𝗖𝗔𝗣𝗜𝗧𝗨𝗟𝗢 𝟬𝟴

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Marc y Bianca se contemplaron en el mayor de los silencios. Los jóvenes tuvieron la sensación de que el tiempo había retrocedido. Por un momento; uno muy pequeño, sintieron que seguían siendo aquellos adolescentes de quince años.

Estaban tan atentos a su reencuentro que ninguno de los dos cayó en cuenta en todas las miradas que recaían en ellos.

Marc se fijó en el corte que Bianca tenía en la mejilla y susurró con preocupación:

—Bianca, tu mejilla...

—No te preocupes. No es nada —respondió, limpiándose el rastro de sangre con la mano.

Bianca continuó recogiendo los últimos fragmentos de los platos rotos que habían quedado por el suelo. Marc se agachó y le agarró el brazo. No quería que se hiciera daño.

—Déjalo. Ya lo recojo yo. Tú ve a mirarte ese corte.

—No es necesario que me ayudes —replicó Bianca, quitándole los pedazos que tenía el castaño en las manos.— Puedo sola.

—¡Por Dios, Núñez, ¿cómo puedes ser tan torpe?! —masculló la subgerente, lanzándole una mirada de reproche. Al dirigirse a Marc, suavizó la voz.— ¿Está bien? ¿Le ha hecho algo?

Bianca maldijo por lo bajo. Por mucho que odiara aquel trabajo, no podía permitirse que la echaran. Necesitaba pagar la beca de la universidad.

—Estoy bien —contestó Marc, levantándose del suelo.— Y ella no es ninguna torpe. El torpe aquí soy yo. Todo esto ha sido culpa mía. Estaba distraído y no miré por dónde iba.

A Bianca le conmovió que la defendiera de aquella manera. Se le había olvidado lo que era que Marc se preocupara por ella. No estaba dispuesta a que él pagara por algo que no tenía la culpa de nada. Si alguien tenía que pagar las consecuencias, esa era Bianca.

—Eso no es cierto. Yo soy la única culpable.

La subencargada la miró encolerizada. Bianca ya se imaginó cómo iba acabar aquello.

—¿Y ahora quién pagará todo esto? —soltó la mujer.— ¡Eres una inútil! ¡No sirves para nada!

Bianca iba a soltarle cuatro frescas, pero Marc se le adelantó.

—Tampoco hace falta que le falte el respeto, señora. En cuanto al dinero, no se preocupe. Yo me haré cargo de los gastos.

La mujer asintió, satisfecha. Acto seguido, miró a Bianca y dijo:

—Recoge tus cosas. Estás despedida.

—¿Cómo?

—Voy al despacho para darte el finiquito. Vete limpiando este estropicio en lo que yo regreso.

Llena de furia, Bianca se puso en pie, se quitó el delantal y lo tiró al suelo. No pensaba aguantar ni una humillación más de su parte.

—Límpielo usted. Yo ya no tengo porqué obedecerle —replicó.

—¡¿Cómo te atreves a hablarme así?! —gruñó la subencargada con voz chillona.

—Este trabajo es una mierda. El trato que nos dan a los trabajadores es pésimo. Nos partimos el lomo a cambio de una miseria. Esta camisa me está cortando la respiración y los patinetes son un coñazo. Y usted es una vieja amargada que no deja de dar por saco. Todo el mundo la odia, nadie la soporta. Siempre está reprochando y criticando cada cosa que hacemos. Hace la vida imposible a los demás porque usted no es feliz. No sabe la alegría que me da saber que le voy a perder de vista. Estoy harta de usted, del trabajo y del puñetero uniforme.

Las personas comenzaron a cuchichear entre ellas. Bianca sintió una gran satisfacción. Se había quedado a gusto soltando todo aquello que llevaba meses callando. Se sentía fuerte, poderosa, valiente como nunca antes.

La subencargada se puso roja como un tomate. Le avergonzaba saber que la gente había presenciado aquel numerito. Marc se tuvo que morder el labio inferior para reprimir una carcajada. Cómo había extrañado aquel carácter.

Bianca se incorporó y caminó en dirección a los vestuarios.

—¿Estás bien, tío? —preguntó Pedri, acercándose a su amigo Marc.

—Sí —asintió el castaño.

—Menudo carácter que tiene la camarera —exclamó Gavi.— Se me ha hecho muy raro verte metido en un lío. Siempre sueles evitarlos.

—No me parece justo que la camarera se coma todo el marrón. Yo también tengo parte de culpa.

—¿Es por eso... o es que te ha molado?

—¿Qué? ¡Pues claro que no me ha molado!

—¡Serás mentiroso! —rió el muchacho.— Mira, mira cómo se pone rojo.

—Como un tómate —añadió Pedri.

—Sois unos gilipollas —bufó Marc.

Aquellos no tenían remedio. Gavi y Pedri eran uña y carne, inseparables, y cada vez que estos dos se aliaban, eran insoportables. Los chicos se echaron a reír y Marc los asesinó con la mirada.

Bianca abrió la taquilla y cogió su ropa con una cólera recorriéndole por todo su cuerpo.

¿Cómo pagaría ahora la beca universitaria? Si no encontraba un trabajo lo antes posible, perdería su plaza y, con ella, su futuro.

Una vez que Bianca tomó sus cosas, salió del restaurante sin mirar atrás. Ignoró las decenas de miradas que seguían cada uno de sus movimientos.

La gélida brisa de la noche la envolvió al abrir la puerta. Le dió la bienvenida a las frías gotas que salpicaron su rostro. La casa de sus abuelos no estaba muy lejos de allí. La lluvia, con suerte, apenas la mojaría.

—¡Bianca! —gritó Marc.

Ella no se detuvo, continuó caminando con pasos firmes y sonoros. El muchacho la cogió del hombro obligándole a darse la vuelta. Reinaba un silencio apacible, tan solo interrumpido por el sonido de la lluvia golpeando el tejado del restaurante.

—No estarás pensando en huir otra vez, ¿verdad? —dijo Marc.

—Yo no estoy huyendo —objetó la joven.

Marc sonrió. Tal como el castaño recordaba, Bianca seguía siendo una contestona.

—Te he buscado hasta por debajo de las piedras, pero no había manera —dijo agitado.— Parecía que habías desaparecido de la faz de la tierra. Pero nadie puede esconderse eternamente. Si supiera que lo único que tenía que hacer era venir a este restaurante, me habría ahorrado muchísimas horas buscando tu nombre en internet.

Marc observó cómo Bianca se estremeció a causa del frío.

—Voy a por la chaqueta y el paraguas —exclamó el castaño.— Dame un minuto. No te muevas.

Dicho esto, entró al local sin darle tiempo a que Bianca pudiera responder. Todavía no lo podía creer. ¡Había encontrado a Bianca!

Gavi, al ver que Marc cogía sus cosas y se dirigía a la salida, preguntó:

—¿A dónde vas?

—Tengo algo que hacer —respondió.

Gavi esbozó una sonrisa de medio lado. Qué casualidad que justo cuando aquella camarera se había ido, su amigo tuviera cosas que hacer.

—Vas a ir detrás de la camarera, ¿no? —sonrió enarcando una de sus cejas.

—¿Te han comentado alguna vez lo exasperante que eres?

—Constantemente. Pero no me cambies de tema.

Marc puso los ojos en blanco.

—Adiós, Gavi.

Cuando salió a la calle, Bianca había desaparecido. La buscó con la mirada, pero no estaba por ningún lado. Otra vez lo había vuelto a hacer. Así tan rápido como la encontró, la perdió.

—¡Mierda! —maldijo.

DESTINO A TU CORAZÓN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora