03. And they didn't even put up a fight

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La ausencia de embarazo en los primeros encuentros de Hande con el sultán no pasó desapercibida en el harem. Rumores y murmullos se extendieron entre las concubinas, algunas tachándola de infértil e inútil, mientras que otras susurraban en tono de piedad sobre su supuesto destino desafortunado.

Sin embargo, para Hurrem, esta revelación fue un catalizador para ajustar su estrategia. Sabía que su plan no podía limitarse a meros actos de seducción y manipulación. Debería confiar en la lealtad de Hande y en el vínculo que había formado con los niños que había criado en el palacio. Debía apostar por un futuro donde los hijos concebidos sin amor se enfrentarían a los desafíos de su linaje, mientras que aquellos que habían sido criados con amor y cuidado serían los pilares de su legado.


Topkapi, 1531

En los majestuosos aposentos del palacio otomano, se gestaba una tragedia que marcaría un punto de inflexión en la historia del reino. En medio de una noche cargada de presagios sombríos, mientras las estrellas titilaban en el cielo y el viento susurraba secretos antiguos entre los muros del palacio, Hurrem lanzó un grito de angustia que resonó en las paredes de mármol.

—¿Qué sucede? ¿El bebé ha nacido? —preguntó Hande con una mezcla de preocupación y expectación en su voz.

Las criadas, con expresiones ansiosas, dirigieron sus miradas al apenas notorio vientre de la pelirroja. No mucho antes se había anunciado su embarazo, lo que había calmado las intrigas y rivalidades que la rodeaban en el harem.

—Su majestad, el sultán Suleiman —anunció una de las criadas con respeto, interrumpiendo el momento de tensión.

Hande, instintivamente, se enganchó del brazo del sultán. Aunque lo despreciaba, sabía que en esos momentos era el único en quien podía confiar. Ambos compartían un pensamiento común: ansiaban que Hurrem terminara de dar a luz pronto y que pudieran verla arrullar al nuevo príncipe en sus brazos. Sin embargo, solo Hurrem conocía su destino y lo que aguardaba para ella y su hijo.

Los susurros de las criadas y las súplicas de los médicos resonaban en la habitación, mezclados con los gemidos de dolor de la sultana. En medio de la penumbra, la madre luchaba con todas sus fuerzas por traer al mundo a su hijo, pero el destino tenía otros planes para ellos.

—¡Puje, sultana! —instó una de las parteras con voz firme.

El dolor y la desesperación se reflejaban en el rostro de Hurrem mientras se aferraba a la vida con cada aliento. Sus fuerzas menguaban, pero su determinación seguía inquebrantable.Finalmente, en un último esfuerzo desgarrador, el bebé vino al mundo, pero su llanto fue ensombrecido por un silencio sepulcral. Las miradas de las parteras se encontraron en un gesto de pesar mientras Hande y Suleiman ingresaron al mismo tiempo para ver aquella horrible escena.

—Su Majestad... La sultana y el príncipe... —comenzó una de las doctoras, apenas conteniendo el sollozo—. Lamentamos profundamente informarle que... Ninguno sobrevivió.

El sultán se tambaleó ante las palabras, su corazón destrozado en mil pedazos. Hande, con los ojos llenos de lágrimas, cubrió su rostro en un gesto de desesperación. No había salida.

—¡No puede ser! ¡Allah, no puede ser verdad! —exclamó Suleiman, con la voz entrecortada por el dolor.

Las parteras bajaron la mirada, incapaces de soportar el peso de la devastación en el rostro del monarca.

—¿Cómo pudo pasar esto? —preguntó Suleiman con voz temblorosa, buscando respuestas que nunca podrían llegar.

Hande, luchando por contener su propio dolor, se acercó al sultán con palabras de consuelo.

—Mi señor, esto es una tragedia... pero debemos encontrar fuerzas para seguir adelante...

El sultán la miró con ojos llenos de angustia y desesperación, su corazón destrozado por la pérdida de su amada esposa y su hijo.

—No hay fuerzas que puedan aliviar este dolor, Hande...

En medio del llanto abrumador, el palacio se sumió en el luto, mientras el sultán y su consorte lloraban la pérdida de dos vidas preciosas. Era un final desgarrador, una tragedia que los dejaría marcados para siempre.

Rumores insidiosos comenzaron a circular, insinuando que Hande, la celosa concubina, había tenido algo que ver con el inesperado final de Hurrem y su hijo por nacer. Se susurraba que había estado envenenando a la esposa del sultán, o que había sobornado a las parteras para que hicieran un trabajo deficiente durante el parto.

Pronto, la culpa recayó sobre los hombros de Hande, quien guardaba en silencio el secreto de su Sultana. Los escritos y las historias que circulaban en los pasillos del palacio pintaban un retrato oscuro y vil de la concubina, acusándola de traición y de cometer actos atroces para asegurar su posición en el harem y eliminar a su rival.

Para Hande, el peso de las acusaciones y la desconfianza de quienes la rodeaban se volvieron una carga insoportable. A pesar de su inocencia, se encontró atrapada en una red de sospechas y prejuicios que amenazaban con destruir su vida y su reputación para siempre.

Halo | El SultánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora