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El beso de Bianca pilló a Héctor totalmente desprevenido. Todo sucedió muy rápido. Se quedó en shock durante unos segundos. Cuando Héctor reaccionó, decidió tomar las riendas de la situación. La besó con lentitud, saboreando el contacto mientras sus manos se posaban en las caderas de Bianca.
No tenía prisa, no quería correr, tan solo disfrutar de la sutil presión de su boca contra la suya, incluso cuando su lengua se abrió paso. Héctor acarició el rostro de la joven, trazando pequeños círculos con los pulgares.
—Espera —susurró Bianca en los labios de Héctor.
El muchacho se separó de inmediato. Ambos respiraban con dificultad. Héctor la miró a los ojos e intentó descifrar lo que pasaba por su mente. El miedo empezó a desbordarle. Tal vez Bianca se había arrepentido de besarlo.
—¿Qué sucede? —preguntó Héctor, preocupado.— ¿He hecho algo mal?
—No, no es eso —se apresuró a aclarar.— Es solo que... necesito asimilar lo que acaba de ocurrir.
—Vale —sonrió el joven.— ¿Puedo besarte mientras vas asimilándolo?
Bianca sonrió y asintió. Héctor tomó sus labios con premura. Esa vez, el beso fue más intenso que el primero. Sus lenguas chocaron y se entrelazaron con parsimonia. Bianca, de pronto, se sintió aturdida. No era su primer beso; ya se había besado con chicos antes, pero ese no era cualquier chico, ¡era Héctor! ¡Su Héctor!
El muchacho la apretó contra él y Bianca pudo sentir su creciente dureza. Presa del pánico, se apartó súbitamente. Le aterrorizaba la idea de tener relaciones sexuales. Todavía no estaba preparada para dar ese paso.
—¿Qué pasa? —inquirió Héctor, mirándola fijamente.
—¿Podemos ir poco a poco?
Héctor elevó la comisura de sus labios y le dio un tierno beso en la punta de la nariz.
—Por supuesto.
***
Bianca caminó hasta su casa sin dejar de sonreír. Le pareció que estaba flotando en el ambiente. Era feliz, muy feliz.
Al atravesar el estrecho callejón, Bianca vio que dos coches patrulla estaban estacionados enfrente de su portal. Aquello la extrañó. En Sarrià no acostumbraba a suceder gran cosa. Por lo general, era un barrio bastante tranquilo.
Cuando Bianca salió del ascensor, se encontró a cuatro policías en la puerta de la entrada de su casa. Entonces, un leve escalofrío le ascendió por la espalda. Tenía una mala sensación, y su intuición no solía equivocarse.
—¿Ocurre algo, agentes? —preguntó Bianca acercándose a ellos.
—¿Daniel y Carla Núñez viven aquí? —quiso saber uno de los policías.
Bianca clavó sus ojos en él. Era alto y delgado, y sus ojos azules resaltaban impetuosamente por la falta de cabello. Que el agente preguntara por sus padres, era una mala señal.
—Sí. —La voz de la muchacha apenas fue un susurro.— Son mis padres. ¿Por qué?
Permanecieron en silencio durante una fracción de segundo, pero, el hombre calvo, haciendo de tripas corazón, respondió:
—Acaban de sufrir un accidente de coche.
El pulso de Bianca se le aceleró. Aturdida y mareada, la joven los observó. Sintió que su cabeza daba vueltas como una peonza.
—¿Qué? ¿Y cómo están? ¿Están bien?
Al hombre se le formó un nudo en la garganta y ya no pudo continuar. Aquella chica solo era una cría.
El más joven de sus compañeros, al ver que éste se quedó callado, prosiguió:
—Lamentablemente, no. Ambos murieron en el acto. Intentaron reanimarlos, pero no pudieron hacer nada para salvarlos. Lo siento.
Bianca sintió como un enorme vacío se instaló en su pecho. Se quedó mirando a los policías estupefacta, con unas ácidas lágrimas amenazando con salir.
¿Sus padres muertos? No. Aquello no podía ser cierto. No podía ser verdad. Seguro que era una pesadilla. Una pesadilla de la que pronto despertaría.