IX | El Collar

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POV Katarina

Abrí los ojos tras escuchar el pesado caminar de una mujer que parecía vestir zancos, quien abriría la puerta de mi habitación de golpe, soltando las manijas con violencia, haciéndolas rechinar.  —Anoche llegaste muy tarde Katarina, no es buena conducta para una señorita como tú. Especialmente con tantos ojos en ti. — Charlotte anunciaba su presencia de forma agresiva, nuevamente. Sus largas caderas se merodeaban por mi habitación para abrir todas las cortinas de par en par con frustaciín.

Me senté sobre mi regazo y me estiré mientras bostezaba, ciertamente aún algo disociada de mi realidad. —Sí, estuve hasta tarde en el Palacio con la reina y con Teresa. — repliqué y de inmediato la escuché azotar uno de mis libros sobre mi escritorio.

—Claramente... —rodeé los ojos ante su cara, mi mente había dejado de estar en blanco, y ella quizá estaba por decir algo más pero genuinamente no me importaba y la interrumpí.

—Te llevaría a preguntarle tu misma a su majestad sí es verdad, pero dudo que hable con criadas, especialmente ajenas. — exclamé, mientras tomaba impulso para levantarme de la cama y comenzar a cepillar mi cabello.

—"Su majestad" es tan sólo otra más de tu clase y de la de tu madre. — permanecía agresiva, mientras tiraba con fuerza de el último par de cortinas que quedaba por abrir.

—¿Y tu a qué clase perteneces? Además de la jodida. — respondí, sin mucho pesar.

—Al menos mi sangre es completamente francesa. —  pronunciaba con orgullo y sacaba las toallas para el baño que yo estaría por tomar.

—Ni al diablo le importa, no te sientas especial. ¿Acaso tienes sueños húmedos con el infierno haciéndote una distinción por eso? — no podía evitar sonreír para mis adentros, que idiotas y soberbios pueden ser los franceses. ¿Se suponía que eso era motivo de orgullo?

—Qué raro, tu padre piensa todo lo contrario. — contestaba, aún sarcástica y con cierto desquicio.

No pude evitar reírme de ella en su cara. —Que cosas dicen los hombres con tal de llevarte a la cama, ¿a cuántas más les habrá dicho a lo mismo? — cambié de posición para cepillar la otra mitad de mi cabello mientras negaba con la cabeza ante lo estúpidamente gracioso de la situación.  —Yo misma le he escuchado decir exactamente lo mismo a la cocinera. — por la expresión que tenía su rostro, uno juraría que incluso le salía humo por los oídos del enfado. Tardé más en decirlo que ella en callarse, finalmente.

Hoy iría a una velada de sólo damas de la alta sociedad, por gran insistencia de María Antonieta y María Teresa. Y aunque la idea no me extasiaba, era mucho mejor plan que pasar la tarde escuchar a los amigos de mi padre respirar como jabalíes en apareamiento mientras competían por quién engrandecía más su ego al hablar de la caza del día o de reformas económicas del gran imperio francés.

En cuestión de segundos apareció una decena de mujeres por mi puerta, todas con diferentes vestidos, joyería e ideas de cómo debía de vestir. Gracias a los dioses, no sabría donde meter la cabeza si tenía que pasar más tiempo a solas con Charlotte.

Escogí un vestido verde esmeralda, para variar; porque era cómo una moda no escrita para mí, tener un color preferido con el que todos estaban acostumbrados a verme y considerarían característico de mi, y que además, me ayudara a resaltar más mi atributos. Pero al menos en esta ocasión llevaba uno de manga larga y tenía detalles dorados a lo largo del mismo. Reemplacé los diamantes y las perlas ostentosas por una cadena de oro corta que en el centro portaba una cruz, acompañada de una serie de esmeraldas, misma que se adhería alrededor de mi cuello perfectamente.

El salón estaba iluminado por grandes candelabros cristalinos, largas alfombras color azul marino con encajes dorados y botellas de champán apiladas en hieleras de plata y oro, de forma intercalada.

Versalles - KataLuxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora