 de la madrugada.

Mi respiración es lenta, y lo único que puedo hacer es dejarme llevar por la incertidumbre.

— No tardes más de la cuenta... —solté con dificultad— querida amiga...

Comencé a toser con un dolor agudo en el pecho, como si el aire que mis pulmones tomaban con la inhalación, estuvieran apresurados por abandonar mi cuerpo. Más que de costumbre, claro.

Las manos me tiemblan y mi mente comenzó a jugar conmigo. Solo para matar tiempo, supongo.

Recordé los pequeños momentos que estuve con mis nietos: Natalie y Frédéric, unos gemelos hermosos que llenaron de color mi vida por estos cortos 7 años. ¡Dios!, como quisiera abrazarlos ahora. Como quisiera haberlo hecho, tantas oportunidades desperdiciadas por mi estúpida idea de ser firme, sin mostrar debilidad. ¡Qué estupidez! Si tan solo tuviera más tiempo, para ser mejor abuelo, mejor padre; pero ya no tengo fuerzas para pelear.

Recuerdo que mi hijo, el único que tuve con la única mujer que tuve y que me abandono a los 3 años de haber tenido a Luke, me comentó una noche, que sus hijos me decían: El abuelo de mirada triste, y la verdad no me sorprendió. En realidad estaba tan triste por dentro que mis facciones solo reflejaban lo que yo no decía en palabras. Un abuelo triste y amargado, y por mucho.

Ahora veo mi error por no hacer lo que se tenía que haber hecho desde todo un principio. Y todo por mi orgullo. Todo por enfocarme en no ser lo que de niño jure, que jamás sería igual que mi padre; pero al final y al cabo termine siendo igual que él: un mal padre. Ya este corazón maltrecho no tiene mucho que dar, pero aun así me hubiera gustado haberlo, por lo menos, intentando ser mejor.

Relatos En Medio De La OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora