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—¡Me has hecho perder una fortuna! Mis socios comerciales han dado por terminado este encuentro. Has puesto a todos los rescatistas de esta isla a buscarte. Has hecho que tu madre se desesperara hasta quedar inconsciente por el alcohol. Todo por escaparte. Siempre actúas como un niño caprichoso. ¿Qué te costaba avisar? ¿Qué te costaba dejar una nota? Todo este viaje ha salido mal. ¡Sabías lo importante que era para mis negocios esta reunión! La he estado esperando y planeando durante un año entero y ahora ¡todo está perdido por tu causa! Ojalá nunca hubieras aparecido, ojalá te hubieras caído al mar y te hubieran devorado los tiburones. Ese es el lugar al que perteneces. ¿Hasta cuándo tendré que cargar contigo, con tu inutilidad? ¿Cómo puede ser que la vida me haya dado un hijo tan inútil, un hijo que le tiene miedo a la sangre, un hijo que no sabe nada de números, un hijo que se la pasa encerrado en su habitación leyendo libros inservibles y creyendo leyendas absurdas?

Gulf se aferraba con fuerza a su medalla de dragón mientras su cuerpo temblaba y sus ojos se cerraban y su espalda Se encorvaba ante cada frase que su padre parecía vomitarle. Se sentía golpeado como si cada palabra y frase fueran un látigo. Pero después de unos minutos siempre aferrado a su medalla y siempre con los ojos cerrados Gulf llevó su mente a aquella casa de piedra y se imaginó a Mew mirándolo desde un rincón. Perdió la noción del tiempo. Nunca supo cuánto pasó pero cuando sintió silencio a su alrededor abrió los ojos y se encontró solo en aquel Penthouse de hotel.

Sin soltar su medalla miró a través del cristal escarchado hacia el mar que se abría ahora violento y oscuro. Una tormenta de enormes proporciones venía hacia la isla. Gulf se acercó un poco más a la ventana, aferró a la medalla con sus dos manos Y como siempre hacía, como si fuera un mantra, cerró los ojos y repitió suavemente

Fuego Fatuo...
Fuego Fatuo...

Cuando abrió los ojos vio que afuera había comenzado a llover. Sintió que ya nada tenía sentido, que ya no quería seguir viviendo esa vida vacía y dolorosa. Recordó la despedida. Recordó las palabras de Mew, más no le importó.

Lo iría a buscar, recorrería la isla entera si hacía falta, lo invocaría, lo llamaría a gritos. Caminaría palma palmo cada rincón de aquella mítica isla. Tenía que hallarlo. Tenía que encontrarlo.¡No podía ser que aquel Amor sólo durara lo que duraba un día!

Y así decidido, con una fina chaqueta y descalzo salió corriendo de su habitación. Se tropezó con muchas personas, y balbuceando apenas unas disculpas salió del hotel. Comenzó a correr, sin rumbo, sin prestar atención a los gritos de su padre y a los llantos de su madre que parecían seguirlo de cerca y sin prestar atención al viento arremolinado y a las nubes negras y a la niebla blanca y densa que empezó a cubrir todo a su alrededor...

Fuegos FatuosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora