02. Well, baby, they're tumbling down

153 16 0
                                    


En el año de 1531, un nuevo nombre resonó en los pasillos del palacio: el de una concubina recién llegada, enviada por la Kalfa para ocupar el lugar de la indispuesta Haseki. El rumor de su presencia se extendió como el fuego entre las paredes del harem, pues se decía que esta mujer había osado interrumpir el sagrado jueves reservado para la inquebrantable Hurrem.

El murmullo de las criadas y las miradas cargadas de intriga entre las concubinas hablaban por sí solos, señalando a esta recién llegada como una figura que desafiaba abiertamente el poder y la influencia de la venerada Haseki. En medio de las tensiones que se acumulaban en el harem, el destino de esta nueva concubina parecía estar destinado a desencadenar una serie de eventos que sacudirían los cimientos del palacio otomano.


Topkapi, 1531

Mientras las criadas perfumaban su cuerpo y adornaban su cabello con delicadeza, Hande no podía contener las lágrimas que caían en silencio por sus mejillas. A su alrededor, las felicitaciones resonaban con entusiasmo, las criadas expresaban abiertamente su anhelo de ocupar su lugar, de tener la posibilidad de dar a luz a un príncipe, un sueño acariciado por muchas en el harem. Pero para Hande, ese no era su sueño.

La pelirroja conocía de primera mano la dureza de la vida como sultana, había sido testigo del constante sufrimiento de la Haseki durante años. Su corazón anhelaba algo diferente, algo que estaba más allá de las paredes doradas del palacio. Ella solo quería ser libre, escapar de las intrigas y las tensiones de la corte, y construir una vida tranquila lejos de la opulencia y el poder. Su sueño era sencillo pero profundo: anhelaba una familia, un hogar donde pudiera hallar la paz y la felicidad que tanto ansiaba.

—Atención, la sultana Hurrem.

Las mujeres, temerosas, inclinaron la cabeza en señal de respeto mientras contemplaban el triste destino que aguardaba a Hande si era descubierta por la terrorífica mujer de gran vientre. La presencia imponente de la sultana dominaba la estancia, y su silencio era más elocuente que cualquier palabra. Desde su posición, sus ojos recorrieron a Hande de arriba abajo, reflejando la tristeza de la situación en su mirada.

Con un gesto apenas perceptible, una criada emergió detrás de la sultana sosteniendo un hermoso vaso de oro. Hande, con el semblante sombrío y el corazón lleno de pesar, aceptó el amargo brebaje y lo bebió hasta la última gota.

—Te ves hermosa.

Fueron las últimas palabras que Hurrem pronunció antes de dar media vuelta y retirarse a sus aposentos. Con ese simple elogio, la sultana dejó entrever una compasión inesperada, un gesto de empatía en medio de la tensión y el misterio que envolvía el harem.

—¡Vomítalo! ¡Vomítalo!—La criadas se acercaron a ella preocupadas, estaban seguras de que aquello seria veneno.

Hande simplemente negó con la cabeza, guardando un silencio que había sido su compañero durante horas. Sin embargo, su aparente tranquilidad ante la posibilidad de haber ingerido veneno desconcertaba a quienes la observaban. Pronto, una Kalfa, con autoridad en su voz, ordenó que llevaran a la joven a los aposentos del sultán. La hora había llegado, y con ella, el destino incierto que aguardaba a Hande en la intimidad del soberano.

Con la orden de la Kalfa, dos Agas se adelantaron para acompañar a Hande, pero no pasó desapercibida la presencia silenciosa de Esma y Nazli, las criadas más fieles a Hurrem, quienes seguían los pasos de la joven asegurándose de que nadie interviniera en el camino hacia los aposentos del sultán. Un silencio pesado envolvía el grupo mientras avanzaban por los pasillos del palacio, una atmósfera cargada de tensión y expectación.Ni una palabra fue pronunciada durante el trayecto, ni siquiera en el momento de abrir las puertas que conducían a los aposentos del sultán. Todos conocían la razón de la presencia de Hande en ese lugar, y el aire estaba cargado de la incertidumbre y el temor que acompañaban a aquellos momentos de prueba en el harem del palacio otomano.

—Hurrem, mi amada... —Suleiman habló con voz suave desde su escritorio, apenas levantando la mirada de los documentos que tenía frente a él.

Al hacerlo, sus ojos se encontraron con una imagen que lo desconcertó. No era su esposa, la Haseki, quien esperaba frente a él, con su vientre abultado por el hijo que esperaban. En su lugar, estaba una joven que compartía los mismos rasgos que su amada, con la piel pálida y los cabellos de un rojo ardiente, pero que carecía de la gracia y la calidez que emanaba su esposa.

—Mi majestad. —La voz de la joven era apenas un susurro, lleno de respeto y temor, mientras se arrodillaba ante él, la reverencia propia de su posición en el harem.

Suleiman se acercó con paso vacilante, una extraña sensación de confusión y dolor latiendo en su pecho. Al levantar el rostro de la joven, notó la ausencia del brillo claro y radiante que siempre había visto en los ojos de su esposa. En su lugar, encontró una mirada oscura y profunda, llena de un dolor que parecía traspasar la superficie de la piel.Sus manos temblaban ligeramente mientras sostenía el mentón de la joven, buscando respuestas en aquellos ojos que le eran tan familiares y, al mismo tiempo, tan extraños. No parecía muy mayor, juraría que quizás se acercaba a la edad de su hijo Mustafá, confundido finalmente habló.

—¿Quién eres?

—Hande, su esclava.—Quiso vomitar ante tales palabras.

Aquello y mucho más había sido enseñado por Hurrem, quien había estado en los aposentos del sultán por amor, compartiendo confidencias y gestos íntimos con Suleiman como parte de su vínculo especial. Para ella, era natural expresar ese tipo de sentimientos y recibir el cariño del sultán con gratitud y ternura. Sin embargo, para Hande, cada momento frente a aquel hombre que le doblaba la edad era una tortura. No le importaba su poder ni su posición, solo podía pensar en el futuro incierto que le aguardaba esa noche, una noche que temía que la manchara para siempre.

Por momentos, en el tumulto de su mente, Hande suplicaba en silencio que Suleiman la enviara de regreso al harem, deseando fervientemente que otra tomara su lugar en esa situación angustiante. Pero antes de que pudiera formular una palabra, el sultán la atrajo hacia él con un movimiento rápido y decidido, apoderándose de sus labios sin ninguna contemplación.En ese instante, todo pareció detenerse a su alrededor. El corazón de Hande latía con fuerza, sus pensamientos se nublaban con la intensidad del momento, y una mezcla de miedo y asco la invadía por completo.

No cruzaron más palabras, Suleiman habia deseado el contacto de una mujer durante meses pues Hurrem no podia darle lo que necesitaba. La espalda de la fémina chocó contra la cama del soberano, hacía todo por llevar su mente a otro lugar, un lugar hermoso.

Se veía a sí misma en su mente, con un hermoso vientre abultado que llevaba orgullosamente a los hijos de su amado esposo. ¿Quién sería el padre de esos hijos? ¿Un mercader de tierras lejanas, un valiente jenízaro de la guardia del sultán, o tal vez un simple hombre con suerte que había conquistado su corazón? Las posibilidades eran infinitas, pero en todas esas visiones, ella se veía feliz y plena.Ese era su refugio seguro, su mundo de fantasía donde los problemas del harem y las intrigas del palacio se desvanecían ante la cálida luz del amor y la maternidad. En esos momentos de soledad y reflexión, su imaginación le brindaba consuelo y esperanza, permitiéndole escapar temporalmente de la dura realidad que la rodeaba. Era en ese mundo interior donde encontraba la fortaleza para seguir adelante, aferrándose a la idea de un futuro mejor y más luminoso para ella y sus hijos por nacer.

Pero su fantasía se vio interrumpida cuando un fuerte movimiento corrompió su cuerpo, Hande comprendió que ya no había marcha atrás. Era la mujer del hombre más poderoso del mundo, la elegida para compartir su lecho y su vida. Sin embargo, en lugar de sentir alegría o satisfacción, solo experimentaba un profundo vacío en su interior. Las lágrimas brotaron de sus ojos, traicionando la fachada de serenidad que había intentado mantener, internamente gritó en silencio, luchando contra la sensación de ahogo que la envolvía.

En su interior, anhelaba la libertad y la paz que siempre había deseado, lejos de las intrigas y los peligros del palacio. Sin embargo, sabía que ese era un sueño imposible, un anhelo que debía enterrar bajo la máscara de la sumisión y la obediencia. A pesar de todo, se prometió a sí misma seguir adelante, encontraría la fuerza para enfrentar los desafíos que le deparaba su nuevo papel como esposa del sultán, aunque su corazón se desgarrara en el proceso.

Halo | El SultánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora