Un poco de paz

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A pesar de la supuesta felicidad que inundaba todo el anillo del orgullo, el rey del Infierno sabía que el silencio del Cielo no podía significar nada bueno y debían estar preparados para el momento del posible ataque enemigo. No habían hecho ni el intento de querer recuperar a uno de sus ángeles más valiosos. Después de tantos siglos aislado en su reino, el ángel caído había olvidado lo intransigente que podían ser los ángeles supremos. A pesar de todo el mal que había hecho, incluso él sentía algo de lástima por el destierro de Lute. Sera y los demás serafines querían ocultar todo lo que había ocurrido al resto de habitantes del paraíso. Y Lucifer sabía que aquel silencio solo pronosticaba algo malo.

El monarca llevaba días dándole vueltas a cómo podía brindar a su reino de la protección necesaria contra la amenaza angelical. Ver luchar a su hija le hizo darse cuenta de que esos pecadores también eran su gente, que algunos sí querían cambiar y que, como rey, debía velar por ellos y ayudarlos en el camino de la redención junto a Charlie.

—Sé que no te pediría esto si no fuera necesario —dijo el pequeño rey al teléfono—, pero si esto llega a más no puedo garantizar la seguridad de los demás círculos.

Tenía que utilizar todo su poder como rey para defender el Infierno. Sabía mejor que nadie si el Cielo quería dar guerra y el circo del orgullo caía, los otros seis caerían detrás. No desconfiaba de la capacidad de lucha de los pecados, la realeza y el resto de demonios, pero no estaban acostumbrados a una lucha tan cruda como la que podían enfrentar. Solo vencerían si luchaban preparados y unidos y Lucifer sabía que unir a todo el Infierno no era sencillo. Se vio forzado a negociar con el resto de pecados para que subieran a su círculo ayudar con tal de alejar la amenaza de sus propios territorios.

—Gracias, Ozzie —suspiró con una pequeña sonrisa después de una larga negociación con el pecado de la lujuria.

Lucifer colgó el teléfono. Ya solo quedaban cinco. Aunque sabía que el resto serían negociadores más duros de roer y esperaba contar con el apoyo del pecado al que ya había convencido. Asmodeus siempre había sido alguien comprensible. Era con el que tenía mejor relación y por eso mismo quiso negociar primero por él ya que, si ni Ozzie accedía, no tenía nada que hacer con los demás.

Suspiró pensando en todo lo que le quedaba y se giró para mirar un retrato de su hija que le dio las fuerzas necesarias para seguir con las llamadas. El Infierno tenía que luchar unido por una vez.

Al igual que su padre, Charlie también tenía una situación algo tensa en el hotel. Después de haber escuchado la historia de Vaggie, era incapaz de mirar a Lute con los mismos ojos. No iba a echarla del hotel, ella creía en las segundas oportunidades y no iba a darle la espalda en el estado en el que estaba. El ángel llevaba una semana sin abrir los ojos, sus heridas se habían curado, pero seguía con muy mal aspecto. No obstante, Charle no dejaba de verla como la ex de su novia, la misma persona que la había desterrado a la fuerza al Infierno y la que le había hecho tanto daño. A veces se intentaba convencer que al menos gracias a ella había conocido a la mujer de su vida y así pretendía despreciarla menos. No obstante, la actitud de Lute seguía siendo imperdonable y más si no tenía intención de mejorar. Como todos los días, lo primero que hacía era ir a la habitación del ángel convaleciente para comprobar su estado. Vaggie siempre se quedaba en la puerta vigilando, no se veía capaz de acercarse más, mientras Charlie le cambiaba las vendas le curaba las heridas. Cuando se aseguraba de que todo estaba bien, se marchaban para seguir con las actividades del hotel.

Vaggie siempre la miraba con preocupación cuando abandonaba la habitación a lo que Charlie siempre respondía con una sonrisa amarga. Muchas veces pensaba que nunca despertará, pero, a pesar del malestar que inundaba a la princesa, bajar a ver al resto de residentes siempre volvía a calentar el corazón.

DesterradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora